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El Gobierno recompone las alianzas con sus socios: salva el paquete fiscal y allana el camino de los presupuestos

Frente al ruido y la furia... políticas útiles

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Cada día que pasa parece más claro que este otoño no se ha iniciado la segunda parte de la legislatura sino que en muchos aspectos se estrena una etapa política prácticamente nueva. Es como si la pandemia hubiera servido de epílogo al periodo transitorio surgido de la moción de censura que tumbó a Rajoy en mayo de 2018 y a la vez como introducción a un cambio de época que se venía insinuando desde mucho antes y al que se resisten los intereses creados y las élites que los disfrutan. Pese al rugido volcánico de la actualidad y la velocidad de los acontecimientos, empiezan a apreciarse algunas señales que indican posibles movimientos de fondo en el magma socio-electoral y en el debate público.

A pesar del descrédito acumulado por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) bajo la dirección de José Félix Tezanos, no hay analista demoscópico serio que no siga admitiendo el carácter imprescindible de sus trabajos de campo y de sus números “brutos”, en los que cualquier “traductor” imparcial descuenta la tendencia constante e indisimulada a hinchar los apoyos al PSOE (del mismo modo que el 90% de las encuestas para medios privados tienden a inflar los resultados del PP). El último barómetro (ver aquí) ofrece sin embargo algunas conclusiones que sólo discuten los opinadores más sectarios: 1) El efecto Ayuso que empujaba al PP de Casado al liderazgo estatal pierde fuelle, con un trasvase de unos 650.000 votos a Vox. 2) La suma de las derechas no logra mayoría suficiente, en parte como consecuencia de ese debilitamiento del PP. Y 3) Las fuerzas que componen la coalición de gobierno, PSOE y Unidas Podemos, mantienen o incluso ven reforzados los apoyos con los que contaban antes del verano pese al goteo diario de récords en el precio de la luz y la impotencia del Ejecutivo para afrontar la escalada. (Las últimas medidas anunciadas para detraer a las eléctricas sus “beneficios extraordinarios” aún no se conocían durante el trabajo de campo del CIS).

Se diría que lo que se registra es un aumento de las contradicciones entre una agenda mediática copada por el recibo de la luz, el bloqueo del Poder Judicial, la retirada de Afganistán (protagonismo fugaz de una operación que pasa de inmediato al olvido pese a los miles de afganos abandonados a su suerte) o los coletazos de la quinta ola del covid, y un interés ciudadano centrado en la recuperación económica y del empleo. Se percibe en la conversación pública cierto hartazgo de las tensiones creadas, una pereza generalizada ante la crispación forzada desde arriba hacia abajo, un cansancio de tanta hipérbole en el debate político.

Es pronto para aventurar tendencias, pero se intuye que el compromiso tajante anunciado por Sánchez el 1 de septiembre (ver aquí) de que se subiría el SMI aunque la patronal no quisiera o la confirmación de la llegada de los primeros 9.000 millones de los fondos europeos para abordar “una recuperación justa” han sido pasos percibidos como útiles para el bien común frente a la inutilidad de los negros augurios permanentes que se leen y escuchan desde los ámbitos políticos y mediáticos conservadores. Del mismo modo que una gran mayoría social aplaude medidas que permitan contener la voracidad del oligopolio eléctrico y reducir la factura de los ciudadanos y empresas más vulnerables.

Desde dentro del propio PP hay voces que en privado expresan preocupación ante la certeza de que algunos mimbres de la estrategia de oposición de Casado se están demostrando fallidos y contraproducentes (además de irresponsables). ¿Va a mantener dos años más el bloqueo del Poder Judicial buscando nuevas excusas cada día mientras se extiende la evidencia de que el PP incumple el mandato constitucional con el único objetivo de proteger sus influencias en la cúpula de la justicia? (Ver aquí). ¿Tuvo algún sentido la durísima crítica a una gestión de la retirada de Afganistán elogiada por los principales líderes e instituciones internacionales? ¿Cosecha algún voto Casado viajando a Bruselas para sembrar dudas sobre la recuperación española y sobre el uso que el Gobierno haga de los fondos de recuperación? ¿Suma apoyos cada vez que asume el discurso homófobo y xenófobo de Vox o simplemente está legitimando el extremismo populista de un hijo pródigo dispuesto a matar al padre con una hoja de ruta identificada con regímenes iliberales y cada vez más alejada del conservadurismo demócrata europeo?

Desde el mismo día de la moción de censura de 2018, el PP ha basado su oposición en la deslegitimación del Gobierno, ya fuera del PSOE en solitario o de coalición “social-comunista”, y ha cultivado el antisanchismo como si se tratara de una nueva ideologíaantisanchismo, confiado en que la extensión del odio contra Sánchez y contra Iglesias es suficiente para desalojarlos del poder. Frente a esa estrategia, que incluye una “guerra cultural” inspirada en el trumpismo y ejecutada con mayor credibilidad por Abascal o la propia Ayuso, tampoco se percibe en la derecha ninguna alternativa que defienda algún giro de fondo en su próxima Convención Nacional.

Sin restar importancia a la fuerza y los temibles efectos de ese pulso cultural que debería preocupar a cualquier demócrata más allá de sus preferencias partidistas, la medicina más eficaz es la política útil. Cuantas más decisiones concretas tome el Gobierno de coalición contra la desigualdad, en favor de los vulnerables y de las clases medias más castigadas por las sucesivas crisis (financiera y pandémica) más dejará en evidencia la inutilidad de quienes se aferran al no, no y no, da igual que se trate de la justicia que de las prácticas oligopólicas que del diálogo político sobre Cataluña.

Hay señales que apuntan movimientos de fondo más allá de nuestras fronteras. Cada país tiene sus factores endógenos, pero los sucesivos éxitos de opciones socialdemócratas apoyadas en pactos con partidos verdes, otras izquierdas y liberales demócratas comparten algunos elementos que hasta no hace tanto se consideraban herejías en ese discurso neoliberal imperante. Por primera vez en veinte años, los países escandinavos vuelven a estar gobernados por fuerzas progresistas (ver aquí), y este próximo domingo comprobaremos si aciertan las encuestas que vaticinan una victoria de Scholz en Alemania (ver aquí). ¿Qué tienen en común las fórmulas de gobierno que van enviando a la oposición a los neoliberales? Medidas contra la desigualdad, mejoras de los salarios más bajos, subidas fiscales a los ricos, recuperación de impuestos de patrimonio, apuesta rotunda por la transición ecológica y la sostenibilidad… Políticas útiles que protegen o recuperan derechos y que preocupan mucho... a las élites.

Cada día que pasa parece más claro que este otoño no se ha iniciado la segunda parte de la legislatura sino que en muchos aspectos se estrena una etapa política prácticamente nueva. Es como si la pandemia hubiera servido de epílogo al periodo transitorio surgido de la moción de censura que tumbó a Rajoy en mayo de 2018 y a la vez como introducción a un cambio de época que se venía insinuando desde mucho antes y al que se resisten los intereses creados y las élites que los disfrutan. Pese al rugido volcánico de la actualidad y la velocidad de los acontecimientos, empiezan a apreciarse algunas señales que indican posibles movimientos de fondo en el magma socio-electoral y en el debate público.

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