España es un suceso

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Hace ya años que adquirí la ingrata costumbre de mirar el reloj cuando arrancan los sucesos en los informativos de televisión. Con una frecuencia cada vez mayor, eso ocurre hacia el minuto diez, o doce como muy tarde. ¿Cómo es posible cuando en los últimos meses estamos viviendo los tiempos de mayor intensidad política desde la transición? ¿Cómo se justifica cuando España es uno de los países más seguros del mundo, como puede comprobarse en cualquier estadística de criminalidad? Pesa lo suyo en el caso de las cadenas privadas el factor de rentabilidad económica (batalla por la audiencia, a través del morbo y a bajos costes, para incrementar ingresos publicitarios). Pero la coincidencia de la televisión pública en esa misma fijación sólo se explica por un factor netamente político: no hay forma más eficaz de concienciar al personal para que trague con todo tipo de regresiones y renuncias que convenciéndolo de que se trata de proteger su seguridad personal y familiar.

La táctica no se nutre sólo ni principalmente de crímenes o accidentes reales y cercanos, donde lo mismo cabe una masacre en la otra punta del mundo que el rescate de un gato encaramado a una acacia, imágenes en su mayor parte servidas por agencias internacionales a precios de ganga y que por tanto no exigen periodistas ni cámaras en plantilla. La estrategia que asoma tras esa táctica consiste a su vez en reconvertir en sucesos incluso los escándalos y conflictos políticos, económicos y sociales. Da igual que se trate de Cataluña que de la corrupción política o de la estafa organizada de las preferentes.

Si uno ve constantemente desfilar por su pantalla a representantes independentistas citados en el Supremo; a Granados o El Bigotes disparando más arriba desde el banquillo o desde el Congreso; a atracadores a mano armada; a un chiflado que tirotea a un colegio entero en EEUU; a raperos o tuiteros enviados a prisión; a un exdirectivo de una caja de ahorros citado a declarar por autopremiarse con un bonus millonario mientras arruinaba a la entidad y a sus ahorradores; o a Rodrigo Rato riñendo a una comisión del Congreso (“¿Esto es un saqueo? No, es el mercado, amigo”)… llega un momento en que se altera por completo la percepción de la gravedad de cada una de las noticias y de las distancias siderales entre ellas. Y se confunde por el camino a quien ha cometido un latrocinio de dinero público y a quien ha lanzado en Twitter una infamia o una broma de mal gusto.

De esta forma todo se contamina, y en la saturación siempre sale beneficiado quien más recursos tiene, quien más poder ostenta. Si hay un factor común a cualquier estatus e ideología es la permeabilidad al miedo. Un ciudadano temeroso es un ciudadano menos libre, predispuesto a comprar cualquier discurso que supuestamente garantiza su protección y la de los suyos. Por ahí se van colando prisiones permanentes revisables, leyes mordazas, concertinas… sin que importe que España ya tenga uno de los códigos penales más duros de Europa, con uno de los índices más bajos de criminalidad y uno de los más altos porcentajes de población reclusa. Conviene, eso sí, personalizar al máximo: tanto héroes como villanos deben ser identidades particulares, nada de movimientos sociales, ni de liberación ni de reivindicación ni de reconocimiento siquiera (salvo que se trate de procesiones religiosas o de exaltaciones patrióticas).

Hace unos días lo explicaban con detalle varios juristas, investigadores y académicos a preguntas de mi compañero Ángel Munárriz (pinchar aquí): se está deteriorando la democracia a base de retrocesos en derechos y libertades, con una evidente judicialización de la política y la imposición de una agenda autoritaria y populista con la aquiescencia de unos medios de comunicación condicionados por intereses económicos o por favores partidistas de los que dependen su supervivencia y rentabilidad. Sólo así puede explicarse que una y otra vez, siete días por semana, se impongan mediáticamente asuntos que poco o nada tienen que ver con las necesidades y los intereses prioritarios de la ciudadanía. ¿Alguien mínimamente racional cree en serio que este es el mejor momento para abrir un debate sobre la inmersión lingüística en Cataluña? Como ha escrito Almudena Grandes, lo que se está haciendo es “volcar una cisterna de gasolina sobre una hoguera”. ¿De verdad tiene sentido el despliegue dedicado a la ocurrencia de Marta Sánchez como letra del himno de España?

Algún día en el futuro, con la perspectiva que aporta el poso del tiempo, seremos conscientes del calado y las consecuencias de la judicialización de la política y de esa pinza letal para la democracia que forman ciertos políticos sin escrúpulos y ciertos jueces sin complejos. Mientras tanto, sigamos entretenidos con esas liebres mecánicas que nos van soltando para seguirlas aunque no conduzcan a ninguna parte o, lo que es peor, sirvan como globos sonda. Eso sí: siempre de forma clamorosamente parcial e intencionada. ¿Se imaginan telediarios y portadas si las cartas en “apoyo al proceso bolivariano de Venezuela” desveladas en infoLibre no hubieran sido remitidas por el clan familiar de Ignacio González sino por cualquier pariente o socio de un dirigente de izquierdas? España es (o está) así. Puro suceso.

Hace ya años que adquirí la ingrata costumbre de mirar el reloj cuando arrancan los sucesos en los informativos de televisión. Con una frecuencia cada vez mayor, eso ocurre hacia el minuto diez, o doce como muy tarde. ¿Cómo es posible cuando en los últimos meses estamos viviendo los tiempos de mayor intensidad política desde la transición? ¿Cómo se justifica cuando España es uno de los países más seguros del mundo, como puede comprobarse en cualquier estadística de criminalidad? Pesa lo suyo en el caso de las cadenas privadas el factor de rentabilidad económica (batalla por la audiencia, a través del morbo y a bajos costes, para incrementar ingresos publicitarios). Pero la coincidencia de la televisión pública en esa misma fijación sólo se explica por un factor netamente político: no hay forma más eficaz de concienciar al personal para que trague con todo tipo de regresiones y renuncias que convenciéndolo de que se trata de proteger su seguridad personal y familiar.

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