Librepensadores
El heroísmo de John McCain
John McCain murió el pasado 25 de agosto y los medios de comunicación de EE UU han rendido homenaje al senador republicano como un héroe nacional. Washington y las élites del poder lo han elogiado como un campeón de los derechos humanos y de la democracia. Esta visión de Washington ha sido la presentada en los medios de comunicación en España y en el resto de Europa: la de un héroe de la guerra de Vietnam que siempre defendió las libertades. Sin embargo, los encomios de los discursos en su funeral y en la prensa no coinciden con la realidad de su supuesto heroísmo. LaRouchePAC ha escrito que “el funeral ha sido una extravagancia de los medios de comunicación”, en donde McCain “ha romantizado su muerte”. Él escogió a los expresidentes Barack Obama y George W. Bush para que con una lengua elocuente despidieran al héroe, “envolviendo los crímenes del imperio con la bandera estadounidense”.
En la literatura norteamericana encontramos héroes que cuando descubren la realidad de su sociedad o del frente de batalla en donde luchan por sus ideales, solo les queda dos posibilidades: el conformismo o actuar marchándose a otro lugar. Es el caso de Huck en la novela Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain. En su viaje por el río Mississippi con el negro Jim, Huck descubre la avaricia, el racismo, la hipocresía, la esclavitud, la crueldad y las disputas irracionales de los habitantes de los pueblos por donde van pasando. El joven Huck, encantado de la libertad que la naturaleza le brinda y con sus sentimientos humanos, decide “irse del territorio”. En la novela Catch-22, de Joseph Heller, Yossarian decide abandonar el frente porque descubre la locura y la irracionalidad de la guerra. Y pierde su fe en Dios, como el capellán que ya no cree en “la sabiduría y la justicia de un Dios inmortal, omnipotente, omnisciente, humano, universal, antropomórfico, de habla inglesa, Anglosajón [y] pro-americano”. Con su avión de combate se convierte en un desertor y vuela a Suecia. Estos antihéroes abandonan sus puestos y sus obligaciones porque se dan cuenta de la vileza de sus sociedades al descubrir que el único heroísmo personal solo lo pueden encontrar cuando rechazan el juego de la propaganda engañosa que han recibido en su educación.
El héroe tradicional actúa con arreglo a los valores de la sociedad conformista en donde vive. McCain fue este tipo de héroe. Fue a Vietnam con una visión romántica, pero no se enteró del horror de la guerra. A diferencia de Yossarian, no se dio cuenta de la dimensión absurda de la guerra. Tampoco vio sus consecuencias: la miseria, el genocidio, el hambre, la inmoralidad, el dolor, el sufrimiento y la muerte de tantas personas inocentes. McCain volvió de la guerra de Vietnam para vivir en Estados Unidos como un héroe, sin haber aprendido nada de la guerra. Un estudio breve de su biografía nos muestra lo contrario de lo que nos han dicho, pues John McCain fue un criminal de guerra, no un héroe.
Brett Wilkins, en su artículo John McCain: War Criminal, Not Hero, advierte que la Convención de Ginebra señala claramente que “Se prohíbe atacar, eliminar, destruir todo lo que sea indispensable para la supervivencia de la población, como productos alimenticios, cosechas, ganado, suministros y reservas de agua potable y sistemas de irrigación”. Wilkins escribe que se pude alabar la “endurance” [resistencia] de McCain durante los cinco años que estuvo en la cárcel en Vietnam, pero nunca fue capaz de comprender que “los americanos fueron los invasores, no las víctimas”. Al hablar de su heroísmo observa que el día que el avión que él pilotaba fue derribado por la guerrilla vietnamita en los cielos de Hanói, los estadounidenses estaban bombardeando una fábrica de bombillas en el centro de la ciudad, masacrando de paso a miles de hombres, mujeres y niños inocentes. Los ataques aéreos fueron “crueles y despiadados”, como todos los bombardeos, resalta Wilkins. Y sentencia con rotundidad que esos bombardeos fueron “crímenes de guerra en Vietnam y en Serbia también”, pues se destruyeron hospitales, bloques de pisos, puentes, ferrocarriles y por supuesto miles y miles de civiles inocentes. Estas campañas de bombardeos fueron siempre apoyadas por McCain con su doctrina que repetía como un chiste: “Bom, bom, bom”. Su doctrina consistía también en pedir en el Congreso el envío de más tropas a todos los conflictos del mundo. Wilkins concluye que John McCain fue un “héroe solo en la mente de un colonizador, pero según la ley, fue un criminal de guerra”.
Jeffrey St. Clair y Alexander Cockburn, en su artículo The Horrors of John McCain: War Hero or War Criminal?, nos refrescan la memoria al hablar de la evaluación psiquiátrica de McCain que realizó el psiquiatra español Fernando Barral, que vivía en Cuba cuando lo visitó en la cárcel en Vietnam. La entrevista se publicó en el periódico cubano Gramma, el 24 de enero de 1970. Fue categórico al declarar que McCain tenía una personalidad “fría y altamente narcisista […] desprovista de empatía humana”. En su diagnóstico subraya que “McCain parece un hombre que ve el bombardeo de una población civil como a kind of sport [una clase de deporte]”. Dejo estas palabras de la cita en inglés para que los lectores y lectoras las traduzcan porque a mí me parecen increíbles. Después de conocer este cuadro clínico, no parece que haga falta añadir otros rasgos como el de “una personalidad agresiva” que lo caracterizó a lo largo de su “nasty [ofensiva] carrera política”. La evaluación afirma que McCain no mostró ninguna preocupación por los actos criminales que cometió. Y sin embargo, “la gente que él bombardeó le salvó la vida, le dio de comer y cuidó de su salud”. El año 2000, cuando se presentó a las elecciones presidenciales –que perdió–, le preguntaron por su racismo hacia los vietnamitas y McCain, como pago a lo que hicieron por él, contestó: “Odio a los gooks. Los odiaré mientras viva”. Gooks es un término despectivo hacia los vietnamitas y los asiáticos en general.
Uno de los rasgos más distintivos de McCain ha sido su rusofobia. Ya he escrito en este medio que fue un crítico férreo de Trump y mucho más de Putin, al que calificó de “asesino y matón”. La reunión de Trump y Putin en Helsinki la consideró un “error trágico”. Hasta el día de su muerte, siempre se opuso a mejorar las relaciones entre Rusia y Estados Unidos porque según él Washington y Moscú nunca pueden ser amigos y nunca pueden cooperar. En la cadena Fox News Sunday McCain no tuvo reparos en ofender al ministro ruso de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, cuando dijo que era “una marioneta del bandido y asesino”. Dimitri Nóvikov replicó que como “viejo participante de la guerra fría y terrible rusófobo”, de él “solo se pueden esperar insultos”. Siempre estuvo preparado para la guerra. Cuando solicitó en el Congreso el voto de los senadores para incorporar a Montenegro en la OTAN, se ofendió porque Rand Paul se opuso a su propuesta y McCain enfadado le contestó que su objeción no tenía ninguna justificación, ya que una nación pequeña, bajo el asalto de los rusos, había que ayudarle a que se incorporara a la Alianza. Rand Paul adujo que “EE UU tiene desplegadas tropas en decenas de países, además del compromiso de defender a Europa. [Más] obligaciones monetarias y militares [suponen] una carga para nuestra deuda [que asciende ya a] 20.000 millones de dólares”.
Como ha comentado Paul Street en su artículo No Remorse: Reflexions on Radical “Purism”, sorprende mucho que Alexandria Ocasio-Cotez, del partido demócrata, haya calificado el legado de John McCain como “un ejemplo de decencia humana sin precedente, [al] servicio de América”. Para Street estas palabras resultan deprimentes, si tenemos en cuenta sus despiadados bombardeos a la población civil en Vietnam; su apoyo a los islamistas muyahidines en Afganistán para intentar el colapso de la Unión Soviética; su apoyo a los Contras de extrema derecha y a los escuadrones de la muerte en América Central. El premio Nobel de Literatura, Harold Pinter, declaró que los escuadrones de la muerte formaban parte de los métodos de EE UU para mantener América Central “clean for democracy” [limpia para la democracia]. McCain mantuvo contactos con los aliados de Al Qaeda y sus afiliados en Libia y Siria; apoyó la venta masiva de armas a Arabia Saudí, que está perpetrando crímenes horribles en Yemen, crímenes que como señala Street, “los ha negado McCain”. Nos viene a la mente el bombardeo a principios de agosto de un autobús que mató a medio centenar de civiles, de los cuales más de la mitad eran niños. Fue un defensor acérrimo de la política colonialista de Israel y ha mostrado una hostilidad hacia los palestinos y sus derechos legítimos al apoyar, como As’ad Abukhalil asevera en su artículo John McCain: The View from the Middle East, “cada guerra y cada invasión y cada ataque de Israel y los EE UU contra cualquier objetivo árabe”. McCain fue a Kiev para apoyar y bendecir el golpe de Estado de los neonazis en Ucrania; apoyó a George W. Bush en la invasión criminal de Irak. Y sorprende aún más que el senador demócrata Bernie Sanders haya escrito un tuit destacando que “John McCain fue un héroe americano, un hombre de decencia y honor, y un amigo mío”.
En su carta de despedida al pueblo estadounidense, leída por su amigo Rick Davis en su funeral, McCain dejó escritas estas palabras: “Somos bendecidos y somos una bendición para la humanidad cuando defendemos y desarrollamos esos ideales en nuestra casa y en el mundo”. Los millones de vietnamitas muertos en la guerra y los miles y miles de muertos que se encuentran en los escombros de decenas de países, no creen en la bendición de EE UU. La carta habla de “errores”, pero en ningún momento pide perdón. Como ha subrayado Daniel Warmer, John McCain fue “un guerrero impenitente”. Que los millones de víctimas masacradas por la locura de las guerras que él apoyó, descansen en paz. Y que lo que dijo al final de la carta, “God bless America” [Dios bendiga a América], no se refiera al Dios que Yossarian y el capellán temían: un Dios de habla inglesa y proamericano. ________________
Juan José Torres Núñez es socio de infoLibre