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Aquí me cierro otra puerta

Ansu Fati y el orgullo de ser español

Quique Peinado

“Fíjate de dónde he salido yo, ¿eh? De Guinea Bisáu. Y pasando por Portugal, por Sevilla, para buscarme la vida. ¿Y ahora estoy en Barcelona y estoy viviendo esto? (…) Yo le digo que disfrute de la vida”. Bori Fati, el padre de Ansu Fati, la estrella emergente del fútbol español, es luminoso en las entrevistas, como en esta en Onda Cero. No se atisba en él un gramo de impostura: es un hombre que vive con pasión que su hijo se vaya a convertir una estrella. Como lo viviríamos cualquiera, claro, pero con una mochila detrás que no tiene casi nadie, al menos en este lado privilegiado del mundo.

Está bien que Ansu sea un símbolo. Saben la historia: hijo de un migrante de Guinea Bisáu a quien Sánchez Gordillo dio una oportunidad en Marinaleda y que resultó ser un genio del fútbol, lo acabó firmando el Barça y ya es el jugador más joven en marcar con la selección española. Es fácil (y lo merece) que su historia se utilice para demostrar que dar oportunidades a la gente que viene de fuera nos enriquece. Es lógico, además, que un tipo de política saque pecho por Fati. Y me parece bien: cada uno que muestre sus aciertos, y permitir a la gente que se deja la vida por llegar aquí tener un futuro mejor es de las mejores cosas que podemos hacer como país. En este caso, lo hizo la izquierda radical, sin más interés que el humano.

El problema, quizá, es que validemos hacer esto por la posibilidad de sacar de la inmigración un jugador que, posiblemente, nos dé muchísimas alegrías a los que somos devotos de la selección y a los que lo son del Barça. No se trata de ayudar porque pueda salir un Ansu. Se trata de hacerlo por justicia, por los derechos humanos, por lo más básico. Y tomarnos cada vida mejorada como un éxito de país, como una monedita en la bolsa de la Marca España. Estar orgullosos de ser españoles por esto.

Colaboro con la Fundación Raíces. Defienden a menores no acompañados de los abusos que sufren en España. Son “los abogados de los menas”, entre otras cosas. Les ayudan, además, a salir adelante. A superar las difíciles condiciones de ser niños y estar solos en un país que no es el suyo, del que salieron porque el futuro en sus casas no existía. A batallar contra un sistema que prefiere criminalizarlos a acompañarlos. Sepan o no jugar al fútbol. Tuvieron peor suerte que Ansu, incluso: sus padres no pudieron venir primero ni encontraron un Sánchez Gordillo que les facilitara una vida digna.

En Raíces cuentan historias de fracasos, claro. De chicos y chicas a los que pierden la pista. Que no acaban bien. Que desaparecen. Pero también éxitos. Muchos. Como el de Mamadou. Huyó de la guerra en Mali. Mataron a sus dos hermanos pequeños. Atravesó África hasta que llegó a España con 15 años. Con la ayuda de Raíces superó todas las increíbles trabas burocráticas y jurídicas que tuvo que sufrir. Hizo cursos de castellano, de taller de mecánico de motos, de ayudante de cocina, de cortador de jamón. Trabaja en un restaurante del programa Cocina Conciencia, que forma a estos chicos para currar en diferentes restaurantes que colaboran con la entidad. Es jefecillo en su trabajo, incluso. Tiene 21 años, vive en un piso de alquiler con otro compañero y posee un futuro.

Su vida me hace profundamente orgulloso de ser español. De pertenecer a un país que tiene a gente que da oportunidades y encauza vidas. No se pueden hacer muchas cosas más grandes.

Iñaki Williams, jugador del Athletic, cuenta que sus padres saltaron la valla de Melilla: “Sería más baja que la de ahora, porque mi madre tiene un culo así y no creo que pudiera”, contó en La Resistencia, riendo. La vida es tan buena a veces que Iñaki puede bromear con una situación tan dura. Me consta, además, que es un chico que se preocupa por los demás. A nadie se le puede pedir, pero ojalá Ansu sea un referente de futuro para los que vivieron su historia y no llegaron a estrellas de nada. Lo haga o no, solo verlo ahí será motivo de orgullo para ellos. Y para mí, claro, como español.

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