Gonzalo o la honestidad

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No me perdonaría Gonzalo la debilidad de escribir desde la rabia, la impotencia, la incredulidad o una profunda tristeza. Escribir es borrar, repasar, matizar, corregir. Nos lo habían enseñado algunas lecturas comunes: Borges, Vizinczey, García Márquez, Carlos Fuentes… Un periodista debe sentir, pero no contaminar sus crónicas con un estado de ánimo, ni abatido ni exultante. “Eso hay que dejarlo, si acaso, para la novela y la poesía”. Pero tengo que escribir sin más espera, porque resulta que hay tristezas que pueden eternizarse, y ausencias casi imposibles de llenar.

Ha muerto Gonzalo López Alba, periodista, leonés del Bierzo, enamorado de un oficio al que se entregó por completo, al que sólo robó horas de insomnios para su otra gran pasión: la literatura. Quienes no lo conocieran tienen derecho a pensar que estas líneas pretenden ser un obituario hagiográfico, en un país en el que por tradición, costumbre e hipocresía “enterramos muy bien”, nos deshacemos en elogios para quien ya no puede escucharlos. Llegamos tarde a casi todo lo que de verdad vale la pena y con casi todas las personas que hubieran merecido algún pedestal en vida. Pero si uno tiene algún crédito en esta profesión tan arrasada, créanme cuando escribo que Gonzalo López Alba representa todos los rasgos que deberían caracterizar siempre (en papel, en digital, vía móvil o en redes sociales) el buen periodismo. Gonzalo era uno de los tipos más honestos, generosos, humildes, rigurosos y autocríticos que uno se ha cruzado en tres décadas largas ejerciendo el periodismo.

Cada uno de los adjetivos empleados podría apellidarlo con actos concretos a lo largo de su trayectoria. Representa la honestidad porque siempre escribió lo que pensaba después de contrastar cada dato, sin ceder a llamadas o presiones de personajes afectados por sus crónicas o de directores pusilánimes temerosos de perder el sillón. Representa la generosidad porque decenas de compañeras y compañeros del periodismo político pueden aportar testimonios personales y directos de su disposición a ayudar al último o la última que llegaba, compartiendo agenda y sabiduría. Representa la humildad porque nunca desconfió de nadie tanto como de sí mismo, y porque nunca le sobró la autoestima que tanto se derrocha en nuestro gremio. Representa el rigor porque cualquiera que haya dirigido a Gonzalo sabe de su capacidad para tragarse exclusivas cuando todavía no lo eran, cuando faltaba una comprobación más, cuando aún no había dado su versión el aludido. Representa la autocrítica que nos ha faltado a toneladas en el periodismo español, en las empresas mediáticas y en los staff de los medios. ¿Alguien conoce a alguien que se haya autoinculpado por no haber sabido calcular el éxito de Pedro Sánchez en su regreso al liderazgo? Gonzalo era absolutamente exigente, pero empezando por él mismo, antes que por quienes le rodeaban.

Demostró cada una de esas características, en una coherencia a prueba de gurús y de sabios de Wikipedia, en su paso por las Redacciones de OTR-Press, Diario 16, El Sol, ABC o Público y como colaborador de El Confidencial, Interviú, tintaLibre y, por último, de Voz Pópuli e infoLibre. Gonzalo fue un referente en el periodismo político y sería imposible conocer la historia del PSOE sin repasar sus crónicas, reportajes, entrevistas y artículos, o su ensayo El relevo, la mejor radiografía del fulgurante ascenso de José Luis Rodríguez Zapatero en el socialismo español.

Tuvo Gonzalo la valentía de abandonar algún puesto cómodo para arriesgar en proyectos en los que creyó y en compañía de gente con la que compartía algunos principios y una misma pasión por este oficio. Y fue llevándose decepciones y alegrías, de forma injustamente descompensada. Le tocó chocar con la caída en picado del periodismo y con esta puta precariedad cumplidos ya los cincuenta, esa edad a la que tantos miles de españoles de distintos sectores saben que a las empresas les cuesta muy poco liquidarte y se resisten mucho más a contratarte. Pero Gonzalo, también como tantas otras y otros, supo pasar de la Olivetti al ordenador y del ordenador al móvil y de la rotativa a Twitter, y adaptarse a una realidad líquida (era lector atento de Bauman) y a ese ruido de las redes sociales que intentaba entender y asimilar. Al “lado oscuro” de todo esto dedicó su segunda novela, My dear love. (Allá donde esté lo imagino dibujando una sonrisa escéptica al enterarse de que este maldito lunes su nombre fue trending topic).

Tuve el privilegio de que me confiara en 2012 el borrador de Los años felices, una historia personal de la transición, del descubrimiento de la libertad, de una infancia leonesa de aroma a carbón y de una juventud madrileña de olor a pensión, a tinta y a tabaco negro. Y nunca podré olvidar su alegría al enterarse de que Planeta publicaría la novela, ni su orgullo al ver completo el aforo de La Casa del Libro de Gran Vía para la presentación.

Había aparcado temporalmente otra novela para avanzar en un nuevo ensayo. Quería contar a fondo y en detalle la historia del PSOE desde el año 2000 hasta la actualidad. Y en ello estaba, además de cuidar sus nuevas colaboraciones periodísticas, sin dejar de lamentar la ligereza tan de moda en el panorama mediático, pero decidido a seguir aportando su sólido granito de arena para reconstruir en lo posible un periodismo de calidad.

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Pocas veces en mi vida profesional me habría atrevido a decir que lo que expreso es probablemente compartido por gran parte de la tribu de la prensa, y por dirigentes políticos de distintas siglas, y por politólogos de diferentes escuelas. Lo han demostrado compañeras y compañeros de todas las Redacciones este lunes con centenares de mensajes personales y públicos. Como lo ha expresado un montón de gente que ya no está en las Redacciones a su pesar, pero que sigue valorando la necesidad democrática de un periodismo decente.

Que la tierra le sea leve.

P.D. Gonzalo participó desde el primer minuto en la Sociedad de Amigos de infoLibre. “Quiero estar, no vaya a ser que acertéis y algún día el personal entienda que la información no es gratis”. Y hasta aquí nos ha acompañado, como seguirán acompañándonos su ejemplo y su memoria. Tan pronto como la familia nos lo comunique informaremos acerca de su despedida final, en Madrid y en Ponferrada (León).

No me perdonaría Gonzalo la debilidad de escribir desde la rabia, la impotencia, la incredulidad o una profunda tristeza. Escribir es borrar, repasar, matizar, corregir. Nos lo habían enseñado algunas lecturas comunes: Borges, Vizinczey, García Márquez, Carlos Fuentes… Un periodista debe sentir, pero no contaminar sus crónicas con un estado de ánimo, ni abatido ni exultante. “Eso hay que dejarlo, si acaso, para la novela y la poesía”. Pero tengo que escribir sin más espera, porque resulta que hay tristezas que pueden eternizarse, y ausencias casi imposibles de llenar.

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