La facultad de Ciencias de la Información ha distinguido a la señora presidenta del rompeolas de todas las Españas con el pomposo título de «alumna ilustre». ¡Cáspita! El que no es científico es porque no quiere. Las confusiones epistemológicas son peligrosísimas: empiezas equiparando los micrófonos con la mecánica celeste y terminas fardando de una alumna que ni se dedica al oficio (coñe, ¡como los profesores!).
En el actito de marras habló una alumna muy encorajinada por el reconocimiento que se avecinaba. Elisa Lozano tiene el mejor expediente de su promoción y un atril por delante, ¿cómo se atreve a decir lo que se le viene en gana? Al instante, centenares de maestros de retórica empezaron a mofarse de la muchacha. Airada, la asociación de Grandes Oradores de la Patria publicó un comunicado incendiario: una alumna de veintipocos años no es Demóstenes, ¡intolerable! Al ratito, tomó la palabra lady Madrid y pronunció un pastiche cursilón y tonto compuesto por citas de Sabina y lugares comunes. Para colmo, lo leyó al trantrán, como si su empleo no la obligase a hablar en público todo el puñetero día. Repaso la hemeroteca y no encuentro ninguna reprimenda del Colegio de Discurseadores y Prosopopéyicos. Caramba.
Sin embargo, y con la caridad que los caracteriza, periodistas muy comprometidos tomaron su mejor pluma de ganso para destripar a la muchacha a mayor gloria de sus amos. «Así es la estudiante que se encaró con Ayuso: fue a un colegio privado bilingüe, con proyectos de género y fotógrafa», escriben en El Mundo. «Elisa, del colegio 100% privado a "las barricadas" de la Complutense contra Ayuso», titula Libertad Digital. «De un colegio privado de Móstoles…», destacan también en ABC.
El otro día leí que el 80% de las tesis doctorales de este país se aprueban 'cum laude'. Estamos rodeados de gente inteligentísima, aunque no se note
No sabía que a los medios conservadores les disgustasen los colegios de pago: ¡bienvenidos, camaradas! Manda narices. Lo peor: desaprovechan la ocasión para convencernos de que la moza tiene un currículum de relumbrón por las bondades de la educación de talonario. No les ha molestado, sin embargo, que doña Isabel confesase que tardó siete años en terminar una carrera que podría sacarse un chimpancé con gafas.
¿A quién puede sorprenderle este circo académico? Enésima prueba de que la universidad patria es nepotismo y estupidez, un rancho de paniaguados que hacen caja gracias a la inflación de títulos, másteres y posgrados; un cortijo donde se asciende más rápidamente poniendo cafés y haciendo recados en el departamento de turno que dedicando las horas a investigar. ¿No me creen? Se lo demostraré fácilmente: probablemente, la persona más tonta que usted conozca sea profesor universitario. Si es tontísimo, catedrático.
No solo trinan los resabiados (como yo). Los defensores de los birretes y las mucetas han lamentado profundamente (deeply concerned) que una facultad premiase a un político en activo, porque se pierde la imparcialidad. Es de traca. ¿Qué hacemos entonces con los honoris causa, ese titulito cuyo único propósito es mercadear con favores e influencias?
Otro sábado sulfurándome y perdiendo la fe en la humanidad. ¡No me dan respiro! Rigodón, las sales. No quisiera agriarles el vermú, que bastantes calamidades tenemos. Terminemos con un rayito de esperanza: el otro día leí que el 80% de las tesis doctorales de este país se aprueban cum laude. Estamos rodeados de gente inteligentísima, aunque no se note.
La facultad de Ciencias de la Información ha distinguido a la señora presidenta del rompeolas de todas las Españas con el pomposo título de «alumna ilustre». ¡Cáspita! El que no es científico es porque no quiere. Las confusiones epistemológicas son peligrosísimas: empiezas equiparando los micrófonos con la mecánica celeste y terminas fardando de una alumna que ni se dedica al oficio (coñe, ¡como los profesores!).