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Buzón de Voz

Brotes de (obligado) consenso

Jesús Maraña

Se suceden los brotes de covid en distintos puntos de España y de otros países mientras la OMS advierte que a escala mundial la pandemia sigue empeorando de forma galopante. Se trata de señales muy claras de que la crisis de salud pública, la que condiciona todas y cada una de las demás crisis, no está superada. Vamos a necesitar todas las manos, incluidas las de quienes durante los últimos meses han preferido volcarse en el intento de obtener réditos electorales de la catástrofe. Y aquí está la principal novedad de la semana: surgen brotes de consenso. Al menos tres. Sean más o menos sinceros u obligados, ya era hora.

Este jueves ha salido adelante en el Congreso el plan de medidas que regirá la mal llamada “nueva normalidad”, con el apoyo del Partido Popular, además de los de PSOE, Unidas Podemos, Ciudadanos, PNV y otros grupos, y con las únicas excepciones de Vox y de los independentistas (ver aquí). Paralelamente avanzaban los gestos que apuntan a un consenso amplio en la comisión para la reconstrucción, con la autoexclusión de Vox, que nunca ha tenido el menor interés en nada que no sea boicotear cualquier acuerdo y así, de paso, poder calificar al PP de “derechita cobarde” al tiempo que sigue sosteniendo los gobiernos de las derechas allí donde dan los números y Abascal puede marcar agenda. Y en tercer lugar, incluso Vox se ha apuntado al apoyo de la candidatura de Nadia Calviño para presidir el Eurogrupo, con una argumentación simple y benemérita: “por España, todo por España”.

¿Significa esto un cambio profundo en el clima político que acercaría a España a unos parámetros de “normalidad” democrática semejantes a otros países, en los que es factible la confrontación ideológica sin las dosis de sectarismo que aquí torpedean acuerdos de Estado necesarios en situaciones tan complejas y excepcionales como la actual? Lo dudo tanto o más de lo que me alegra observar que todavía quedan restos de sensatez en el principal partido de la oposición.

No nos engañemos: estos brotes de consenso no obedecen a una decisión estratégica de Pablo Casado y su equipo de dirección que asuma el fracaso de la que han mantenido desde el estallido de la pandemia, en coherencia con la que venían desarrollando desde mucho antes. Se empieza considerando ilegítimo al Gobierno que sale de una moción de censura parlamentaria o de varias elecciones generales y se termina utilizando nada menos que la mayor crisis de salud pública vivida en este país y en el mundo en el último siglo para intentar romper la coalición de Gobierno y, si fuera posible, provocar un adelanto electoral que devolviera el poder a las derechas.

Esa estrategia, arriesgadísima e irresponsable, cuya munición argumental ha venido basándose además en medias verdades o falsedades completas (de la criminalización del 8M al intento de convertir el ‘plan Barajas’ en otro dislate de calibre similarver aquí–) ha fracasado. Ni la coalición ‘socialcomunista bolivariana’ ha saltado por los aires ni hay motivos para pensar que Pedro Sánchez se plantee ninguna otra opción que la de intentar agotar la legislatura en la Moncloa. Ni siquiera las encuestas de los medios más afines al PP (que consituyen la mayoría absolutísima de los sondeos que se realizan y publican) consiguen reflejar el “vuelco” que buscaba la confrontación radical a costa de la pandemia planteada desde marzo. A día de hoy, la coalición resiste, la mayoría de la ciudadanía considera acertada la aplicación del estado de alarma y, aun asumiendo que ha habido errores de gestión, apoya las principales medidas tomadas, tanto en lo sanitario como en lo económico y social. Si tuviera algún sentido y crédito analizar ahora mismo la intención electoral, la deducción más solvente indica que la crisis del coronavirus no ha provocado un terremoto de cambios en el electorado; más bien parece que cada cual ha examinado la gestión de esta crisis condicionado por su posicionamiento ideológico previo.

Lo cierto es que al PP le ha bastado con que el Gobierno haya aceptado tramitar el real decreto de medidas para la “nueva normalidad” como proyecto de ley para justificar un consenso parlamentario que encaja mal en el permanente discurso que acusa al Ejecutivo de Sánchez de inepto y hasta criminal. Un discurso que suena excesivo y arriesgado a los oídos de algunos barones del partido, y especialmente a Núñez Feijóo, que acaricia una nueva mayoría absoluta el 12 de julio en Galicia salvo que Cayetana Álvarez de Toledo y Teodoro García Egea terminen conduciendo a la abstención o al Ciudadanos centrado de Arrimadas a un electorado moderado que no comparte los insultos y disparates que escuchan casi a diario como una especie de eco de los que sueltan Abascal y los suyos.

Las mismas facilidades para el acuerdo se han ido visualizando en la comisión para la reconstrucción. PSOE y Unidas Podemos han rebajado la ambición y concreción de medidas fiscales, aparcando por ejemplo el impuesto a las grandes fortunas, y han propuesto líneas muy genéricas de actuación sobre el modelo de residencias, con el objetivo obvio de no dejar resquicios al PP para justificar un veto a las conclusiones (ver aquí). De hecho lo preocupante de este segundo brote de consenso es que sea tan sumamente genérico que llegue a convertirse en ineficaz o inútil. Habrá que comprobarlo en el desarrollo parlamentario, en las enmiendas y en el resultado final de las negociaciones en curso, que no se conocerá hasta pasadas las elecciones en Galicia y Euskadi.

No nos engañemos. En la inmensa tarea de reconstrucción, el PP no podía quedarse fuera –con la extrañamente simultánea compañía de Vox y del indepentismo– mientras los empresarios siguen firmando acuerdos con Gobierno y sindicatos para evitar la debacle absoluta del empleo (ver aquí) y mientras en Europa se discute cuánto dinero se envía a España y bajo qué condiciones. No es que hayan visto la luz esta mañana de jueves en el PP, sino más bien han empezado a advertir la oscuridad en la que podía quedarse su estrategia del “no a todo”.

El tercer brote de consenso lo protagoniza la candidatura de Nadia Calviño a la presidencia del Eurogrupo. Sería absurdo negar a estas alturas la conveniencia de aprovechar la más mínima oportunidad de que un español o española ocupe un cargo relevante en el organigrama europeo, después de años de progresiva irrelevancia. No puede ser malo en ningún caso para los intereses nacionales. Pero tampoco seamos ingenuos: Calviño no es precisamente una genuina representante del programa de coalición PSOE-Unidas Podemos enviada a Bruselas para defender sus principios, sino más bien una respetada y experimentada tecnócrata que dejó provisionalmente la estructura burocrática de Bruselas y ahora se dispone a regresar a ella con la ventaja de hacerlo ocupando la cúspide de la pirámide. Para alegría más o menos impostada de todos los autoproclamados patriotas, pero también para respiro indisimulado de bastantes miembros del gobierno de coalición, tanto socialistas como morados, que han tenido que discutir mucho con ella acerca de medidas sociales tan necesarias como el Ingreso Mínimo Vital.

Sean en cualquier caso bienvenidos estos brotes de consenso por muy condicionados u obligados que resulten o por mucha carga de postureo que contengan. Todo el tiempo que no dediquemos al puro y simple ruido y a desmontar el laberinto de los bulos y la desinformación puede ser aprovechable para centrar el debate público en lo que más nos importa: controlar los otros brotes, los del covid, y afrontar la necesidad de ese “pacto por la reconstrucción social de España” que este sábado se va a reclamar en las calles de más cincuenta ciudades (ver aquí).

#VamosASalir, sí. Y para ello todas las fuerzas que podamos sumar serán pocas. Celebremos los síntomas de consenso a los que tan desacostumbrados estamos. Pero con los pies en el suelo. Quienes actúen guiados por intereses puramente coyunturales difícilmente engañarán ya a nadie. Y conviene seguir empujando sin descanso desde la sociedad civil. Desde la concordia, pero resueltos a exigir que el horror que hemos vivido, y del que aún no hemos salido, nos lleve a actuar en defensa de lo común bien gestionado, de un sistema sociosanitario sólido y fortalecido, sin recortes ni precariedad austericida. Consenso, sí, aunque sólo se trate de brotes pasajeros e interesados. Menos aporta una cacerola.

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