No hay mayor incentivo para la rebeldía que las provocaciones desde el poder. Sea cual sea ese poder. Incluso las masas supuestamente más sumisas o ausentes de la cosa pública alcanzan un punto de indignación en el que puede saltar la chispa del activismo incansable. Este mismo jueves se cumplían 175 años del nacimiento del gran cronista de la vieja España, Benito Pérez Galdós. “Así como de la noche nace el claro del día, de la opresión nace la libertad”. Lo dejó escrito hace más de un siglo y es perfectamente válido en el día de hoy.
Han querido aprovechar la crisis para frenar cualquier nuevo brote de 15-M que pusiera en entredicho las reglas de la vieja España. El miedo al futuro y la precariedad indefinida serían armas infalibles para mitigar las ansias de cambio. No sólo aplicaron recortes al (incipiente) Estado del bienestar, sino que también adoptaron medidas regresivas en derechos y libertades. Una detrás de otra, vía reforma laboral, del Código Penal o del sistema público de pensiones. Claro que todo eso supuso en España (como en otros países) un serio desgaste político que finiquitó el bipartidismo, que dejó desorientada a la socialdemocracia, que liquidó las mayorías absolutas y que dibujó un parlamento cuatripartito. Pero el plan consistía (y consiste) en lo que refrendan la mayoría de las encuestas: mientras sumen las derechas (PP y Ciudadanos o viceversa) frente a unas izquierdas aparentemente incapaces de entenderse y de hacerse entender, los poderes tradicionales (desde Galdós hasta hoy) mantienen la calma.
O la mantenían hasta que han estallado movimientos ciudadanos con los que no contaban, y ante los que se responde desde el poder a golpe de anuncio efectista, con el manual político de la vieja España: una subida de pensiones por aquí, una reforma legal sobre delitos sexuales por allá. Sin entender ni por asomo la profundidad de lo que amplias capas de la ciudadanía reclaman ni el nexo que conecta la indignación de mujeres, pensionistas, estudiantes, trabajadores precarios, parados… Se trata de la DESIGUALDAD.
Nadie esperaba que los jubilados llenaran plazas y calles en toda España exigiendo una pensión digna, y mucho menos sospechaba el Gobierno que se mantuvieran en las calles una vez anunciadas subidas en los Presupuestos pactados con Ciudadanos y con el PNV. No ha colado ese acuerdo pese a superar la línea roja del IPC. Ya no es tan fácil engañar a todo el mundo por más que las grandes plataformas mediáticas que controlan cacareen la 'buena nueva'. Cada pensionista sabe que es un parche puntual y electoralista, y que no se está garantizando la estabilidad del sistema sino su progresivo empobrecimiento.
Nadie esperaba tampoco que 2018 sería el año del clamor por la igualdad de género. En vísperas del 8 de marzo, tanto desde el PP como desde Ciudadanos se despreció el movimiento feminista. Mariano Rajoy le respondió a Carlos Alsina aquello del “no nos metamos en eso” de la brecha salarial. Inés Arrimadas demostró no entender nada tampoco al rechazar con este sesudo argumento la huelga convocada: “yo soy feminista pero no comunista”.
Ha hecho falta un largo e intenso esfuerzo por parte de colectivos de mujeres muy diversos y transversales; ha hecho falta el potente eco del #MeToo norteamericano; ha hecho falta la valiente implicación de compañeras periodistas que dieron un paso al frente visible y comprometido; ha hecho falta una salvajada como la violación múltiple de Pamplona; y han hecho falta una sentencia contradictoria e incomprensible y un voto particular indecente para que un movimiento cívico que ya estaba en marcha logre de golpe traspasar los muros del sistema y que sus habitantes tiemblen, o al menos se vean obligados a improvisar ansiolíticos para la indignación general.
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Es obvio que ni Rajoy ni Catalá han visto repentinamente la luz sobre las lagunas que pueda haber en el Código Penal o sobre la ausencia de perspectiva de género en la formación de juezas y jueces. Si pensaran seriamente y a fondo acerca de ello abrirían un debate parlamentario riguroso y bien asesorado sobre ambas cuestiones, en lugar de hacer el encargo inmediato a una comisión técnica formada por 20 hombres, para luego intentar resolver el ridículo incorporando a algunas mujeres y finalmente, este mismo jueves, aceptar que sea paritaria a petición de los propios juristas emplazados. El ministro Catalá ya debería haber dimitido tras su actuación en el caso del expresidente murciano o en el del ex fiscal jefe anticorrupción, pero si esos escándalos no hubieran existido ni le hubieran acarreado la reprobación parlamentaria, bastaría la gestión que ha protagonizado tras la sentencia de La Manada para cesar en su función. Se lo piden incluso los propios jueces y fiscales.
Lo venimos repitiendo desde hace meses. Vivimos tiempos veloces, cargados de ruido y de furia, en los que la política (como el periodismo) parece actuar a golpe de encuesta, de telediario o de tuit, en lugar de cumplir la función que se le exige en democracia: captar las necesidades sociales de fondo y responder a ellas con proyectos de país, capaces de generar confianza y esperanza en varias generaciones.
Hay un hilo invisible (o no tanto) que une el 15-M, las protestas de los pensionistas, el movimiento feminista, el ecologista y otras movilizaciones muy diversas que se organizan en redes horizontales y transversales, como explicaba recientemente la profesora Cristina Monge en estas mismas páginas. Su fuerza transformadora es indudable, hasta el punto de que podría alterar los pronósticos del CIS que vaticinan un nuevo giro a la derecha provocado por el conflicto catalán. Seguimos a la espera de que las opciones políticas que deberían sumar acuerdos para articular el cambio sepan responder a ese (complejo) reto con un modelo de país más justo e igualitario. A otros se les nota mucho que actúan simplemente atropellados por La Manada. La que sea.
No hay mayor incentivo para la rebeldía que las provocaciones desde el poder. Sea cual sea ese poder. Incluso las masas supuestamente más sumisas o ausentes de la cosa pública alcanzan un punto de indignación en el que puede saltar la chispa del activismo incansable. Este mismo jueves se cumplían 175 años del nacimiento del gran cronista de la vieja España, Benito Pérez Galdós. “Así como de la noche nace el claro del día, de la opresión nace la libertad”. Lo dejó escrito hace más de un siglo y es perfectamente válido en el día de hoy.