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De bufones y machismo

Estamos tan ocupados debatiendo sobre la nada y la mentira que dejamos pasar lo que verdaderamente importa. Es tan espesa la tinta catalana, que emborrona el mapa de la realidad y perdemos señales de aviso mucho más relevantes para el presente y el futuro. Y cuanto más suena, cuanta más pólvora y carga mediática, cuantas más esposas y supuestos muertos en la calle recogemos de la banda de los renegados del independentismo catalán, menos espacio queda para esos datos de realidad que nos avisan de que algo verdaderamente grave está pasando entre nosotros.

Esta semana ha tenido más espacio en los medios el numerito de las esposas de sex shop de don Rufián o la soplagaitez de los muertos en la calle de doña Rovira que el aterrador informe del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, que nos avisa de que más de uno de cada cuatro chicos de entre 15 y 29 años considera la violencia machista una conducta normal en el seno de la pareja. Lo piensa exactamente el 27,4% de ese colectivo, según el Centro, que es un organismo público vinculado a la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción. O sea, que algún criterio sobre jóvenes, sus problemas y sus ideas hay que concederles.

Pesa aún más esa insólita aventura de la república catalana, que siguen sus actores tratando de disfrazar de política, que el estudio del Barómetro 2017 del ProyectoScopio del Centro Reina Sofía. Y se me antoja ese hecho como un síntoma grave de la pérdida de perspectiva de una sociedad o al menos de sus medios de comunicación.

Y eso que en esta semana se ha vuelto a producir un asesinato machista, el de una joven de apenas 20 años, y se está juzgando con gran estrépito mediático a los cinco sujetos que presuntamente violaron a una adolescente en San Fermín. Pero ni por esas centramos el tiro y ponemos el foco en lo que debería preocuparnos de verdad.

Porque el asunto catalán, divertido y rentable para tertulianos y partidos, no nos define ni afecta como sociedad. Como mucho, informa sobre la estulticia de una casta y la ingenuidad de unos cuantos ciudadanos y entrará en el temario futuro de los estudiantes de Políticas. Aparte de las multas a los actores del drama y el parón temporal al crecimiento de la economía, no tendrá más efectos de futuro. Como tampoco el recorrido judicial de la manada salvaje cuyo devenir en tribunales está dando grandes alegrías al periodismo amarillo y a los amigos de la polémica estéril. Habrá sentencia, esperemos que justa, aunque no sea muy alentador el hecho de que el tribunal acepte un informe sobre la vida privada de la víctima, que manda huevos. Pero la justicia decidirá. Y en el futuro será un caso más de violación por mucho que ahora ocupe inmensos espacios mediáticos.

Pero el hecho de que más de un 27 por ciento de los jóvenes españoles piense que lo del trato machista en la pareja es normal nos está dando pistas de algo mucho más importante. Algo que va peor de lo que debería.

El estudio nos muestra que para estos chicos y chicas –la comprensión hacia la violencia es mayor entre ellos– sólo es criticable la agresión física directa, no el trato vejatorio o la agresión verbal. Añade además que dos de cada diez piensan que se exagera o, atención, ¡se politiza! Y por si no tuviéramos suficientes elementos para inquietarnos, hay más de un 30 por ciento de los encuestados que cree que el problema aumenta por culpa de los inmigrantes.

O sea, que es relativamente normal, no es tan malo, ha pasado siempre y si crece ahora es por la inmigración. Seguramente semejante conclusión sea más que matizable y puede que hasta exagerada, pero es indiscutible que apunta una tendencia que debería forzarnos a actuar. No ya a reflexionar, no, porque parece inútil irse a la contemplación cuando hay gente joven que se enfrenta así al espanto de la violencia machista, sino a actuar, a tomar medidas, a forzar decisiones de quienes tienen responsabilidades de poder legislativo y de gobierno, a tomar conciencia del problema que tenemos y lo que se está moviendo entre nosotros: las generaciones que vienen detrás pueden estar tomando un camino inverso al que el progreso y la conciencia social deberían llevarles.

Algo va mal, algo estamos haciendo que descuadra la perspectiva con que han de mirar el mundo y las relaciones entre personas. Quizá, por empezar a mirarnos críticamente el ombligo, debiéramos empezar por dejar de darle más importancia a la tocata y fuga de un bufón con galones de mariscal que a la pérdida de valores de justicia de la generación de la crisis y el silencio.

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