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Dos adioses y un silencio

Escribo esto mientras en los boletos de radio se cuelan dos adioses bien diferentes: el primero, por minutos de diferencia, el de Rocío Monasterio. Uno de los pilares en los inicios de Vox se va después de que la dirección del partido la haya apartado sin previo aviso, un poco/bastante por sorpresa. La que ha sido cara visible del partido de Abascal en Madrid se va casi un año después de que lo hiciera su marido y se va acusando a la formación de empezar a tener demasiados tics de organización poco democrática (casi da la risa escucharle). Vox sigue perdiendo pesos pesados y sigue perdiendo apoyos. Y sólo el tiempo dirá si esto es el principio de su desaparición. O al menos, de pasar a ser irrelevante.

El otro adiós sí que ocupará más páginas hoy en los periódicos, y ocupó, lógico, más minutos de programas informativos y de deportes este jueves. Nadal se va.

Él pidió poder manejar los tiempos, pidió respeto, pidió ser completamente libre a la hora de tomar la decisión más complicada de su vida: cuándo y cómo decir adiós al tenis. Cuándo dejar la raqueta.

Estos últimos meses, muchos, yo incluida, nos preguntábamos por qué alargar una agonía física en cada torneo. Por qué empeñarse en machacar así su cuerpo y, sobre todo, su legado. Verle sufrir en la pista y perder en las primeras rondas de muchos grandes torneos era doloroso, para él y para quienes le hemos admirado como deportista. Sus lesiones le lastraban. Y cada vez era más complicado que su cuerpo acompañara a su cabeza, por mucho que quisiera estar al 100%.

Pero, efectivamente, él quería saber hasta dónde podía llegar. Y fue hasta ayer. Nadal anunció que se retira. La Copa Davis será su último torneo. Se retira siendo uno de los mejores tenistas de la historia. En eso no hay contestación. Ha sido una leyenda y lo seguirá siendo. Será difícil repetir su palmarés.

Tras su triunfo en el último Wimbledon, Nadal dejó de ser ese tenista imbatible. Dentro y fuera de la pista. Quizás aquel era el momento: decir adiós en todo lo alto, en un torneo emblemático, en Londres, sobre el césped, el rey de la tierra batida ganando y entrando de nuevo en la historia.

Se retira siendo uno de los mejores tenistas de la historia. En eso no hay contestación. Ha sido una leyenda y lo seguirá siendo. Será difícil repetir su palmarés

Es fácil decir lo que debía o no hacer ahora, cuando ha pasado tiempo. Nadal nos ha regalado las mejores tardes del verano, nos ha hecho soñar a todos con esos golpes, con sus mordidas al trofeo fetiche del mallorquín, el de Roland Garros.

Sus decisiones deportivas y sus declaraciones sobre algunos asuntos polémicos amenazaron con desdibujar la leyenda. Una amenaza que viendo la reacción de ayer en todos los medios se ha quedado en eso. Ha sido un grande del deporte. Ha sido, sin duda, uno de los mejores deportistas de la historia. Y eso no se lo discute nadie.

Irte con el reconocimiento de todos es complicadísimo en este mundo en el que es difícil ponernos de acuerdo en casi nada y en el que la envidia lo mancha todo. Nadal lo ha conseguido también, algo que sumar a ese impresionante palmarés.

Monasterio se ha ido sin el reconocimiento de nadie, ni siquiera de su partido. No admitió preguntas pero, eso sí, dejó muchos recados a Abascal. Desde luego, el partido se le está quedando cada vez más prieto en cuanto a núcleo duro, eso no lo puede negar.

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