7,5 millones: el voto joven, imprevisible y (quizás) decisivo

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Con los jóvenes ocurre un poco como con los pensionistas (o cualquier otro grupo demográfico): se equivoca quien utilice la brocha gorda para anticipar “a quién votan los jóvenes” o “a quién votan los mayores”. Ni los primeros irán a votar en masa a quien les ofrezca un bono para el Interrail ni los segundos se inclinarán de forma aborregada por quien prometa una mayor subida de las pensiones. Obviamente hay una fragmentación, una pluralidad y una multiplicidad de factores que condicionan la decisión electoral. Si acaso, los macroestudios sociológicos señalan una serie de rasgos que conviene tener en cuenta: los electores más jóvenes son más indecisos que la media, más abstencionistas y tardan más en tomar la decisión de su voto (nada menos que un 36% dice que sólo en esta última semana de campaña sabrá si va a votar y a quién). Hablamos de 7,5 millones de electores del total de 37 millones con derecho a voto (ver aquí último CIS preelectoral). Poca broma. En unas cuantas ciudades clave, los más jóvenes pueden decidir entre bloques o impedir mayorías absolutas.

Tanto PSOE como PP hacen verdaderos esfuerzos (a veces enormes tonterías) para rejuvenecer a sus respectivos electorados, compuestos sobre todo por mayores de 55 años. En las citas con las urnas desde 2014, los votantes más jóvenes han venido inclinándose por los partidos “nuevos”: Unidas Podemos (especialmente en gran ciudades), Ciudadanos y Vox (que ha captado amplios apoyos entre hombres menores de 35). La cuasi desaparición de Ciudadanos beneficia (como en todos los demás tramos de edad) al PP. De modo que la horquilla más joven ante el 28M puede tener cierto peso en la disputa por el tercer puesto en grandes núcleos urbanos. Que se movilice o no la gente más joven quizás sea clave para el resultado especialmente a la izquierda del PSOE (ver aquí análisis de Endika Núñez).

Uno intuye que el votante joven (¿hasta cuándo lo consideramos como tal?, ¿hasta los 30, los 35 años?, ¿hasta que pueda abandonar la casa familiar?, ¿hasta que deje la tuna?) se movilizará mucho más cuanto más se vea concernido por el debate público. La mayoría era menor de edad cuando ETA desapareció; la mayoría sufre en carne propia la precariedad o la imposibilidad de acceder a una vivienda; la mayoría ve prioritaria la lucha contra la emergencia climática… Así que si no cambiamos la conversación que desde potentes plataformas políticas y mediáticas reacccionarias se impone, costará mucho llevarlos a las urnas y, más aún, a un voto racional, capaz de valorar los riesgos reales de un retroceso democrático. No son apolíticos, son descreídos, escépticos. Hay tarea.

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(Aquí puedes leer las entregas anteriores de 'El dato y el dardo')

Con los jóvenes ocurre un poco como con los pensionistas (o cualquier otro grupo demográfico): se equivoca quien utilice la brocha gorda para anticipar “a quién votan los jóvenes” o “a quién votan los mayores”. Ni los primeros irán a votar en masa a quien les ofrezca un bono para el Interrail ni los segundos se inclinarán de forma aborregada por quien prometa una mayor subida de las pensiones. Obviamente hay una fragmentación, una pluralidad y una multiplicidad de factores que condicionan la decisión electoral. Si acaso, los macroestudios sociológicos señalan una serie de rasgos que conviene tener en cuenta: los electores más jóvenes son más indecisos que la media, más abstencionistas y tardan más en tomar la decisión de su voto (nada menos que un 36% dice que sólo en esta última semana de campaña sabrá si va a votar y a quién). Hablamos de 7,5 millones de electores del total de 37 millones con derecho a voto (ver aquí último CIS preelectoral). Poca broma. En unas cuantas ciudades clave, los más jóvenes pueden decidir entre bloques o impedir mayorías absolutas.

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