¡A la escucha!

Campeones de carne y hueso

Sin aspavientos, con una elegancia exquisita, con una humildad que muchos deberían de aprender a practicar. Son leyendas del deporte, deportistas que siguen en activo pero que ya han hecho historia y aún así, cuando vuelven a ganar, cuando vuelven a hacer historia, utilizan palabras como “equipo”, “trabajo”, “dolor”, “la meta no era esto, era disfrutar cada día con lo que hacía”…

Rafa Nadal el domingo pasado y la madrugada del viernes Marc Gasol volvieron a dar un ejemplo de lo que es ser todo un campeón en el deporte y en la vida. Hablaron desde la humildad, se acordaron de quienes les habían ayudado a llegar hasta allí, de ex compañeros que habían dejado por el camino y de lo complicado que había sido ese año seguir compitiendo al más alto nivel, como en el caso de Nadal. Eran héroes, Hercúleos como les ha llegado a apodar la prensa, pero se presentaban ante los demás, como personas reales, con problemas reales, con dolores reales y con obstáculos tan reales como repensar tu carrera cuando llega la duodécima lesión.

El que faltaba

Nadal, Gasol, son esos deportistas en los que cientos, miles de niños que juegan al tenis o al baloncesto, se miran. Son su ejemplo a seguir y tienen suerte, porque les ha tocado vivir en una etapa en la que han encontrado a los mejores de los que aprender. No siempre es así y no en todos los deportes. Estos días estamos hablando mucho de una trama de futbolistas que se dejaba comprar a cambio de amañar partidos, que salían al terreno de juego para hacer trampas, para fingir que jugaban pero no y lo peor, que utilizaban esa trama para blanquear, al parecer, dinero de la droga.

El otro día, Kyle Lowry, el base de los Torontos Raptors, campeón por primera vez de la NBA, dio una de esas lecciones de vida que merecen recordarse precisamente cuando estás en lo más alto. Contestaba a la pregunta de una de las periodistas sobre qué era para él la presión. Y sin pensárselo, sin dudar, sin despistarse del porqué estaba ahí, flamante ganador de la NBA, dio una respuesta magistral: contó lo que su madre y su abuela habían tenido que luchar cada día para alimentarle a él, a su hermano, a sus primos... Contó que se levantaban a las 5 de la mañana para que ellos tuvieran un tazón de leche. Que se montaban en un autobús y durante hora y media recorrían la ciudad para ir a la otra punta a trabajar jornadas larguísimas. Lowry se crió en uno de los barrios más conflictivos de Filadelfia. Y ahí estaba, hablando de su niñez, rindiendo a su madre y a su abuela el mejor homenaje que podía hacerles: miles de cámaras le enfocaban, acababa de conseguir el título de la mejor liga de baloncesto del mundo. Y tuvo la oportunidad de contarles a ellos y al resto del mundo lo que, de verdad, significa para él tener presión. “Estar dispuesto, hacer lo imposible para que tu hijo tenga lo mejor de lo que tú has tenido nunca”.

Lowry, Nadal, Marc y Pau Gasol, son de esos deportistas que hacen el deporte aún más grande, que lo ennoblecen. A ellos hay que rendir homenaje día sí y día también. A ellos hay que admirar, seguir, aplaudir. A los que utilizan el deporte para mentir, defraudar, engañar, a esos, mejor olvidarlos.

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