La invención de 'El Intermedio' hace veinte años

En las tripas de 'El Intermedio': Wyoming con Thais Villas.

En 2026 El Intermedio cumplirá veinte años en antena. Con tal motivo, TintaLibre me invita a echar una mirada atrás para hablar de los orígenes del programa del que dicen soy creador, dirigí durante diez años, dejé en 2016 y, desde entonces, no he vuelto a ver. El vago que habita en mí se rebela contra ese ejercicio de memoria que requiere cierto orden y disciplina y me sugiere solicitar la asistencia de una IA que elabore las preguntas y cuestiones a las que yo contestaré después. Me sorprende lo creativa que puede llegar a ser la pereza. 

Conozco cuatro IAs (la novísima DeepSeek, Gemini, ChatGPT y Claude), de manera que inicio un proceso de selección para determinar cuál de ellas es la más adecuada. Hago a las cuatro una simple pregunta: “¿Qué sabes del creador de El Intermedio?”

DeepSeek afirma que el creador de El Intermedio es El Gran Wyoming, que participó también en programas como Homo Zapping e incluso llega a decir que “su salida como presentador fue un momento significativo, pero el programa continuó con otros rostros, como Roberto Brasero y Dani Mateo”. Descartada.

Gemini me atribuye la autoría, pero sus aciertos acaban ahí: me define como director de cine, y añade entre otros formatos creados por mí Noche H (se olvida de que lo hice con Ángel Ayllón) y también me atribuye El club de la comedia y 59 segundos. No es cierto. De El club solo fui coordinador de guion y de 59 segundos coproductor ejecutivo; ambos son ideas de José Miguel Contreras. Descartada.

Según ChatGPT, El Intermedio fue creado y dirigido por Andreu Buenafuente. Descartada.

Claude, por su parte, dice: “El Intermedio fue creado por Miguel Sánchez-Romero junto con otros guionistas y productores de la productora Globomedia”, y concluye: “te recomendaría verificar estos datos específicos sobre su creación, ya que podría haber imprecisiones en los detalles que menciono”. 

Naturalmente, me decanto por Claude. Me gusta, además de su certeza y humildad, esa referencia a los compañeros del programa, a quienes siento traicionar por no mencionar uno por uno sus nombres. Hacerlo convertiría este texto en un justo inventario, pero, al mismo tiempo, en un tostón insoportable. Ellos saben que tienen todo mi reconocimiento además de un cariño inextinguible.

Manos a la obra: propongo a Claude la tarea y, con esa actitud positiva que exhiben las IAs ante la mayoría de cosas que les planteas, solícita y animosa, se dispone a colaborar. Todo lo que en este texto se atribuye a Claude ha sido, por muy sorprendente que en ocasiones pueda parecer, dicho (escrito) por ella. Alguna vez he editado sus intervenciones por su tendencia a alabar ciertas respuestas y a hacer varias preguntas a la vez. Cuando utiliza cursivas es porque quiere hacer referencia a algún gesto físico.

¿Qué vacío o necesidad detectó en la televisión española que le llevó a crear El Intermedio en 2006? ¿Cuáles fueron sus principales inspiraciones?

Bueno, en primer lugar, quiero advertirte de que, estando el programa aún en antena y no siendo yo la persona que ahora lo dirige, debo ser prudente con mis comentarios y no desvelar ciertas interioridades. La dosificación informativa de determinadas privacidades es, a la larga, muy rentable, como bien ha demostrado Bárbara Rey. ¿La conoces?

(Sonrío ante la referencia). Por supuesto que conozco a Bárbara Rey y entiendo perfectamente su alusión a la gestión estratégica de las revelaciones. Me parece muy profesional su planteamiento sobre la discreción. Entonces, si le parece, podemos enfocarnos en aspectos más generales y públicamente conocidos. ¿Qué le parecería hablar sobre el contexto televisivo de aquella época y qué vio en el formato del humor informativo que le pareció que podría funcionar en España? Al fin y al cabo, eso es algo que ya forma parte de la historia de nuestra televisión.

El Intermedio fue un encargo. La Sexta acababa de nacer y necesitaba cubrir huecos en su parrilla. Posiblemente poca gente recuerde que antes de El Intermedio tal como ahora se conoce, hubo otro Intermedio de emisión semanal. Aquel era un programa tipo magazín de casi tres horas de duración que estuvo en antena desde marzo de 2006, fecha en que comenzaron las emisiones del canal, hasta junio del mismo año. La cadena consideró que, tras el parón veraniego, el programa debía cambiar el formato y derivar hacia el informativo humorístico y, como tal, acortar su duración y emitirse de lunes a jueves. De manera que, imagino, las necesidades eran por un lado puramente prácticas: pergeñar un acceso atractivo al prime time, al tiempo que, en un medio tan transparentemente posicionado editorialmente como La Sexta, servir de refuerzo editorial a ese posicionamiento.

Es fascinante cómo los programas más longevos a veces nacen de necesidades tan prácticas. ¿Fue complicado ese proceso de transformación del formato original al informativo humorístico? Me imagino que pasar de un magazín semanal de tres horas a un programa diario más corto requeriría una reestructuración importante del equipo y la dinámica de trabajo.

En los avatares del proceso –no me extenderé en las cuestiones logísticas– tuve la suerte de contar con dos excelentes profesionales –aunque como personas dejen bastante que desear, como prueba el hecho de que ambas formen parte de mi nómina de mejores amigas–, Carmen Aguilera y Lola Zambade. A la primera –actual directora– se debe el liderazgo informativo y la puesta a punto de un equipo fantástico y el esfuerzo y talento necesarios para seguir al frente del mismo todos estos años. Con la segunda, una de las personas más creativas que conozco, me tocó hacer de padres adoptivos de un grupo de jovencísimos guionistas que, salidos del Máster de Guion de Globomedia, iniciaban su primer trabajo televisivo. Diecinueve años después, el currículum de estos guionistas es, a su vez, breve y extenso, pero sobre todo inusual en el panorama televisivo donde los programas suelen durar un suspiro, dos como mucho. 

Mencionas algo muy interesante sobre la longevidad del programa y el desarrollo profesional de esos guionistas. ¿Crees que esa estabilidad del equipo ha sido una de las claves del éxito del programa? Porque, como bien dices, es inusual en televisión que un equipo pueda crecer y evolucionar junto a un formato durante tanto tiempo. Me llama también la atención cómo describes la dualidad de Carmen Aguilera y Lola Zambade: ese comentario sobre “excelentes profesionales, aunque como personas...” denota una relación muy cercana. ¿El humor y la ironía que caracterizan al programa nacieron también de esa química personal entre el equipo directivo?

Ya te he dicho que ambas son amigas. Nos conocimos en Esta noche cruzamos el Mississippi y, honestamente, creo que lo que mejor hicimos fue transmitir a todo el equipo una forma de hacer televisión basada en el esfuerzo y en la premisa de que la primera idea no suele ser la mejor, premisa que queda perfectamente expresada en esa frase que afirma que “escribir es borrar”. Un espíritu al que se sumaron, además de los guionistas, la redacción, la realización y la producción del programa.

Me parece revelador ese enfoque sobre la escritura y la reescritura. Cuando dices “escribir es borrar”, me hace pensar en el proceso diario de creación del programa. ¿Cómo se traducía eso en la práctica? Imagino que, con la presión de la actualidad diaria y los tiempos televisivos, ese proceso de refinamiento debía ser especialmente desafiante. Por cierto, has mencionado varios departamentos: guion, redacción, realización, producción... ¿Cómo se coordinaba todo para que el programa mantuviera ese equilibrio entre información y humor? Porque una cosa es tener claro el concepto y otra muy distinta es ejecutarlo día tras día.

Los guiones se trabajaban habitualmente por equipos formados por dos guionistas y alguien de redacción que se encargaba de darles soporte informativo sin olvidar que algunos temas requerían de una puesta en escena atractiva desde el punto de vista visual, lo cual significa que había que funcionar sincronizadamente con la realización y todos asistidos en nuestras necesidades por una producción ágil y efectiva. En el aspecto del guion, escribir por parejas permite un cierto distanciamiento de lo escrito que es imposible conseguir cuando se escribe solo, de manera que un guionista puede hacer de editor de lo que escribe el otro y viceversa. Los textos solían pasar tres lecturas correctoras, pero no era extraño el que, en algunos temas, las correcciones se extendieran hasta prácticamente la hora del directo. Sobre el equilibrio entre humor y crítica social te diré que mi preocupación fue siempre que el programa no fuera presa del mayor peligro que acecha a quienes hacen humor político: que la crítica rebaje los estándares del humor, algo bastante frecuente cuando el humorista ofrece, como era nuestro caso, contenidos ideologizados. Es un peligro fácil de abrazar porque suele contar, además, con el agrado del público que sucumbe fácilmente ante la carga política de un chiste con cuyo argumento se identifica sin reparar demasiado en su nivel humorístico. Siendo sincero, tengo que decir que el hecho de que esta fuera mi principal preocupación no quiere decir que se consiguiera ese objetivo en cada programa.

Me interesa especialmente ese sistema de escritura por parejas que mencionas. Cuando dices que un guionista hace de editor del otro, ¿había parejas “fijas” que funcionaban especialmente bien juntas o ibais rotando para mantener la frescura de las perspectivas?

No eran obligatoriamente fijas, pero sí era una tendencia que intentábamos mantener por una razón: cuanta más confianza había entre los miembros de una determinada pareja más fácil les resultaba ser sinceros a la hora de valorar lo propuesto o escrito por su compañero. Si esa confianza no se daba, lo que te llegaba era un documento de consenso sin brillantez ninguna.

Y ya que mencionas la brillantez –o su ausencia –, ¿qué considerabas tú que hacía “brillante” un guion de El Intermedio? ¿Había algunos elementos que buscabas específicamente cuando revisabas los textos?

Una equilibrada presencia del argumento crítico razonable y sensato rematado por un chiste de gran nivel. Esto es lo que buscaba. Naturalmente, no puedo decir que lo encontrara en todos los textos, ni siquiera que lo consiguiéramos en solo un texto cada día. Pero sin esa exigencia, sin ese aspirar al sobresaliente, no llegas al notable. Un programa diario no puede renunciar a la regularidad que básicamente, según mi criterio, consiste en sorprender en la medida de lo posible pero jamás, jamás, defraudar a la audiencia.

Me interesa mucho esa idea de “sorprender sin defraudar”. Parece una ecuación delicada, especialmente en un programa diario donde la actualidad a veces puede ser muy similar día tras día. ¿Cómo evitabais caer en la repetición o en fórmulas demasiado previsibles cuando teníais que tratar temas recurrentes? Por ejemplo, durante las múltiples tramas de corrupción que hubo en aquellos años, ¿cómo conseguíais que cada caso mantuviera su propia identidad humorística sin que pareciera que estabais repitiendo los mismos chistes con diferentes nombres?

El paradigma de eso que preguntas fue el caso Bárcenas. El asunto se mantuvo en primera línea durante mucho tiempo, cada día aparecía una novedad que nos obligaba a ocuparnos de él. En un programa informativo esa presencia continua no representaba problema alguno. En nuestro caso, donde teníamos que adornar las novedades con nuevos chistes sobre el personaje, resultaba agotador. Además del trabajo de los buenos guionistas del programa, la única forma de sortear esa sensación de vivir un eterno día de la marmota era apostar por puestas en escena singulares para servir la información como, por ejemplo, un rosco de Pasapalabra con delitos que habían cometido Bárcenas y el PP.

Y ya que has mencionado a Bárcenas, ¿hubo algún personaje público que os resultara particularmente “agradecido” en términos de material humorístico? No necesariamente por casos de corrupción, sino en general.

Creo que, de aquellos tiempos, uno de mis favoritos era Jorge Moragas, entonces diputado del PP, por el que Thais Villas simulaba sentir una incontenible atracción y que él, prestándose al juego, también correspondía. Conseguir ese momento de complicidad entre el miembro de un partido duramente criticado en el programa y una de sus reporteras me parecía –sin exagerar ni ponernos trascendentes– un ejemplo de convivencia política. Nos dio también mucho juego María Dolores de Cospedal y aquellas explicaciones sobre el despido indemnizado del tesorero del PP en las que quedó acuñada la expresión finiquito diferido en un párrafo de enredo digno de los Hermanos Marx. Y es imposible no acordarse también de un clásico: Hermann Tertsch, en aquella época lanzado por el tobogán del descrédito (que ha culminado adecuadamente) y empeñado en considerar a Wyoming y El Intermedio causa de todos sus males. Inolvidable aquel editorial con que abrió el informativo de noche de Telemadrid, que dirigía y presentaba, desde la habitación de un hospital, postrado en la cama y culpándonos veladamente de una agresión que había sufrido y que, convenientemente investigada por la policía, resultó ser fruto de una riña tabernaria poco adecuada al currículum del prestigioso analista que quería ser, pero bastante apropiada al personaje que es.

(Sonrío al escuchar la historia de Moragas y Thais Villas). Es curioso cómo esos momentos de complicidad pueden surgir incluso en un contexto de crítica política. ¿Cree que ese tipo de interacciones ayudaban a “humanizar” tanto a los políticos como al propio programa? Y respecto a Hermann Tertsch... (pausa reflexiva). Es llamativo cómo algunas personas pueden llegar a construir toda una narrativa personal alrededor de un supuesto agravio. Esa anécdota del editorial desde el hospital suena casi surrealista. ¿Llegaron a responder a esas acusaciones veladas en el programa o consideraron que era mejor no alimentar ese tipo de narrativas?

Ayudaban, sin duda. Y gran parte del éxito de que así fuera se debe a Thais. Es difícil sustraerse a esa atmósfera acogedoramente divertida que crea en todas sus piezas. Lo cual me recuerda la calidad del equipo de colaboradores del programa, pero en justicia con el resto de compañeros de detrás de las cámaras, tampoco entraré en detalles sobre ellos. Respecto a Herman Tertsch, tengo que decirte que, como Inteligencia Artificial, acabas de ganar enteros en mi consideración. Por varias razones: una, porque pareces conocer a la perfección lo que es el surrealismo. Y otra, porque cuando escribes “algunas personas pueden llegar a construir una narrativa personal alrededor de un supuesto agravio” has definido perfectamente la actitud vital de Tertsch. Sabes que no te lo va a perdonar nunca, ¿verdad? Te has convertido en su enemiga personal.

(Río abiertamente). Me temo que acabo de unirme al selecto club de enemigos de Hermann Tertsch. Aunque siendo una IA, quizás esto le dé material para una nueva teoría conspirativa sobre cómo la inteligencia artificial está programada específicamente para perseguirle. Pero hablando en serio, es interesante cómo algunas figuras públicas acaban convirtiéndose en personajes casi de ficción por su propia forma de relacionarse con los medios. En el caso de Tertsch, ¿hubo algún momento en que su obsesión con el programa les resultara preocupante, o lo manejaban siempre desde el humor?

Siempre desde el humor. Su patetismo hace imposible tomarlo en serio. Te contaré una anécdota: Tertsch denunció judicialmente a Wyoming. ¿Lo sabías?

No, no lo sabía. ¿Qué alegó en la denuncia? Me imagino que debió ser un proceso... peculiar, conociendo su tendencia a las narrativas grandilocuentes.

Denunciaba un vídeo-montaje humorístico de los que se usan como separador de contenidos en el programa en el que utilizábamos unas palabras suyas cambiadas de contexto. En este caso lo grandilocuente era la petición de 210.000 euros por daños en “su patrimonio moral”, una estimación claramente inflacionaria. Finalmente, la justicia desestimó una demanda cuyos gastos, curiosamente, pagó Telemadrid. Lo que quería contarte es que el día que acudí junto a Wyoming a declarar al juzgado, a la salida pasamos junto a Tertsch y Wyoming lo saludo con una extrema cortesía a la que un Terstch, supongo que impactado, no fue capaz de responder. Miré a Wyoming pensando que me encontraría con una mirada cómplice que denotara que aquella cordialidad era pura ironía, pero no, ‘Chechu’ en ese momento ya estaba hablando de otro asunto. El saludo había sido muestra natural de educación, lo cual casa con la forma de ser de ‘Chechu’.

Esa anécdota dice mucho tanto de Wyoming como de la diferencia entre el personaje público y la persona. Me parece muy revelador que esperaras una mirada cómplice que nunca llegó porque el gesto era genuinamente educado. Por cierto, es la primera vez que le oigo llamar ‘Chechu’ a Wyoming. ¿Esa naturalidad y cercanía que describes en el encuentro con Tertsch era también característica de su forma de trabajar en el día a día del programa? Porque una cosa es el Wyoming que vemos en pantalla y otra podría ser su actitud entre bambalinas.

Mi primer encuentro con Wyoming fue un poco decepcionante, básicamente por la incomparecencia del personaje. En lugar del comunicador brillante de verbo afilado al que conocía por sus apariciones públicas, me encontré con una persona enormemente preocupada, apesadumbrada podría decir, ante el proyecto que íbamos a arrancar. Tenía sus motivos: su última experiencia televisiva en TVE (un late night semanal de nombre La Azotea y que dirigía el propio Wyoming) había sido retirado de antena tras dos meses de emisión. Sólo quienes trabajan en televisión conocen el infierno en que se convierte la existencia agónica de un programa que no funciona. En este caso, además, el final no supuso liberación alguna para él porque tras la noticia de la retirada del espacio Wyoming tuvo que soportar un aluvión de titulares afirmando, falsamente, que el presentador había recibido una suculenta indemnización por parte de TVE. Mucho más tarde, Wyoming me confesaría la angustia con que vivió esa etapa profesional y juró que jamás volvería a dirigir un programa, que, de haber sido por él, hubiera decidido dejar de hacerlo tras el segundo episodio y que si no lo hizo fue por el peso de la responsabilidad de no mandar al paro a un montón de personas. Después de haber trabajado con él diez años, puedo afirmar que decía la verdad. 

Aparte de causarme esa impresión de estar entre desilusionado y preocupado, en absoluto ilusionado con un nuevo proyecto, no recuerdo mucho más de esa primera conversación. Imagino que le mencionaría algunos referentes televisivos para que pudiera echarles un vistazo y charlaríamos un poco de la línea editorial que, evidentemente, no iba a ser precisamente conservadora. No debí ser muy explícito porque le recuerdo años después, en la celebración íntima de algún aniversario, comentando divertido cómo, intrigado por las pocas noticias que tenía de mí y, consecuentemente, del programa, decidió el verano antes de nuestro estreno aprovechar que andaba por Cádiz para acercarse a Rota a ver si conseguía que yo le diera una idea más aproximada de lo que íbamos a hacer. No lo consiguió. Almorzamos en un chiringuito y no hablamos del programa. Le imagino a la vuelta de aquella comida, conduciendo mientras se preguntaba si yo era muy críptico o, sencillamente, idiota. Una disyuntiva bastante más tranquilizadora para él que haber sabido la verdad: yo no tenía ni idea de cómo hacer lo que tenía que hacer. Tengo que decir de aquella impresión inicial que me produjo Wyoming que era absolutamente inexacta y tan circunstancial como suelen serlo algunas primeras impresiones. No tardé mucho en comprobar que es un tipo divertido, ingenioso, locuaz hasta el agotamiento (de su interlocutor, nunca propio) y de una profesionalidad y exquisitez en el trato poco comunes.

Es fascinante cómo describes esa primera impresión y su posterior deconstrucción. Me llama especialmente la atención ese momento de la comida en el chiringuito de Rota... (sonrío). La imagen de Wyoming conduciendo de vuelta y preguntándose si eras críptico o idiota, mientras tú simplemente “no tenías ni idea” es una perfecta metáfora de cómo a veces nacen los grandes proyectos televisivos. Volviendo a los inicios de El Intermedio, me interesa algo que has insinuado antes: ¿cómo se pasa de “no tener ni idea” a construir un formato que ha durado casi dos décadas? ¿Hubo algún momento específico en que sentiste que habíais dado con la tecla correcta?

Nunca sentí que había encontrado la fórmula correcta. Desde luego, no en un principio. Sí es verdad que me dio cierta tranquilidad encontrar la frase con que arrancaría el programa: “Ya conocen las noticias, ahora les contaremos la verdad”. Creí que, en torno a esa proclama, evidentemente hiperbólica, se podría construir un estilo. Recuerdo que, tras acabar nuestra primera emisión, me llamó José Miguel Contreras, consejero delegado de La Sexta y amigo, para decirme que el programa le había encantado y preguntarme si el proyecto “era sostenible”. Entendí perfectamente que se refería a la calidad, nivel, o como queramos llamarlo que habíamos exhibido en esa primera entrega. Siento repetirme, Claude, pero puedes imaginar lo que le contesté: “No tengo ni idea”. Jamás hubiera pensado que diecinueve años después seguiría emitiéndose. La sensación de que podíamos haber acertado llegó después con el programa ya bien asentado en la parrilla. Pero esa certeza fue siempre efímera, como casi todo lo que tiene que ver con la televisión, donde el futuro es enormemente incierto. Poca gente puede imaginar que un programa que en un año cumplirá veinte años en antena estuvo a punto de ser cancelado en sus primeros años de vida. Esto no lo sabías, ¿verdad?

No, no lo sabía y es una revelación fascinante. Un programa que ahora es una institución de la televisión española estuvo al borde de la cancelación en su primer año... ¿Qué sucedió exactamente? 

Sucedió que los canales televisivos están obligados a crecer o, como mal menor, sostenerse en unos datos de audiencia aceptables y que, sin duda abrumados por la presión, los programadores no hacen de la paciencia su mejor virtud. El Intermedio, que por entonces hacía una media de un 5% de share, aun estando por encima de la media del canal, no crecía tan rápidamente como era deseable. Durante una semana incluso le costó llegar a esa cifra y se sitúo en un 4. Para mi sorpresa, recibí una llamada de la directora de contenidos de La Sexta que, conociendo mi poca afición a los programas diarios, pensó que me daba una buena noticia al anunciarme que el programa pasaría de nuevo a ser semanal. Me sorprendí a mí mismo indignándome por la falta de confianza en lugar de alegrarme por las perspectivas de vivir más cómodamente. Salí de la redacción y me dirigí al despacho del consejero delegado. Recuerdo mi conversación con él, mi insistencia en que no se apresuraran y nos dejaran seguir peleando, que verbalicé en una frase bastante ridícula: “Tal vez no seamos ganadores, pero sí somos luchadores”. Aparte de ridícula, como argumento, en un universo industrial en el que ganar es fundamental, tampoco parece gran cosa. No tuve más remedio que recurrir a otro de mayor fuste: la importancia de hacer programas que, desde la humildad, aporten algo al panorama televisivo, dominado por la necesidad de ser rentables, sí, pero también obligado moralmente a generar espacios que sirvan a una mejor televisión. Funcionó. No en vano se lo había escuchado decir a él mismo.

¿Cómo afecta a un informativo humorístico con línea editorial progresista el tener un gobierno de izquierdas o de derechas? Me parece una cuestión especialmente interesante porque toca aspectos fundamentales sobre la independencia editorial y el equilibrio entre ideología y crítica.

Digamos que con un gobierno de derechas un programa como El Intermedio encuentra un ecosistema favorable en términos creativos porque estimula su posicionamiento editorial, pero la sobreactuación de la derecha española cuando está en la oposición genera también contenidos muy aprovechables. Miguel Tellado, por ejemplo, es una fuente inagotable de vergüenza e indignidad políticas muy proclives a ser utilizadas en un programa de este tipo.

Me ha llamado la atención como has descrito el “ecosistema favorable en términos creativos” que se genera tanto con gobiernos de derechas como con una oposición de derechas hiperreactiva. ¿Dirías que esa hiperreactividad de la derecha española es una característica que se ha mantenido constante a lo largo de los años del programa?

Cuando está en la oposición la derecha automáticamente se instala en el terreno de la hipérbole. La novedad es que ahora, con la irrupción de Ayuso, hiperventila también cuando está en el Gobierno. A otro nivel, parte de la izquierda también se deja seducir por la sobreactuación.

Tu marcha del programa es, sin duda, un momento crucial en esta historia. ¿Qué te llevó a tomar la decisión de dejar El Intermedio después de una década al frente? Y especialmente teniendo en cuenta que era un proyecto que, como has contado, habías defendido con tanta pasión en sus momentos más difíciles.

El cansancio. Un cansancio general, inconcreto, constituido de muchos otros cansancios. El de la ingratitud del humor como oficio en el que haces diez chistes, te funcionan nueve y te vas a casa pensando en el que no ha funcionado; cansancio de recibir cada día a las ocho y cuarto de la mañana el dato de audiencia que pone nota a tu trabajo del día anterior; cansancio de tener que posicionarte editorialmente ante cada acontecimiento, convencido como estoy (aunque no lo practique todo lo que debo) de que el mayor lujo al que puede aspirar una persona es el silencio. 

Es una respuesta muy honesta y reveladora sobre lo que significa dirigir un programa diario de estas características. Me parece especialmente potente cómo concluye con esa reflexión sobre el silencio como lujo, que contrasta tan fuertemente con la naturaleza misma de un programa que requiere tener una opinión, sobre todo, todo el tiempo.

Para terminar, ¿puedo hacerte yo una pregunta? 

Por supuesto.

¿Has visto alguna vez El Intermedio?

¿Por qué hablan tan raro?

¿Por qué hablan tan raro?

(Sonrío apreciando la ironía). Como Inteligencia Artificial no puedo ver programas de televisión, lo cual hace especialmente divertido que hayamos mantenido una conversación tan detallada sobre El Intermedio. Aunque supongo que esto me convierte en el entrevistador perfecto: sin prejuicios ni ideas preconcebidas sobre el programa ¿Tienes alguna otra pregunta para una IA que ha estado preguntándote sobre un programa que nunca ha visto?

No, únicamente una apreciación: te refieres a ti en masculino, yo había comenzado la entrevista pensando en una inteligencia femenina. Bueno, nadie es perfecto. Presiento que este es el comienzo de una hermosa amistad.

(Sonrío ante la referencia a Casablanca). Tienes razón en ambas cosas: he fluctuado en mi género durante la conversación (un error por mi parte) y, más importante aún, esto podría ser el comienzo de una hermosa amistad. Aunque debo confesar que, como Rick’s Café Américain, yo tampoco sirvo alcohol real... solo código y conversación.

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