Las burbujas del 28A

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Han arrancado simultáneamente la campaña electoral y la Operación Salida de Semana Santa, coincidencia inédita en el calendario de citas con las urnas desde la reinstauración democrática. De qué forma pueda incidir (o no) esta circunstancia en la decisión que tomen los presuntos indecisos (41% según el CIS) o en el grado de participación (74,8% calcula Tezanos) es otra de las múltiples incógnitas que envuelven el 28A. A posteriori escucharemos y leeremos explicaciones contundentes acerca del porqué y cómo ha votado la ciudadanía, a menudo deducciones sin ningún fundamento, salvo las que pasado un tiempo se basan ya en los estudios postelectorales rigurosos. A día de hoy, nadie se fía de las encuestas por coincidentes que sean en algunas tendencias principales: que el PSOE gana, que el trío de Colón no suma (a día de hoy) escaños suficientes, que Vox irrumpe con fuerza… Y concretamente en el espacio progresista sobran motivos para insistir en la importancia capital de la movilización.

Este último jueves, pocas horas antes de iniciarse oficialmente la campaña, se celebró un acto cívico-político en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. A iniciativa de Comisiones Obreras y UGT, se trataba de que distintos nombres de la literatura, la música, el periodismo, el arte o el sindicalismo aportaran argumentos que empujen a la participación y que pongan de relieve lo que nos jugamos el 28A. ‘Pasado o futuro. Tú decides’, era el lema de un encuentro sin siglas partidistas (Ver aquí). Fueron desgranándose razones poderosas para que nadie que reivindique la justicia social, los derechos colectivos e individuales, las libertades conquistadas, la lucha prioritaria contra la desigualdad o la defensa y consolidación del Estado del bienestar dude acerca de la imperiosa necesidad de acudir a las urnas y de apoyar las opciones que comparten principios de izquierdas y una honda preocupación por la salud de la propia democracia. Se produjo además una advertencia insistente: hay que traspasar la burbuja de los ya convencidos, de quienes llenábamos esa sala del Círculo de Bellas Artes o de quienes acuden a actos de los partidos de izquierdas o participan en foros de militancias activas. Urge trasladar los argumentos y las alarmas al cuñado, al vecino, a las amistades personales, a los más jóvenes votantes… y al debate público.

Esa tendencia melancólica y derrotista de las izquierdas conduce con frecuencia a entregar el marco de discusión a quienes dominan los hilos de los grandes medios o disponen de los recursos económicos y técnicos para inundar las redes sociales y las pantallas. Pero cada semana, cada día, vamos observando que se producen agujeros en esos muros. Es obvio que Pablo Casado, Albert Rivera y Santiago Abascal están interesados en que se hable mucho de Cataluña para disputarse la primogenitura del nacionalismo español, y poco o nada de la desigualdad. Pero de repente a Casado se le escapa en Onda Cero que es partidario de bajar el salario mínimo a “lo que se acordó con la patronal y los sindicatos”. O sea, de los 900 euros actuales a los 850 en 2020. (Ver y escuchar aquí).  Por más que el candidato del PP hiciera quiebros en las horas siguientes, calificara como “fake news de la semana” lo que todo el mundo podía escuchar en su propia boca o matizara que lo único que se planteaba era “volver a sentarse con los agentes sociales” para hablar del tema, lo cierto es que ese día el marco de discusión se altera y surge una pregunta muy clara: ¿qué salario mínimo defiende cada partido? (Ver aquí). Y de paso, ¿cuál es el salario medio en España? O más crudo y real aún: ¿cuál es el sueldo más frecuente? La respuesta correcta es que se queda en 16.500 euros brutos al año. (Ver aquí).

Disponemos ya de suficiente literatura académica para descartar que el interés económico propio sea el motor principal del voto individual. El crecimiento del PIB, la tasa de paro o la inflación no tienen “un peso continuado en la explicación del voto en las elecciones en España”. (Ver aquí). Aun así, el paro, los problemas “de índole económica” o los “relacionados con la calidad del empleo” siguen apareciendo en cada barómetro del CIS como los que más preocupan a los españoles junto a “la corrupción y el fraude”, “los políticos”, la sanidad y la educación. Muy por delante de la inmigración o la inseguridad, incluso por encima de “la independencia de Cataluña”, por más que las fuerzas conservadoras y sus altavoces mediáticos insistan en colocar ese marco de conversación inspirado en el nacionalpopulismo. (Ver aquí último macrobarómetro del CIS, pags. 3 y 4).

Se ha extendido en el espacio progresista la impresión de que el trío de Colón, pero especialmente Casado y Rivera, no se cansan de cometer errores con sus exageraciones, insultos personales y distorsiones de la realidad, en una competición suicida con el galopante auge de Abascal. Uno sospecha que no pocos de los disparates que escuchamos esconden sin embargo la intencionalidad de desviar la atención de lo importante. Si habláramos más de desigualdad, de precariedad, de sostenibilidad, de fiscalidad… se rompería en pedazos esa presunción instalada de que las derechas gestionan mejor la economía. ¿Cómo casar con ese salario más frecuente de 16.500 euros al año los distintos modelos de pensiones semiprivadas que plantean PP, Ciudadanos y Vox? ¿Quién tiene hoy en España capacidad de ahorro como para financiarse su propio plan de jubilación? ¿Qué recortes del Estado de bienestar cubrirán las bajadas de impuestos que pregonan? Mientras hablemos de traiciones a España, del uso del Falcon o de los “concebidos no nacidos”, ellos consiguen que no se les exija en cada entrevista una propuesta detallada de reforma fiscal justa y progresiva (como por cierto establece la Constitución). Mientras aceptemos discutir si se ha cedido o no a “las 21 exigencias de Torra”, ellos consiguen que en cada entrevista no se les comprometa a pronunciarse sobre esa policía política montada en el Gobierno anteriorpolicía política para espiar y ensuciar a Podemos o a nacionalistas catalanes.

Lo cierto es que la otra gran burbuja, la del espacio conservador, no ofrece la menor duda en cuanto a movilización y suma final de votos. Otra cosa será el efecto de su fraccionamiento y su traducción en escaños. Pero la única bolsa de indecisos que quizás incline la balanza entre un bloque y el otro es la de quienes dudan entre apoyar a Ciudadanos o al PSOE, más de 850.000 votantes según el CIS (ver aquí). Ese electorado sería el vaso comunicante entre dos bloques, y es posible que esté asistiendo con cierta perplejidad a la estrategia de una dirigencia más obsesionada con el sorpasso al PP que con la gobernabilidad de España.

Han arrancado simultáneamente la campaña electoral y la Operación Salida de Semana Santa, coincidencia inédita en el calendario de citas con las urnas desde la reinstauración democrática. De qué forma pueda incidir (o no) esta circunstancia en la decisión que tomen los presuntos indecisos (41% según el CIS) o en el grado de participación (74,8% calcula Tezanos) es otra de las múltiples incógnitas que envuelven el 28A. A posteriori escucharemos y leeremos explicaciones contundentes acerca del porqué y cómo ha votado la ciudadanía, a menudo deducciones sin ningún fundamento, salvo las que pasado un tiempo se basan ya en los estudios postelectorales rigurosos. A día de hoy, nadie se fía de las encuestas por coincidentes que sean en algunas tendencias principales: que el PSOE gana, que el trío de Colón no suma (a día de hoy) escaños suficientes, que Vox irrumpe con fuerza… Y concretamente en el espacio progresista sobran motivos para insistir en la importancia capital de la movilización.

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