En abril de 1931 se proclamó la República en España. En abril de 1939 llegó la paz de Franco. En abril, Italia recuerda la liberación del fascismo en 1945. Y abril es también el mes de la revolución de los claveles en Portugal, de la caída de una larga dictadura que había comenzado con un golpe militar en 1926.
Recordemos brevemente los hechos, esos cuatro abriles de 1931, 1939, 1945 y 1974. Y su significado.
La II República española llegó con celebraciones populares en la calle y un ambiente festivo donde se combinaban esperanzas revolucionarias con deseos de reforma. La multitud se echó a la calle cantando el Himno de Riego y La Marsellesa. Y la escena se repitió en todas las grandes y pequeñas ciudades, como puede comprobarse en la prensa, en las fotografías de la época, en los numerosos testimonios de contemporáneos que quisieron dejar constancia de aquel gran cambio que parecía tener algo de magia, llegando de forma pacífica, sin sangre.
A la República la recibieron unos con fiesta y otros de luto. Con luto, rezos y pesimismo reaccionaron la mayoría de los católicos, clérigos y obispos. Y era lógico que así lo hicieran. Como lógico era también que mostraran su desconcierto y estupor terratenientes y muchos industriales y financieros.
Ocho años después, el 1 de abril de 1939, la guerra civil terminó con el triunfo de los militares golpistas que la habían iniciado en julio de 1936. Las imágenes que podemos ver en fotos y documentales tampoco engañan. La gente se echó a la calle a celebrar la victoria con el saludo romano fascista, institucionalizado como saludo oficial en la España de Franco.
Ninguna faceta de la vida política y social quedó al margen de la construcción simbólica de la dictadura. El calendario de fiestas, instaurado oficialmente por una orden de Ramón Serrano Suñer de 9 de marzo de 1940, aunque algunas de ellas habían comenzado a celebrarse desde el comienzo de la guerra civil en el territorio ocupado por los militares rebeldes, resumía la voluntad y universo conmemorativos de los vencedores. Se restauraron, en primer lugar, las fiestas religiosas suprimidas por la República, desde la Epifanía a la Navidad. Junto a las religiosas, se subrayaban las de carácter tradicional de la verdadera España –el Dos de Mayo y el 12 de octubre-. Pero las que definían ese nuevo universo simbólico de la dictadura eran las creadas para celebrar los nuevos valores e ideas puestos en marcha con el golpe de Estado y la guerra: el 1 de abril, Día de la Victoria; el 18 de julio, Día del Alzamiento; el 1 de octubre, Día del Caudillo; y el 20 de noviembre, para recordar el fusilamiento del líder falangista José Antonio Primo de Rivera. El 14 de abril quedó enterrado para siempre.
En abril de 1945 Mussolini era un dictador títere, envejecido, torturado por su úlcera de estómago, al servicio de los nazis, que iba perdiendo poco a poco el control sobre el territorio italiano que supuestamente dominaba. La República de Saló ya no tenía el apoyo de los industriales, de la Iglesia, ni de la monarquía. Tampoco tenía ejército, ni países que la reconocieran y sus dirigentes eran, en su mayoría, con algunas excepciones como Roberto Farinacci, fascistas de segunda fila, pro-alemanes y antisemitas como Giovanni Preziosi, burócratas, oportunistas y amigos de Mussolini, que soñaban todavía con la “segunda revolución”, con el radicalismo social que el fascismo había tenido que abandonar en su conquista y consolidación del poder.
En marzo y abril de 1945, mientras los nazis llevaban a cabo negociaciones secretas con los aliados para la rendición, Mussolini buscaba infructuosamente establecer contactos con los británicos a través de la Iglesia católica. El 27 de abril de 1945 se unió a un convoy de soldados nazis que escapaban del avance aliado. Cuando los camiones fueron detenidos por un grupo de partisanos, descubrieron a Mussolini envuelto en una manta y disfrazado con uniforme alemán. El 28 fue ejecutado junto con su última amante, Clara Petacci, y al día siguiente sus cadáveres y los de otros célebres fascistas, como Roberto Farinacci o Achille Starace, fueron colgados cabeza abajo en la piazzale Loreto de Milánpiazzale, en el mismo sitio donde el 10 de agosto de 1944 se había fusilado, por orden de los alemanes, a quince partisanos, cuyos cuerpos habían quedado también expuestos públicamente en la plaza.
El balance de tanta guerra y tiranía en Italia, pese a que Mussolini siempre parece ocupar un lugar menor al lado de otros criminales de su época como Hitler o Stalin, fue brutal y al menos un millón de italianos murieron por los campos de batalla de Libia, Etiopía, España, Albania y después en su propio suelo durante la Segunda Guerra Mundial. Y el máximo responsable de tanta sangre derramada fue Benito Amilcare Andrea Mussolini y sus ambiciones imperiales y totalitarias.
El 25 de abril de 1974 más de un centenar de capitanes del ejército portugués, integrantes del Movimiento de las Fuerzas Armadas, echaron abajo a la dictadura más antigua que había entonces en Europa y acabaron con un Imperio de casi seis siglos.
Salazar, Franco y sus dictaduras tuvieron vidas paralelas: crearon partidos únicos, instituciones sociales y otros cuerpos políticos inspirados en el fascismo; disfrutaron del apoyo y del poder legitimador de la Iglesia católica; y tras el final de la Segunda Guerra Mundial tuvieron que adaptar sus sistemas de represión y terror, sin renunciar a ellos, al contexto de democratización en Europa Occidental. Si la gran diferencia portuguesa fue el mantenimiento del imperio colonial, desde donde le llegó el golpe final a la dictadura, la peculiaridad española estuvo en el origen, porque Franco comenzó el asalto al poder con un golpe de Estado que no triunfó y lo consolidó tras la victoria en una guerra civil en el momento en el que toda Europa estaba bajo el orden nazi.
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Las memorias de todos esos acontecimientos están ahora cruzadas en los tres países. Aunque hoy, todos confinados, mucha gente cante Bella ciao, hace tiempo que en Italia se rompió el mítico relato fundacional, tras 1944, de una nación de antifascistas y se abrió un nuevo espacio para versiones rivales sobre el pasado. Y como en España, se ha establecido un juego de equivalencia moral, “la equiparación totalitaria”, que evita el debate sobre las atrocidades cometidas por el fascismo italiano, un “mal menor” respecto al nacionalsocialismo y al comunismo. En Portugal, se canta Grandola, Vila Morena, pero las celebraciones muestran desde hace ya años la disparidad entre lo soñado y lo realizado, la frustración de muchas expectativas abiertas en 1974.
Lo advertía Tzvetan Todorov hace más de dos décadas: hay una distinción “entre la recuperación del pasado y su subsiguiente recuperaciónutilización". En esa utilización, la historia ya no cae solo bajo el exclusivo ámbito del historiador profesional. Pero es significativo lo poco que en España se estudia la historia de Italia y la ignorancia casi total sobre la de Portugal. Resulta que, además del confinamiento y otras desgracias, abril es un mes de celebraciones en los tres países. Una buena ocasión para saber más de ellas.
* Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza.
En abril de 1931 se proclamó la República en España. En abril de 1939 llegó la paz de Franco. En abril, Italia recuerda la liberación del fascismo en 1945. Y abril es también el mes de la revolución de los claveles en Portugal, de la caída de una larga dictadura que había comenzado con un golpe militar en 1926.