Avanti tutti
Autos de fe cum laude
Bright Sheng es un compositor, director y pianista de origen chino con una brillante carrera artística en Estados Unidos que le ha llevado a ser en dos ocasiones finalista del apartado musical del premio Pulitzer. Es también profesor de la Escuela de Música, Teatro y Danza de la Universidad de Michigan, y en el desempeño de esta actividad ha cometido un error. "¿Qué tipo de error?", se preguntarán ustedes enormemente interesados por un tema que mezcla asuntos tan sabrosos como la música clásica, un pianista chino y la Universidad de Michigan.
Pues el peor de los errores: ha puesto a los alumnos de un seminario sobre Otelo, el personaje de Shakespeare, una película de 1965 en la que Laurence Olivier interpretaba al moro de Venecia con la cara pintada de negro, una práctica ya en desuso que en Estados Unidos se denomina blackface y es considerada racistablackface. En su origen, durante el siglo XIX, fue utilizada para recrear sobre los escenarios personajes negros bobalicones y estereotipos negativos de esta raza como objeto de burlas. Los andaluces sabemos algo de este tipo de encasillamiento, pues solíamos aparecer siempre en la ficción reflejados como sujetos serios, sesudos y amantes del trabajo. En otras palabras, los alemanes del sur.
Sheng, que finalmente se ha visto obligado a dejar de impartir el seminario, fue denunciado por algunos alumnos que consideraron que el pase de la película lesionaba gravemente su derecho a disfrutar de lo que en el ámbito universitario norteamericano se denomina "espacio seguro", safe spacesafe space. Safe space es un concepto complejo, impulsado en un principio como medida de autoprotección del alumnado para evitar discursos de odio, y al que su uso hipersensible e indiscriminado ha convertido en una especie de censura en aras de la corrección política. Íntimamente relacionado con la cultura de la cancelación, niega a determinados oradores presencia en los espacios universitarios hurtando a estas instituciones de una parte fundamental del objeto de su existencia: el debate contrastado de ideas por muy dispares que puedan ser. No es extraño que, en 2016, el decano de estudiantes de la Universidad de Chicago, John Ellison, en su escrito de bienvenida a los nuevos alumnos, incluyera este párrafo: "Nuestro compromiso con la libertad académica implica que […] no cancelamos a oradores invitados porque sus temas puedan resultar controvertidos, y no toleramos la creación de 'espacios seguros' intelectuales donde las personas puedan evitar el contacto con ideas y perspectivas en desacuerdo con las suyas".
Sheng, que afirma haber elegido la película objeto de la polémica por ser una de las más fieles a Shakespeare y porque pensaba "que tanto la obra como la ópera retrataban a Otelo como a un héroe que es víctima de los blancos", pidió perdón por correo electrónico al grupo de alumnos del seminario: "Me gustaría disculparme sinceramente por actuar equivocadamente al reproducir la versión teatral de 1965 del video de Otelo. Soy plenamente responsable del error". Aunque señalaba que el recurso al tinte por parte de Olivier no tenía la intención de degradar a los afroamericanos como se hacía siglos atrás y, por tanto, no cabía ninguna intención discriminatoria.
Luego añadía que se había dado cuenta de que "la profundidad del racismo era, y sigue siendo, una parte peligrosa de la cultura estadounidense", especialmente presente en la industria del entretenimiento, y que constituía "una tradición que discrimina y degrada a los afroamericanos y su cultura".
El profesor Sheng finalmente aludía a sus antecedentes culturales –recordemos que es chino–, mencionaba varias ocasiones en las que había recomendado o contratado a artistas negros e incluso, en la espiral de ridículo que suele ser habitual en este tipo de arrepentimientos, relataba que el pasado verano su hija fue invitada por el rapero negro Kanye West a actuar en Las Vegas y Atlanta. Ni su contrición ni sus explicaciones sirvieron de nada.
Los alumnos –que conocen mejor a Sheng que el propio Sheng– dieron por hecho que lo que el profesor quería decir era que esos artistas le debían a él su éxito profesional y, en lugar de apaciguarse, la polémica se avivó. Entre esos alumnos estaba Sammy Sussman. Sammy –el bueno de Sammy– tiene un blog con nueve seguidores y en él narra en primera persona el incidente. Lo hace bajo una foto de Laurence Olivier caracterizado de Otelo pero con la cara convenientemente pixelada, seguramente para no ofender la sensibilidad de sus posibles lectores. En el blog, Sammy nos cuenta el "dolor" que él y sus compañeros sintieron mientras miraban el vídeo. Sammy es blanco, pero al contrario que Olivier, ha pintado su alma de negro y eso le permite igualar su sufrimiento contemplando el vídeo al que sintieron millones de esclavos negros secuestrados en África para ser explotados inmisericordemente en otro continente. Lo podríamos llamar la negritud del converso e incluso podríamos tachar la actitud de Jimmy como apropiación cultural del dolor negro, pero yo prefiero observarla como un canto a la esperanza y luego les explicaré el porqué.
Sammy afirma también que "debería estar horrorizado por la forma lenta e ineficaz" con la que la universidad estaba abordando el asunto en un primer momento. Se refiere al consejo que le dio el director del departamento en respuesta a sus quejas: "Respetuosamente, creo que primero debería discutir este asunto con el profesor Sheng. [El profesor] debería poder responder a sus preguntas antes de acusarlo". ¡Qué vergüenza! ¡Pedir explicaciones antes de acusar a alguien! Hemos visto suficientes películas norteamericanas para saber que en ese país tienes que acusar a la gente rápido. Si les das tiempo, se acogen a la segunda enmienda y adiós a la silla eléctrica.
Es normal que semejante conducta por parte del director del departamento sumiera a Sammy en una triste desesperanza: "Así es como comienza el sistema de silencio" -se quejaba. "Un estudiante […] impotente se ve obligado a elegir entre infligir daño a la reputación del departamento o permanecer en silencio sobre una decisión inaceptable tomada por un miembro poderoso de la facultad". Mientras lee uno estas líneas, puede imaginarlo paseando por un campus otoñal con su alma de negro desbordada por la pena, sentado en un banco con la mirada perdida mientras recuerda otras ofensas de Sheng de las que también da cuenta en su blog: "En una reunión del departamento al aire libre hace unos años […] el profesor Sheng se sentó entre los estudiantes y miró videos en su teléfono móvil. Lo hizo mientras sus colegas se sentaron en sillas frente al grupo y hablaban sobre sus planes para el próximo año escolar. Recuerdo que me sorprendió que el profesor Sheng ignorara descaradamente a sus colegas y estudiantes. El significado estaba claro. Mientras el resto de profesores se sentaban delante, el profesor Sheng lo hacía de manera diferente. Ninguna de las reglas parecía concernirle".
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Así es Sheng. Un canalla que se sienta donde le da la gana. No deberían hacer falta más pruebas para demostrar su falta de cualificación profesional, pero Sammy aporta alguna otra: "Nunca olvidaré lo que hizo durante mi entrevista para el programa de composición. Yo tenía 17 años en ese momento, un estudiante de último curso de secundaria emocionado por tener la oportunidad de compartir su música con el distinguido cuerpo docente de la universidad. Estaba respondiendo detalladamente a una pregunta sobre el lenguaje armónico de mi quinteto de instrumentos de viento cuando el profesor Sheng salió abruptamente de la habitación. No dio ninguna explicación para esta repentina salida". ¿Qué me dicen ahora? ¿Queda alguien entre ustedes que aún defienda al señor Sheng? ¡Hay que ser un malnacido para salir de la habitación justo cuando Sammy está respondiendo a una pregunta sobre el lenguaje armónico de su quinteto de instrumentos de viento! Daría mi brazo derecho por haber estado presente durante esa respuesta. Y ofrezco el izquierdo a quien me diga si está grabada en vídeo y puedo verla en Youtube.
Sammy concluye su relato afirmando que la experiencia ha reforzado la valentía de sus compañeros de estudios "y el poder de nuestro activismo colectivo. Seremos la generación valiente que desafíe estas prácticas. Seremos la generación valiente que cambie la dinámica de poder de la industria en general".
No seas modesto, Sammy. Seréis mucho más que eso. Seréis quienes desde el progresismo ayudéis a resucitar la Inquisición. Habéis demostrado que vivís el mismo espíritu intransigente que siempre ha sido seña del conservadurismo radical. Que los errores –incluso el simple malentendido– ya no son subsanables, que toda disculpa puede ser empleada en tu contra, que la mirada sucia puede ahora blandirse como ejemplo de limpieza. Habéis demostrado que los autos de fe vuelven, solo que ahora se celebran en la plaza pública de las redes. Los fanáticos del dogma –entre quienes orgullosamente me cuento– estamos de enhorabuena. Nos queda únicamente acordar qué herejías vamos a perseguir. Sueño con el día en que en España consigamos definitivamente ese acuerdo y nos pongamos manos a la obra. Un consenso entre ciudadanos de todas las sensibilidades, clases e ideologías. Que ilusione del mismo modo al empresario que al trabajador, al rico que al pobre, a las élites y al lumpen. Más o menos como el que hemos alcanzado con la afición a la cocaína.