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El fin de los grandes relatos: ¿un mal presagio?

Asja Fior | Miguel Martín

En las últimas décadas del siglo pasado tuvo gran relevancia en el ámbito de las humanidades y ciencias sociales de Europa y Estados Unidos la teoría de la posmodernidad. Uno de los mayores exponentes de este movimiento fue Jean-François Lyotard, quien teorizó sobre la desaparición de los grandes relatos de la civilización occidental y sus respectivas promesas. Entre ellos destacó los siguientes:

1) El cristiano, fundamentado en la promesa divina de que todos los hombres, al final de los tiempos, se encontrarán en comunión con dios, en un estado y espacio de plenitud más allá de la vida terrena.

2) El marxista, que prometía la llegada de un paraíso terrenal para el conjunto del género humano cuando el proletariado derrotase a la burguesía y desapareciesen las distinciones entre clases sociales.

3) El del iluminismo, basado en la confianza en la diosa razón como garantía del progreso social y humano en contraposición al oscurantismo que representaba la irracionalidad y las teorías acientíficas.

4) El capitalista, que se basa en el convencimiento de que el crecimiento económico puede ser ilimitado y que, con él, llegará la redistribución de la riqueza, la mejora de las condiciones sociales y la prosperidad para todos.

Lyotard y buena parte de los posmodernos cargaron acertadamente contra esta visión teológica de la historia y frente a ello propusieron la exaltación de los pequeños relatos, llegando, incluso, a plantear la idea del “no relato”, acentuando, así, la imposibilidad de generar una narración capaz de englobar el conjunto de nuestra historia.

Hoy en lo que se conoce como Occidente nos encontramos con personas cada vez más atomizadas y con sociedades incapaces de generar adhesión en torno a un proyecto de progreso común

Ahora bien, al contrario de lo que vaticinaban los planteamientos posmodernos que entendían la desaparición de los grandes relatos como una liberación que haría de los individuos seres más conscientes y realistas, con mayor autonomía y sentido crítico, hoy en lo que se conoce como Occidente nos encontramos con personas cada vez más atomizadas y con sociedades incapaces de generar adhesión en torno a un proyecto de progreso común.

Al respecto, dentro de la Academia se teoriza sobre esta situación poniendo el foco en la sociedad de la información, en la sociedad de consumo, en los efectos de globalización o en la desafección política y falta de legitimidad de nuestros partidos políticos e instituciones. Sea como fuere, pareciera como si la ausencia de un gran relato común, que interpele y conduzca a actuar al conjunto de miembros de nuestra sociedad en son de un proyecto colectivo, tenga como consecuencia el acentuamiento de la insatisfacción y la incertidumbre en la que vivimos instalados.

Por ejemplo, si pensamos en la Unión Europea, cuyo proyecto se basa en una serie de valores fundamentales como la dignidad humana, la libertad, la democracia, la igualdad, el estado de derecho o los derechos humanos; hoy en día –lejos de que exista un gran relato que aúne a la ciudadanía en torno a esos elementos– nos encontramos con un individualismo exacerbado, con alternativas políticas que apenas llegan a institucionalizarse sobre la base de discursos fugaces (véase el Movimento 5 Stelle, Podemos, el Bloco de Izquierdas, etc), con la aparición de movimientos pensados para ser hegemónicos y transformadores que pronto se desvirtúan y fragmentan (feminismo, ecologismo, etc) o con el refortalecimiento del nacionalismo que atrae a ciertos sectores de la población gracias al sentimiento de pertenencia que ofrece en contraposición con un “otro” que procede de fuera.

Pues bien, frente a este modelo social que se sostiene sobre una fragmentación infinita de la sociedad, que carece de relatos englobantes y que no ofrece a sus respectivos miembros un programa de acción claro más allá de conseguir un trabajo que garantice un mínimo de bienestar basado en el consumo; en otras latitudes que escapan de la cultura occidental existen formas distintas de ver e interpretar la realidad.

Véase el caso de organizaciones como ISIS, que a través de su aparato propagandístico ha logrado crear en torno a ideas como el Estado Islámico una ilusión que, más allá de generar una adhesión entre yihadistas convencidos, ha logrado conectar con sectores de la población europea muy alejados de las formas y estilos de vida que se propugnan por parte de este tipo de movimientos terroristas. Esto, además de demostrar su capacidad para captar adeptos a nivel global, también demuestra que la afirmación de que los grandes relatos han muerto es una completa falacia y que su formulación sigue siendo tan persuasiva como lo pudo ser en el pasado.

En el caso concreto de ISIS, el discurso que proponen, a pesar de que se estructura sobre la base de un régimen axiológico completamente antagónico a los valores europeos (defienden un sistema teocrático frente a la democracia liberal; oponen la obediencia a Alá frente a la libertad de elección; exaltan la violencia frente al pacifismo; propugnan la invisibilidad de las mujeres en contraposición a su derecho de participar de la vida pública), ha logrado despertar interés y adhesión en amplios sectores de la ciudadanía europea, sobre todo entre los más jóvenes.

Este fenómeno, al margen del juicio moral que pueda suscitarnos este tipo de organizaciones, pone de manifiesto la insatisfacción y falta de entusiasmo que genera nuestro actual modelo de sociedad y evidencia el triunfo de sus planteamientos frente a  la hipocresía sobre la que se sustenta el progreso y bienestar de las sociedades occidentales:Hablamos de Derechos Humanos mientras vendemos armas a países en conflicto, defendemos la libertad de las mujeres mientras toleramos la trata de seres humanos, consideramos que los niños deben recibir una educación de calidad mientras consumimos ropa producida en condiciones de esclavitud infantil, y así un largo etcétera” (Martín, 2022).

En ese sentido, no se puede decir que el discurso de ISIS es eficaz en sí mismo, sino que su eficacia se basa en la capacidad de haber configurado un relato alternativo a nuestro sistema social, el cual, según sus planteamientos, se señala de forma reiterada como la causa de nuestra insatisfacción y frustración vital. Frente a la “esclavitud material” en la que dicen que vive sumida Occidente, ellos proponen la “esclavitud a Alá”, un camino que, tal y como sostienen, guiará y enriquecerá espiritualmente a aquel que lo escoja y le permitirá alejar la hipocresía de su alma.

Si nos adentramos en este universo de sentido, además de atender a su coherencia, nos daremos cuenta de que su propuesta se articula sobre la base de un relato que ofrece a sus potenciales seguidores la posibilidad de formar parte de un sujeto colectivo claro y bien definido, con una determinada misión en el mundo y que transforma al individuo en un “sujeto de hacer”, es decir, en un sujeto con voluntad que tiene la oportunidad de participar y corresponsabilizarse de un proyecto que va más allá de su realidad singular.

Frente a este tipo de narraciones, como decíamos, nos encontramos con una Unión Europea que, a pesar de encontrarse en un momento crucial y decisivo en ámbitos como la geopolítica, la economía o el modelo energético; no logra ni entusiasmar ni tampoco generar un gran relato que interpele e involucre al conjunto de los Estados que la conforman y a sus ciudadanos, que sea coherente con los valores con los que se fundó y que ofrezca a las personas la oportunidad de formar parte de un proyecto de vida común más allá de la atomización y la fragmentación social en la que vivimos instalados.

Tal vez el triunfo de propuestas como las de ISIS sea pasajero, pero sin duda son un síntoma de la poca capacidad de adhesión de nuestros actuales discursos oficiales, así como una consecuencia de que no existan relatos que pongan el acento en los elementos que nos unen y no sólo en los que nos distingue o nos singulariza como individuos. Al contrario de lo que implica formar parte del Califato anunciado en 2014 por Al-Baghdadi, ser ciudadano europeo no parece significar nada relevante para muchos jóvenes de hoy en día que o bien optan por posiciones excluyentes o bien viven inmersos en la apatía. ¿Estamos en un punto de no retorno o es posible cambiar esta tendencia? Sin duda alguna, la falta de una reflexión seria sobre el futuro, tal y como propuso Jorge Lozano en Futuro. Un tempo della storia (2021), es un mal presagio.

Bibliografía sugerida:

Lyotard, J.F. (1987): La posmodernidad (explicada a los niños). Barcelona, Gedisa.

Martín, M. (2022): “Apuntes sobre la revista Dabiq: el destinatario en el discurso del Estado Islámico”. Tendencias Sociales. Revista De Sociología, (8), 177–198.

Martín, M. (2021): “Talibanes, ¿causa o consecuencia de la crisis de Occidente?”. Nuevo Campo Mediático

En las últimas décadas del siglo pasado tuvo gran relevancia en el ámbito de las humanidades y ciencias sociales de Europa y Estados Unidos la teoría de la posmodernidad. Uno de los mayores exponentes de este movimiento fue Jean-François Lyotard, quien teorizó sobre la desaparición de los grandes relatos de la civilización occidental y sus respectivas promesas. Entre ellos destacó los siguientes:

1) El cristiano, fundamentado en la promesa divina de que todos los hombres, al final de los tiempos, se encontrarán en comunión con dios, en un estado y espacio de plenitud más allá de la vida terrena.

Publicado el
13 de agosto de 2022 - 19:56 h
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