Usted no ama la libertad, Feijóo sí

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La palabra más manoseada, vilipendiada y arrasada en los últimos años es "libertad". Básicamente se ha considerado "libertad" todo aquello que puede permitirse hacer alguien por el dinero que es capaz de hacer de manera individual en un sistema asimétrico en el que no todos parten del mismo punto de partida. Es decir, tu grado de libertad es mayor cuanto mayor sea la ventaja que te dé el sistema económico que nos gobierna como una religión. Por lo tanto, la libertad es lo menos universal del mundo, porque ni siquiera el Estado tiene la potestad de ayudarte a conseguir mayores porciones del pastel económico y, por lo tanto, del pastel de la libertad. Si la libertad antes de que se la apoderaran los ultraliberales era un concepto que tenía sentido si era universal, ahora es el coto más cerrado de todos. Solo funciona como combustible político si pueden hacerte creer que en tu mano está conquistarla. Una falacia solo sostenible por la propaganda. Y los dueños de la maquinaria de la propaganda son los dueños del pastel.

La apropiación de términos innegables y de los que nadie reniega, la patrimonialización de elementos básicos del ser humano, el hacer un coto de los consensos, es el primer paso para instalar regímenes autoritarios

Alberto Núñez Feijóo destacó que le encanta volver a vivir a Madrid porque es una ciudad "que ama la libertad". Toda vez que parece que este es el rasgo más definitorio de esta ciudad, ya que no para de decirse casi como un eslogan, es lógico pensar que Feijóo y la gente que repite este esto cree que Madrid ama la libertad más que nadie. Incluso, supongo, que hay ciudades que no aman la libertad. Me gustaría saber cuáles son, y a Feijóo le preguntaría, por ejemplo, si alguna está en Galicia. Si es que resulta que Lugo o Santiago no aman lo suficiente la libertad, o si es que le encanta la prohibición, la esclavitud o el sometimiento. Porque son así. No son Madrid. No son la cuna de la libertad.

La apropiación de términos innegables y de los que nadie reniega, la patrimonialización de elementos básicos del ser humano, el hacer un coto de los consensos, es el primer paso para instalar regímenes autoritarios. "Con Franco había libertad en la calle, ahora vivimos más vigilados que antes", dijo Fernando Sánchez Dragó, intelectual de referencia de Vox. No sé si le repreguntaron a Dragó por Madrid, pero estoy seguro que el Madrid de Ayuso sí que le parecería más libre que el Madrid de Franco. Habría que preguntarle, como a Feijóo, por si Valencia o Zamora aman la libertad y viven en ella.

Que Feijóo es un trilero, carente de certezas ideológicas, capaz de adaptarse a lo que haga falta para vender moderación donde hay un barco común con la ultraderecha, parece claro. Que ya haya marcado el terrenito de la libertad para acoplar el mantra de Ayuso a su figura claramente presidenciable también fuera de la capital da bastantes pistas. Con la prueba certificada de que los pactos con Vox no penalizan electoralmente al PP, el camino con Feijóo está claro. El mismo que antes. El PP, muy posiblemente, gobernará este país con Vox y veremos a Ortega Smith de ministro de Orden Público o a Espinosa de los Monteros en la cartera de Turismo. 

Cuando todos los demás actores políticos se muevan, todos ellos sin excepción, en este horizonte electoral de aquí a dos años deberían entender que este es el único escenario que merece la pena tener en cuenta. Que lo que viene es esto. Y que, muy probablemente, estén en juego amplias parcelas de nuestra libertad. De la de verdad. De la que es universal.

La palabra más manoseada, vilipendiada y arrasada en los últimos años es "libertad". Básicamente se ha considerado "libertad" todo aquello que puede permitirse hacer alguien por el dinero que es capaz de hacer de manera individual en un sistema asimétrico en el que no todos parten del mismo punto de partida. Es decir, tu grado de libertad es mayor cuanto mayor sea la ventaja que te dé el sistema económico que nos gobierna como una religión. Por lo tanto, la libertad es lo menos universal del mundo, porque ni siquiera el Estado tiene la potestad de ayudarte a conseguir mayores porciones del pastel económico y, por lo tanto, del pastel de la libertad. Si la libertad antes de que se la apoderaran los ultraliberales era un concepto que tenía sentido si era universal, ahora es el coto más cerrado de todos. Solo funciona como combustible político si pueden hacerte creer que en tu mano está conquistarla. Una falacia solo sostenible por la propaganda. Y los dueños de la maquinaria de la propaganda son los dueños del pastel.

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