La oposición siria -si es que se puede hablar de un cuerpo unido cuando existen varias, sobre todo dos: una suní más o menos laica y otra próxima a Al Qaeda– ha denunciado una matanza con armas químicas cerca de Damasco. Existen fotografías de decenas de cadáveres, muchos de ellos niños. El vídeo anterior muestra cadáveres de hombres, mujeres y niños en una sala. Afuera se escuchan disparos.
El siguiente arranca después del supuesto ataque químico. Se ve desesperación en el rostro de los civiles. No hay modo, de momento, de comprobar de forma independiente la veracidad de las acusaciones ni quiénes son los autores del ataque. Los expertos consultado por la BBC aseguran que las imágenes son compatibles con un ataque químico.
En Twitter se reproduce la guerra: unos acusan al Gobierno, otros a la oposición de gasear a sus propios civiles para provocar una intervención exterior. También los hay que acusan a todos, una manera segura de no equivocarse demasiado. Hashtag: #Syria.
La denuncia de la oposición coincide con la llegada a Siria, tras numerosos retrasos y obstáculos burocráticos, de un equipo de expertos de la ONU. Su misión es verificar el uso de armas químicas por ambos bandos.
Las organizaciones de derechos humanos, y la propia ONU, han acusado al Gobierno de Bashar el Asad y la oposición en cualquiera de sus facciones, de crímenes de guerra. Hay pruebas de ejecuciones, torturas y matanzas. En una guerra, nadie es inocente, solo hay dos bandos: víctimas y verdugos.
El siguiente vídeo es especialmente perturbador: la agonía de un niño con evidentes síntomas de intoxicación química. No hay teatro en él, pero no existe el modo de saber dónde se grabó, cuándo se grabó y quién lo grabó.
Hace meses, el presidente de EEUU, Barack Obama, se tendió una trampa política a sí mismo cuando dijo que el uso de armas químicas era la línea roja que podría precipitar algún tipo de intervención. Desde entonces las denuncias de ataques químicos llevados a cabo por tropas de El Asad se han multiplicado. El Reino Unido y Francia han dado credibilidad a muchas de estas informaciones. El régimen también ha acusado a la oposición de usar gas sarín con menos éxito informativo. Los muertos, sea cual sea la causa y el asesino, son la única verdad indiscutible en este conflicto.
Desde la invasión de Irak en marzo de 2003, en la que EEUU y Reino Unido, sobre todo, mintieron sobre la existencia de armas de destrucción masiva, este tipo de noticias generan escepticismo. En el caso de Siria es cierto que el régimen dispone de armas químicas y que prometió no utilizarlas si no era atacado desde el exterior.
El Gobierno de El Asad se hallaba en una situación militar desesperada hace unos meses; mejoró con algunas conquistas importantes en las regiones de Damasco y Homs en las que la oposición le acusó de emplear armas químicas. En esos avances fue clave la presencia activa de combatientes del grupo chií libanés Hezbolá al lado de las tropas gubernamentales.
Alguna información apunta que este sería un caso similar: uso de armas químicas antes de lanzar una ofensiva sobre posiciones rebeldes cerca de la capital.
Resulta extraño que el régimen, buen conocedor de los manejos de la política internacional y de los precedentes de Irak y Libia, lance un ataque químico justo cuando llegan los inspectores. Esta premisa puede ser también la coartada perfecta para lanzarlo y culpar a la oposición. Ambos bandos acumulan crueldades y despropósitos.
En la memoria colectiva, Alí el Químico y la matanza de Halabja, primero obviada por Occidente cuando Sadan Husein era aliado contra el Irán de Jomeini, y años después causa de invasión. La justicia y las víctimas casi nunca van de la mano.
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Siria, Egipto... Oriente Próximo, la región que produce una parte esencial del petróleo que mantiene vivas las economías del primer mundo, está revuelta. Los dos países mencionados carecen de oro negro, pero son piezas esenciales en una zona en la que se están librando varias batallas simultáneas. Cualquier ruptura del status quo –no importa que este sea injusto– genera incertidumbre y de ella nacen los grandes negocios: armas, subidas de los precios de las materias primas, vaivenes en la bolsa, juegos con los futuros y otros instrumentos para la especulación.
La verdad es siempre la primera víctima de una guerra, y ahora más que la crisis de los medios tradicionales de comunicación ha dejado en tierra a miles de reporteros que antes cubrían guerras y crisis internacionales. Sin ojos independientes en el terreno todo tiene una sospechosa forma de propaganda. En ese descreimiento pueden darse por malas noticias reales. En ese caso, las víctimas lo serían dos veces: de la barbarie y del silencio.
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