Reforma fiscal y el virtuosismo parlamentario Pilar Velasco
Agur Lagun
En tiempos de oscuridad, de miedo, siempre hay sitios que se erigen como refugio, sin haberlo pretendido, sin que su objetivo fuera ése. Sitios en los que sabes que ahí encontrarás la paz que fuera no existe, el silencio que no logra hacerse hueco en medio de tanto ruido, donde la cordura se impone a la sinrazón. Lugares que consiguen que, a través del tiempo, todos lo identifiquen como el oasis que se levantó en medio de un desierto de ideas, de respeto, de paz…
La librería Lagun de San Sebastián lo consiguió. A lo largo de muchos años, a lo largo de muchas batallas. Sobrevivieron a todo tipo de intransigentes y se convirtieron en ese amigo al que acudías cuando buscabas encontrar voces diferentes a las que se imponían o con la censura del franquismo o con las balas de los terroristas. Nunca agacharon la cabeza y eso los convirtió, sin pretenderlo, en el punto de referencia de una ciudad que, en ocasiones, parecía demasiado gris.
Es curioso que cuando la ciudad es más libre, más abierta, más llena de vida que nunca, Lagun tenga que cerrar
San Sebastián hoy luce en todo su esplendor, es una ciudad llena de vida, de gente que viene y que va, de turistas que se bajan en manada para ir a comer pintxos a la parte vieja, comprar en el Zara del Mercado de San Martín y pasear por un abarrotado paseo de la Concha. En los meses de verano la ciudad colapsa de visitantes, se ha convertido casi en un parque temático de las vacaciones, con tanto turista, pero ahí están, saboreando esa apertura que durante tantos años les fue negada. Y es curioso que cuando la ciudad es más libre, más abierta, más llena de vida que nunca, Lagun tenga que cerrar. Al amigo que siempre estuvo ahí le ha fallado el sector, las ventas. Y los números, esta vez, han sido los que han decidido el cierre de esta mítica librería. No los intransigentes, sino las ventas.
Estos días todos volvemos de nuevo la mirada hacia ese lugar, recordamos lo que significó en muchos momentos de la historia de San Sebastián, de los donostiarras. Una librería que era reconocida por todos. Fuera de la ciudad también. Y lo hizo sin pretenderlo, sin pedirlo, sin levantar la mano. Lo hizo por puro instinto, por convencimiento.
La fecha para que eche la persiana de momento no está clara. Así que apuraré y en mi próximo viaje prometo acercarme, a llevarme unos cuantos libros, esos que se quedan para siempre en tu librería, que prestas a los amigos y que luego, tus hijos, cuando son más mayores, vuelven a releer. Iré a buscar mi recuerdo de ese amigo, de Lagun, que nunca nos dio la espalda. Eskerrik asko.
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