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La moción de censura se cebó con Vox

José Miguel Contreras

Vox pensó que después del verano podría tener una buena oportunidad política por partida doble. Según su diseño, la moción de censura iba a servir como juicio público contra el Gobierno de coalición en plena emergencia sanitaria y bajo los efectos de una crisis económica aguda. Además, la iniciativa podría permitir un doble efecto beneficioso para sus intereses. Aspiraban a colocarse a la cabeza de la oposición parlamentaria, relegando a Pablo Casado y al PP a una incómoda posición subsidiaria. Es lo que en la jerga del marketing llaman un win-win, una victoria asegurada y doble.

Vox en el centro de los ataques

La vida te da sorpresas, cantaba Rubén Blades hace años. Lo que no supo medir Vox es que, al final, la moción de censura simultánea contra el Gobierno y contra el PP se transformó en el Congreso de los Diputados en una moción de censura a Vox. Santiago Abascal y los estrategas del partido no midieron bien la posibilidad que han brindado al resto de formaciones parlamentarias a dedicar dos días de debate a desnudar y denunciar el papel de la extrema derecha en la España de hoy.

Desde su nacimiento, tanto la izquierda como la derecha parlamentaria han preferido ignorar en la medida de lo posible a la formación de la ultraderecha con el fin de no darle más protagonismo. Para el PP, Vox siempre ha sido una incómoda amenaza a su posición. Para la izquierda, confrontar con la extrema derecha corría el peligro de reforzar su papel y darle una cobertura que facilitara su crecimiento.

Todo a una carta

Tanto pareció autoconvencerse Vox de lo acertado de su movimiento que ni siquiera lo prepararon a conciencia. La intervención de Ignacio Garriga no pudo ser más hueca y falta de toda novedad. Lo mismo puede del discurso de Santiago Abascal. No incluyó un solo aspecto novedoso. No hubo ni un concepto, ni una frase, que rompiera la monotonía de sus discursos de estos meses atrás.

En la sesión de tarde, se descubrió el golpe de efecto que Vox pretendió convertir en un evento mediático. Santiago Abascal en su debate con EH Bildu decidió apostar por plagiar la película dirigida por Aaron Sorkin Los 7 de Chicago,Los 7 de Chicago, que recientemente ha estrenado Netflix. La lectura de la lista de las víctimas de ETA intentaba remedar la legendaria acción de Tom Hayden ante el tribunal que le juzgaba en la que enumeró una lista de los soldados norteamericanos caídos en la guerra de Vietnam.

La utilización partidista de las víctimas del terrorismo es un clásico de la derecha en España. En este caso, la artificiosidad del show mostró la soledad de la extrema derechashow. Ni siquiera los diputados del PP secundaron el teatrillo montado por Vox y no se levantaron durante la larga lectura.

El acierto de no aceptar la provocación

Otra de las previsiones que falló a Vox fue la de dar por hecho que su lenguaje provocativo y bravucón iba a desencadenar un debate bronco que trasladara una imagen pública de crisis y tensión. Acertó plenamente la izquierda parlamentaria en negarse a entrar en polémica alguna. No se escuchó una sola voz, ni una sola interrupción mientras Garriga y Abascal lanzaban sus diatribas en busca de confrontación. La supuesta fiereza de sus intervenciones quedaban aplacadas por la calma y silencio del auditorio.

Pedro Sánchez apoyó sus intervenciones en formas comedidas y tranquilas que, curiosamente, dieron mayor fuerza y credibilidad a sus argumentos. El mismo discurso que pronunció hubiera cambiado por completo su sentido si lo hubiera lanzado en un tono más exaltado y sonoro. Vox le brindó la oportunidad al presidente del Gobierno de coalición de retratar a la ultraderecha con calma, con tiempo y con detalle. Se permitió desmenuzar todo el argumentario que durante los últimos tiempos ha servido de base a la formación encabezada por Abascal.

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Un grupo aislado y minoritario

Si Vox pretendía aparecer como líder de un estado de ánimo general antigubernamental, cabe entender su fracaso como operación política. Abascal utilizó en multitud de ocasiones la fórmula de auto erigirse como portavoz de una supuesta mayoría social. Sin embargo, su aislamiento fue notorio en todo momento. Acabó por chocar con todos los portavoces parlamentarios reforzando su imagen de soledad.

Vox representa en la actualidad al 15% de la población española. En el parlamento ocupa 52 escaños de los 350 existentes. La ultraderecha vive aislada en su burbuja mediática y en sus redes sociales. Se alimenta en un submundo que tiene la envergadura que tiene. Se trata de una minoría con una representación real que ha quedado manifiesta en el Congreso de los Diputados. Lo mejor de la democracia es que resuelve los debates con una votación final. Eso ubica a cada uno en el lugar que le corresponde.

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