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¿Volver a la normalidad?

Sergio Pascual

Cuando por un momento parecía que íbamos a levantar la vista y afrontar esta crisis con altura de miras y con espíritu colectivo, la coyuntura y la polémica entró a pelear por imponerse también en estos tiempos de coronavirus. Principalmente desde la política, o quizá debería decir el partidismo, y con la ayuda de noticieros/reality se fuerzan debates falaces y estériles con el único ánimo de confrontar: ¿debería pararse completamente la producción o no?; ¿“la culpa” es de la falta de anticipación del Gobierno o está acertando con las medidas?; ¿debieron prohibirse concentraciones desde finales de febrero… o no?, ¿se están ejecutando bien las compras del Gobierno o no?

Sin quitar ni un ápice de importancia a estas discusiones, lo cierto es que en su mayoría son debates de barra de bar. Y en estos tiempos algunos casi hieden a cocina mugrienta y aceite requemado. Por más que carguen a toda página contra el Gobierno, ni Cebrián ni otros tertulianos son epidemiólogos y desde luego ni él ni Ayuso, ni Casado, ni Sánchez, ni Macron, ni Trump tienen la varita mágica que permite optimizar la adopción de medidas de tal modo que el resultado en términos de pérdidas de vidas humanas en el corto, el medio y el largo plazo, sean mínimas. Entre otras cosas porque nadie controla el mercado de piratas sin alma en el que se ha convertido un sector médico que nunca debimos externalizar. Como nadie puede ponderar la magnitud de una crisis económica por venir que puede llevarse por delante también muchas vidas.

En lo que toca a la gestión, esa coyuntura se trata sencillamente de poner la vida en el centro de las prioridades y gestionar de la mano de aquellos que más experiencia y saber acumulan, con nuestras capacidades y asumiendo nuestras debilidades. Así de sencillo. ¿Tanta necesidad hay de polemizar?, ¿Tanto necesitan algunos figurar?. El otro día Pablo Casado, el líder de la oposición, aparecía ante los medios delante de una multipantalla gigante en la que aparecían múltiples conexiones al mismo tiempo…¿con quién?, ¿para qué?...el único objetivo era “figurar”, “aparentar” que estaba en la sala de mandos en el fragor de la batalla. Si no fuera demasiado triste resultaría ridículo.

Solo espero que profesionales de la polémica y los políticos con “mono” de cámara no nos aparten del debate de más hondo calado que enfrentamos como sociedad, como humanidad, y que deriva de nuestro baño de realidad, el que altera nuestras certezas y vuelve a poner en el centro algo que nunca debimos olvidar: somos parte de una comunidad.

Comunidad que construye instituciones, para defenderse y prosperar. Este, el de la necesidad del Estado, es un sentido común que avanza en estos días porque hoy más que nunca sentimos que las instituciones que hemos construido entre todos son nuestro refugio y nuestra defensa, en ellas depositamos nuestra confianza cuando el miedo arrecia. Hoy las apreciamos más. Y hoy esas instituciones no solo son más apreciadas. Son más fuertes. Porque el Estado, nuestro Estado, ejerce su poder en toda su magnitud. Incluso los sacrosantos intereses privados quedan supeditados al interés general y ni los liberales más acérrimos se atreven a cuestionarlo.

Somos más comunidad también porque nos informamos y conmovemos juntos a través de medios de comunicación comunes, en el mismo idioma, con las mismas cifras, con los mismos referentes públicos y similares rostros de la tragedia. Vibramos al unísono y nuestra vibración tiene la misma melodía que la italiana o la francesa pero no el mismo tiempo. Resuena la comunidad española con un dolor compartido que nos cohesiona como sociedad.

En estos días también nos percatamos de que nuestra comunidad echa raíces en la igualdad, una concepción, la igualitarista, que hoy gana enteros. Hoy nos resulta más inaceptable que nunca que existan desigualdades en el acceso a la sanidad. No dudamos en intervenir la sanidad privada y eliminar de raíz un privilegio que hoy nos resultaría insoportable. Somos iguales también frente al virus, que no hace distinciones de contagio entre poderosos o subalternos.

La nuestra también es una comunidad hoy renovadamente consciente de la importancia crucial de las tareas de cuidado y reproducción de la vida. Aquellos que nos cuidan en los hospitales, que producen nuestros alimentos, los transportan o los comercializan son los héroes de los aplausos de cada noche a las ocho. Volvemos la vista a lo importante y vemos que lo importante tiene salarios de miseria, como los de las enfermeras de la comunidad de Madrid, que cobran 3,5€ por hora por hacer guardia de noche o como nuestros agricultores, a los que ahora recordamos, aún con más afecto si cabe, manifestándose en nuestras calles reclamando un ingreso justo.

Comunidad porque, como diría Polanyi, volvemos a mirar los intercambios humanos como un todo complejo. La economía se desautonomiza y vuelve a estar incrustada como un aspecto más de la vida social. Conciertos al alcance de todos, clases de todo tipo sin coste alguno, cultura gratuita, taxistas que apoyan altruistas a quien tiene que desplazarse, costureras que arman mascarillas desinteresadamente y una comunidad que se hace cargo de los más desvalidos, los que perderán sus salarios o no podrán pagar sus deudas. La vida se desmercantiliza por un instante y nos recuerda que cuando queremos, si queremos, juntos y sin calculadoras podemos enfrentar metas y retos que nos hacen mejores.

Somos también parte de la comunidad extendida que compone la humanidad. Porque aunque vivamos en clave local esta pandemia nos conmovemos al unísono con el resto del globo y, de algún modo, se extiende en nuestro inconsciente la idea de que este golpe es una expresión más de un planeta que agoniza asfixiado por nuestro modo de vida ultracontaminante y que ahora zarandea nuestras puertas exigiendo ser escuchado por fin.

Pronto nos dirán que podemos volver a la normalidad. La normalidad de una cultura mercantilizada, la de los salarios de miseria para quienes realizan las labores más esenciales, la de las desigualdades en el acceso a una salud parcialmente privatizada, la de un modelo de producción ecológicamente insostenible y la de un Estado que se desangra por los recortes hacinando a nuestros hijos en escuelas con cada vez menos medios.

Sí, si no sacamos lecciones de este durísimo golpe pronto volveremos a la normalidad. Pero que al menos no nos hurten el debate. El futuro está en nuestras manos, lo estamos demostrando en estos días. ¿Volveremos a esa normalidad?

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