Donald Trump está preocupado, ¡las mascotas americanas corren un grave peligro! Pérfidos inmigrantes: primero nos roban los empleos y ahora se zampan a nuestros gatos. El menguante hombre naranja ha desafiado a la dictadura woke (ya no se puede decir nada) espetándole a Kamala Harris las verdades del barquero. «Se comen nuestros gatos, se comen nuestros perros, se comen a nuestras mascotas». Caramba, no se libran ni las tarántulas.
Considerando la dieta del americano medio, el gato en pepitoria me parece el menor de sus problemas. Me inquieta la ambigüedad de la advertencia: ¿le preocupa la seguridad de Rintintín o que el chihuahua a la naranja le quite partidarios al mac and cheese? ¿Está mal desayunarse a la iguana del vecino pero aceptamos el chorizo en la paella? Muchos interrogantes, ojalá me concediese una entrevista en profundidad. Pero al intrépido Donald no solo le preocupa la integridad gastronómica de esa gran nación: también está a tope con la salud mental. «Traen a extranjeros a los que han sacado del psiquiátrico». No te imaginas cómo pita una camisa de fuerza en el detector de metales del aeropuerto. El colectivo de vigilantes aeroportuarios amenaza huelga. Pobres chalados, la verdad: pudiendo llegar a un país con sanidad pública, mira que terminar en un estercolero donde tienes que pedir un préstamo para tratarte un eccema.
¡No se distraigan! Que no queda ahí la cosa: según las averiguaciones del expresidente (Sherlock con bisoñé), hay una estrategia internacional para bajar la tasa de criminalidad que consiste en mandar a los Estados Unidos a cuanto ladronzuelo se encuentre. ¡Cáspita! Así es como se fundó Australia y mira, casi han conseguido hablar en inglés. Los yanquis son gente curiosísima: tienen un tiroteo escolar en cada esquina pero lo que les preocupa son los mexicanos.
—Kevin, vas a llegar tarde al instituto.
—Hoy no tengo clase, mamá. Aún no han terminado de sacarle la metralla al señor Wilson; hemos hecho una colecta para ayudarle con las facturas médicas…
El menguante hombre naranja ha desafiado a la dictadura 'woke' (ya no se puede decir nada) espetándole a Kamala Harris las verdades del barquero
Un país donde las autoridades quieren armar a los profesores para evitar matanzas al salir de clase es, sin duda ninguna, un país superior. Me informan de que los bomberos de Oklahoma están desarrollando un método experimental para apagar el fuego con gasolina. En fin: las advertencias de Trump han despertado un clamor en los corazones más blancos de la nación. ¡Alguien debe hacer algo! Para controlar este sindiós, el departamento de Estado ha modificado el formulario que hay que rellenar en el control de fronteras. «Indique el motivo por el que entra a Estado Unidos: a) merendarse a una mascota, b) disfrutar de un permiso de fin de semana cortesía del manicomio o c) provocar terror a las ancianas gringas con técnicas delincuenciales aprendidas en una pedanía de Caracas. Importante: solo puede marcar una opción».
Las autoridades federales confían en la eficacia de esta sensatísima medida. Los pobres no levantan cabeza: no han terminado de parchear esa crisicilla de opioides que tantos dividendos concede a las grandes farmacéuticas del país de la libertad y ya se les está viniendo una horda de criminales caribeños locos tragacaniches. Hay que reconocer su sentido del espectáculo; a su lado, nuestros menas casi parecen inofensivos.
Donald Trump está preocupado, ¡las mascotas americanas corren un grave peligro! Pérfidos inmigrantes: primero nos roban los empleos y ahora se zampan a nuestros gatos. El menguante hombre naranja ha desafiado a la dictadura woke (ya no se puede decir nada) espetándole a Kamala Harris las verdades del barquero. «Se comen nuestros gatos, se comen nuestros perros, se comen a nuestras mascotas». Caramba, no se libran ni las tarántulas.