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Con los sueños cosidos al alma

Murió hace casi 4 años, en abril de 2015. Pero hasta hace sólo unos días nadie conoció su historia ni tampoco su nombre. Iba en un barco con unas mil personas, camino de Italia. No iba en un crucero ni en un barco de recreo: viajaba hacinado en esos barcos que las mafias botan en las playas de Libia cobrando hasta 800 dólares por viaje y por pasajero. Muchos de los cuerpos fueron recuperados, entre ellos el suyo. Pero no había nada que lo identificara, excepto lo que llevaba cosido al bolsillo de su cazadora.

Eran varias hojas escritas en francés y en árabe en las que ponía “boletín escolar”. ¡Eran sus notas! Un expediente brillante en matemáticas, ciencias, física, con el que quería demostrar nada más llegar a Italia que tenía un pasado y que quería ponerle el punto y seguido con un presente igual de brillante en un colegio italiano o francés o donde fuera. Quería retomarlo donde lo había dejado y para que todo el mundo supiera que él no era un vago, que había luchado siempre por su futuro, también cuando se montó en aquel barco, se llevó lo más preciado para él: sus notas. Sabía que el viaje desde Malí hasta Italia sería duro y largo y supo que esas hojas las tenía que poner a salvo. Así que se las cosió en uno de los bolsillos internos de su cazadora. Para que ni el desierto, ni las mafias, ni la sal del mar que esperaba sólo le salpicara un poco en su travesía desde Libia hasta Italia pudieran estropearlas.

Pero nadie supo nada de su expediente, de que era un estudiante brillante. Nadie pudo leer sus sobresalientes porque no llegó a tierra. Cuando lo recogieron del mar lo llevaron a una morgue con la etiqueta de “sin identificar”. Y ahí estuvo hasta que la forense que ha decidido ponerles nombre y rostro a los migrantes, Cristina Cattaneo, ha sacado a la luz su historia. Tenía 14 años y soñaba con seguir construyendo su futuro con esos sobresalientes.

Un sábado maravilloso

Cattaneo ha publicado un libro, Naúfragos sin rostro, en el que cuenta las historias de todas esas personas que acaban reduciéndose a un número en los informativos (y a veces ni eso). Cuenta que la mayoría lleva efectivamente cosido en sus pantalones o en sus abrigos lo más preciado para ellos. Fotos de su familia, recuerdos de su tierra, las notas escolares. Cualquier cosa les ayuda a intentar identificarlos (muy pocas veces lo consiguen) y a poder comunicar a su familia lo que ha ocurrido. Ella y un grupo de colegas han estado meses trabajando para darles dignidad a esas personas. Para que no caigan en el olvido.

Dice Cattaneo que muchos llevaban saquitos con tierra cosidos a la ropa. Al principio no entendían qué era. Pensaban que podía ser cocaína. Pero no. Era un trocito de la tierra que aman y que han tenido que dejar para buscarse un futuro. Sí, esos a los que aquí algunos tachan de terroristas, intrusos, delincuentes, traficantes, y mil cosas más, son personas que aman su tierra, su país y a los que les duele emprender ese viaje. Se llevan sus recuerdos en forma de arena para no olvidarse nunca, ni cuando se montan en una patera, ni cuando pasan meses peregrinando por el desierto ni cuando por fin llegan a Europa y son tratados como números, de dónde vienen y quiénes son.

Esta semana, en una playa también de Libia, alguien publicaba la foto de 100 sábanas blancas tapando los cuerpos de 100 personas que no lograron tampoco alcanzar su sueño. 100 personas de las que no sabemos nada, ni su nombre ni qué sueños les llevaron a emprender ese viaje. Y, mientras, se busca a otra embarcación que emitió la señal de alerta y de la que no se sabe nada. Esto sigue pasando. Cada día. Y mientras, en Barcelona, el barco de Open Arms sigue amarrado sin conseguir los permisos necesarios para ir en su busca y lograr que sus sueños, cosidos a unos pantalones o a una cazadora, no se ahoguen en el olvido en mitad del Mediterráneo.

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