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Lo que vieron los 'rotspanier' de Mauthausen

Ilustración de Ioannes Ensis para el libro 'Deportado 4443', de Carlos Hernández de Miguel.

El ilustrador Ioannes Ensis —nombre artístico de Juan Espadas— retrasó lo que pudo una de las páginas de su último proyecto. Tenía que dibujar, digámoslo sin rodeos, unos cuerpos abiertos en canal abandonados en el suelo del campo de concentración de Mauthausen. Las vísceras de esos cadáveres habían sido devoradas por dos prisioneros que quizás ignoraban, o quizás no, que se trataban de restos humanos. No es ficción. Es la narración de Antonio Hernández Marín tal y como fue recuperada por su sobrino nieto, Carlos Hernández de Miguel, en Los últimos españoles de Mauthausen (Ediciones B, 2015) y en la cuenta de Twitter @Deportado4443 asociada a ese proyecto. Si en 2015 el periodista describía a golpe de tuit el calvario de su familiar, ahora Ensis pone imágenes a sus cuatro años y medio de cautiverio. 

Como parte del trabajo de difusión de su estudio sobre los combatientes republicanos que sobrevivieron a los campos —apodados como rotspanier, españoles rojos,por los dirigentes nazis—, Hernández abrió una cuenta de Twitter con el nombre de su tío abuelo y su número de identificación, aquel pariente que vivía en Francia y que a partir de los años sesenta iba a visitarles, sin falta, todos los veranos. Él solo supo del duro pasado del anciano después de que este muriera, en 1992. Pero el interés por la historia familiar fue el detonante de un proceso de investigación que le llevó a recorrer archivos y registros y a entrevistarse con 18 supervivientes de Mauthausen. Con la salida del libro, fue publicando en la red social el día a día de los prisioneros en primera persona, como si la narrara en directo su querido Antonio. Deportado 4443 (Ediciones B) recoge gran parte de esos mensajes, pero también unas ilustraciones que muestran lo que las palabras dejaban entrever.

 

Ilustración de Ioannes Ensis para el libro Deportado 4443, de Carlos Hernández de Miguel.

"Retrasé mucho esa página porque era la primera en la que tenía que dibujar una verdadera atrocidad. No sabía si camuflarlo, hacerlo con siluetas, más suave… Me costó mucho aceptar que tenía que dibujarlo así, porque fue así", cuenta por teléfono el ilustrador. Así lo contó, desde luego, Antonio Hernández en uno de sus escasos escritos sobre aquella época, redactados ya en los setenta. En un poema de tono satírico titulado como "Anécdota", cuenta que un compañero de suplicios y él deciden robar alimentos de las cocinas. Una noche encuentran unas tripas de cerdo cerca de un horno crematorio, y dan cuenta de ellas. El prisionero reproduce el siguiente diálogo, ya en el barracón:

 

—Oye—, me dice mi compañero Cebrián—¿no has visto aquellos judíos abiertos por la mitad?—Ese espectáculo, Antonio, ya hace tiempo que lo vemos.—Sí, hace tiempo que lo vemos, pero que no lo comemos.

Si con su iniciativa en Twitter Carlos Hernández pretendía acercar su investigación a un público más amplio, con este libro los autores se proponen dar corporeidad —y longevidad: en Twitter todo es fugaz— a las vivencias del tío abuelo. Fue Juan Espadas quien sintió la necesidad de dibujar todo aquello en cuanto leyó los tuits del deportado 4443. "Yo estudié historia, aunque me especialicé en medieval, y nunca nadie me había hablado de aquello", confesaba. Cuando leyó las penurias de los rotspanier, abandonados a su suerte por el Gobierno de Franco, se llevó las manos a la cabeza: ¿cómo es que sus historias no se conocían?

En boca de Antonio, su sobrino nieto puso sucesos de su propia vida —extraidos de registros, de sus notas y de las escasas conversaciones con familiares o amigos—, pero también el día a día de los 9.300 españoles que pasaron por Mauthausen, de los cuales sobrevivirían solo 3.500. A través de sus entrevistas con los combatientes que seguían con vida el periodista pudo reconstruir su rutina, sus casi inexistentes comidas, las epidemias que les acosaban, los trabajos inhumanos que les imponían, y también la organización interna que permitió alargar la vida de un buen puñado de entre ellos y acometer hazañas como el robo y conservación de los negativos fotográficos llevado a cabo por el preso catalán Francesc Boix y sus compañeros, y que permitió demostrar las atrocidades cometidas por las SS. 

 

Ilustración de Ioannes Ensis para el libro Deportado 4443, de Carlos Hernández de Miguel.

Es gracias a esas imágenes, principalmente, que el dibujante ha podido hacerse una idea clara del aspecto real del campo, desde los dormitorios en los que dormían apilados a la cantera en cuyas inmensas escaleras se dejaron la vida cientos y cientos de prisioneros. Otras etapas del calvario de los encarcelados por el régimen nazi siguen siendo una incógnita: "Como el interior de los trenes en los que llegaron, que fue muy difícil saber cómo eran". En unos furgones de "8 caballos, 40 hombres", viajaron cientos de personas durante días al borde de la asfixia. El rigor histórico buscado por ambos autores ha ido hasta el detalle de buscar qué tipo de altavoces se usaban en los campos, o cómo era el "pozo" que excavaban los prisioneros del vecino campo de Gusen

Las crudas ilustraciones de Ioannes Ensis, en blanco y negro y marcadas por una luz cenital que produce tenebrosos claroscuros, son un reflejo del horror. Un horror que el dibujante Art Spiegelman quiso vadear en Maus, la novela gráfica editada en los ochenta sobre la experiencia de su propio padre en los campos. Él decidió tomar distancia con lo inexpresable por medio de un dibujo pretendidamente naif que asimilaba a los judíos con ratones y a los nazis con gatos. "Él es mucho más listo que yo. Ha sido mucho tiempo mirando fotografías tremendas, y luego... Me sentía culpable por estar contando eso sin haberlo pasado, y tampoco sabía muy bien… No sé cómo explicarlo… Ha sido duro", balbucea Ensis al teléfono. 

 

Ilustración de Ioannes Ensis para el libro Deportado 4443, de Carlos Hernández de Miguel.

Antonio Hernández sobrevivió —arrastrando, eso sí, secuelas físicas y psíquicas toda su vida—, pero nunca volvió a instalarse en España. El país les traicionó cuando Franco repatriar a los combatientes republicanos tras ser apresados —existen telegramas en los que el Gobierno se desentiende de la suerte de los refugiados— y cuando aceptó que les destinaran a los campos de concentración —el Reich les traslada allí desde los más llevaderos campos de trabajo tras una visita de Serrano Suñer a Berlín—. Francia acogió a regañadientes a los prisioneros españoles, cuya pensión por haber luchado contra el nazismo llegó años después que a sus homólogos franceses. Temiendo ser encarcelados o asesinados, muchos no se atrevieron a poner un pie en España o lo hicieron solo con la protección del pasaporte francés. Fallecido el dictador, y con la vida ya hecha en el país vecino, muy pocos regresaron al país de manera definitiva. La mayor parte de ellos siguieron siendo el tío de Francia que decía poco y se guardaba mucho.

"Igual que las comunidades judías no han parado de reivindicar y recuperar los testimonios y la memoria de las víctimas del Holocausto, nosotros, con retraso, tenemos que hacer lo mismo", reivindica Hernández. Su libro señala la responsabilidad del Estado español, que todavía no ha hecho un reconocimiento oficial a los deportados —lo más cercano fue el viaje del entonces presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero a Mauthausen en 2005—. La razón, para el periodista, está clara: "Si los todavía defensores y nostálgicos del franquismo lo tienen complicado para intentar equiparar bandos, en este tema no tienen ningún tipo de argumento. Por eso les duele e intentan ocultarlo tanto. Es una de las pruebas sangrantes de que el franquismo nació de la mano del régimen nazi y que fue apoyado por él".

Este libro combate el nazismo

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Los tíos de Francia siguen esperando su turno, arañándole meses a la muerte. El relato del deportado 4443 señala con el dedo los horrores para que no se olviden. 

 

Ilustración de Ioannes Ensis para el libro Deportado 4443, de Carlos Hernández de Miguel.

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