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Nuestro aliado saudita

Tras el asesinato del periodista Jamal Jashogi en el consulado saudí de Estambul, se ha escrito mucho sobre la dictadura político-religiosa de Arabia Saudita, pero no se ha explicado el devenir cotidiano de esa sociedad medieval.

Hace más de una década que la propaganda oficial de los países aliados de Arabia Saudita trata de vender a la monarquía saudí como gran impulsora de la modernización del país y ponen de ejemplo los dos grandes logros que dichos sátrapas han conseguido en estos últimos años: que las mujeres saudíes puedan conducir y que puedan abrir salas de cine, el resto sigue igual.

Si algún occidental tiene la desgracia de que su empresa le mande a trabajar al desierto saudita, es indispensable que no se deje influenciar por la propaganda y conozca la realidad social del país porque comportamientos que en Occidente son normales, allí pueden suponer la decapitación en la plaza pública cualquier viernes por la tarde. Los saudíes no se divierten cortando rabos y orejas a los toros, no, allí disfrutan viendo como cortan manos y cabezas a los seres humanos.

El visado para entrar en Arabia Saudita es muy complicado de obtener, hay que ser peregrino a la Meca, tener un contrato de trabajo u otra circunstancia especial. A los simples turistas no se les permite la entrada.

La primera medida que tiene que adoptar un extranjero cuando entra en Arabia es calcular con exactitud la fecha prevista de salida porque si le vence el visado, no podrá abandonar el país hasta que lo renueve. En los países normales, cuando un extranjero no tiene visado, se le expulsa si está conforme, en Arabia ocurre justo al revés. Si a un extranjero le vence el visado, es retenido forzosamente en el país hasta que no obtenga uno nuevo y esa tarea puede demorarse varios meses, sobre todo si la fecha de vencimiento está próxima al Ramadán o al Hach (peregrinación a la Meca), fechas en las que se paraliza la actividad administrativa. Tengo que pedir perdón a las autoridades saudíes por utilizar la palabra sagrada Hach cuyo uso está prohibido a los no creyentes. Si un infiel pronuncia esa palabra incurre en el equivalente a lo que aquí se conoce como delito contra los sentimientos religiosos. Decir “Ramadán”, si dejan. Alá aprieta, pero no ahoga.

Otra recomendación importante es que a ningún extranjero se le ocurra conducir por Arabia porque si tiene un accidente por mínimo que sea no podrá abandonar el país hasta que sea declarado culpable, algo que sucederá irremediablemente si el contrario es de nacionalidad saudí.

En Occidente es poco conocido que en Arabia existe un tipo de Policía cuyo cometido es la “Propagación de la Virtud y la Prevención del vicio”. Los fines de esta policía religiosa conocida como Mutawa también han sido modernizados últimamente. Antes se dedicaban a prevenir la “eliminación del pecado” a latigazos y ahora se dedican sólo a “prevenir el vicio”, utilizando otros métodos más sofisticados, pero no menos dolorosos.

Los tales mutawa, entre otras atribuciones, pueden clausurar negocios si no se respetan las costumbres religiosas. Aquí conviene advertir a los futuros visitantes de Arabia que tengan en cuenta las horas de la oración porque si están en un restaurante, tendrán que abandonarlo durante los veinte minutos que dura la plegaria. Los propietarios del negocio están obligados a echar el cierre mientras se reza. Los policías religiosos vigilan que nadie trabaje durante la oración y que se guarde el debido respeto en la calle.

Otras funciones de la policía religiosa es no permitir que una mujer vaya acompañada de un varón que no sea su marido, padre, hermano, o hijo. Quebrantar esta norma, incluso para las extranjeras, supone una detención segura para ambos. Entrar en un cuartel de la Mutawa detenido es una experiencia nada recomendable porque dependiendo de las circunstancias puede suponer desde la desaparición hasta la violación de ambos. No en vano hay quien afirma, con razón, que en Arabia no hay presos políticos, desaparecen de inmediato.

En los restaurantes hay una sección para las familias y otra para los solteros. Si una señora quiere comer tiene que descubrirse la cara lo que sería motivo de detención inmediata. Para cumplir con la normativa y poder comer, lo que hacen las mujeres es poner biombos en su entorno. Cuando se acerca el camarero, antes de traspasar el biombo, tiene que pedir permiso para que a la mujer le dé tiempo a taparse la cara.

La mano de obra son pakistaníes y filipinos que trabajan en condiciones de semiesclavitud, sin reglamentación alguna y viviendo en condiciones infrahumanas. Para que no puedan escaparse a su país de origen, se les retira el pasaporte al entrar y no se lo devuelven sin el visto bueno de su amo. Las extranjeras cuando van a trabajar a Arabia suelen residir en una especie de campos de concentración, protegidas por doble alambrada. Entre ambas alambradas patrullan tanquetas del Ejército para impedir que los aborígenes se asomen a ver a las occidentales. En el interior de esos recintos –los llamados compounds– las mujeres extranjeras pueden vestir prendas normales.

La censura política y religiosa es la más estricta del mundo. Están prohibidos todos los símbolos de las otras religiones. Por eso han suprimido el tramo horizontal de la cruz roja sobre fondo blanco que aparece en el ángulo superior derecha del escudo del FC Barcelona. En las camisetas y pegatinas de los coches que se ven en Arabia Saudita, en vez de la cruz de San Jordi aparece un ridículo palote vertical.

La censura de Internet llega a prohibir casi todos los periódicos de las democracias occidentales, dependiendo de las noticias que salgan ese día. Para censurar el periódico ponen un cartel que dice Si piensa que Vd. tiene derecho a ver esta página llame al siguiente teléfono…. Si alguien se atreve a llamar al número que aparece en la pantalla es recomendable que lo haga desde el extranjero porque si lo hace desde el interior del país se arriesga a cualquier desgracia.

Sería interminable explicar los detalles de la vida cotidiana en Arabia Saudita, pero se puede afirmar, sin género de dudas, que es la dictadura más sanguinaria del planeta. Basta con hacer una reflexión: si se atreven a descuartizar vivo a un periodista de The Washington Post en un país extranjero, ¿qué no harán dentro de sus fronteras?.

Bueno, pues esta dictadura político-religiosa es nuestro principal aliado en Oriente Próximo y a quien no sólo vendemos armas, sino que también prestamos apoyo en su guerra del Yemen. Las famosas cuatrocientas bombas guiadas por láser no son una venta de armas que proporcione puestos de trabajo en España porque esas bombas están fabricadas en EE.UU. y no suponen ningún negocio para España, son una reventa.

España ha vendido a Arabia Saudita esas bombas a un precio unitario de unos 23.000 euros. Como esas bombas forman parte del arsenal que mantiene el Ejército del Aire, ahora tendrá que reponerlas comprándoselas otra vez a EE.UU, solo que ahora han subido de precio y nos van a costar unos 30.000 euros cada una. No estamos, por tanto, ante un negocio de venta de armas sino ante un apoyo directo a la guerra del Yemen, con armamento de nuestro propio Ejército.

En España no se fabrican esas bombas guiadas por láser, el nivel tecnológico de la industria armamentista es muy inferior, como se demostró en la Guerra de las Malvinas donde los aviones argentinos lanzaron bombas fabricadas por Explosivos Alaveses que no explotaban por un mal calibrado de las espoletas.

Resulta grotesca la justificación del Gobierno para apoyar la reventa a los saudíes de las bombas guiadas por láser porque “no van a causar daños colaterales”, dada su alta precisión. El Gobierno parte de la base errónea de que las autoridades saudíes no son capaces de utilizar esas bombas directamente contra inocentes, sin el menor escrúpulo.

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Hace tiempo que venimos apoyando la guerra en Siria. Primero con el bombardeo de Shayrat, en abril de 2017, con misiles Tomahawk lanzados desde buques con base en Rota, sin conocimiento del Gobierno español, ni de la OTAN, y luego con el destino, desde abril de este año, de tres aviones cisterna KC-135 de la USAF en la Base de Zaragoza con la misión de reabastecer en vuelo a los aviones que van a bombardear Siria.

Conviene recordar que en 1966 se produjo un accidente sobre Palomares (Almería) cuando un cazabombardero B-52 de la USAF colisionó con un KC-135 mientras trataba de reabastecerse en vuelo. El plutonio procedente de las bombas atómicas que portaba el B-52 aún sigue esparcido por la zona sin que el Gobierno estadounidense tenga la menor intención de llevárselo.

El Gobierno español carece de política propia en Oriente Próximo, sólo obedece a las directrices marcadas por los Estados Unidos, y esa postura debería de tener algún límite como es el estar apoyando a la monarquía más cruenta y despiadada del planeta. ¿Duerme tranquilo el señor Borrel cuando le comunican el número de víctimas ocasionadas por bombas españolas en Yemen, o cuando le dicen que en Arabia Saudita hay presos políticos?

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