Más de cuarenta días confinados, nos acercamos al inicio de una incierta “desescalada” en busca de esa “nueva normalidad” con la sensación de que ni es nuevo ni es normal el clima político y mediático que rodea y condiciona la salida de la peor crisis que hemos conocido las generaciones vivas de españoles. Esta maldita obsesión por mantener la existencia de dos Españas desde arriba, al margen de lo que se transmita desde abajo, produce un hartazgo infinito entre quienes simplemente aspiramos a una convivencia sana, solidaria, pacífica, respetuosa con quienes piensan distinto y siempre en busca de un “nosotros” que nos acoja sin insultos ni desprecios. Uno defiende un lema personal y profesional: “me equivoco, pero no miento”. No hay forma: lo que triunfa es el uso de la mentira para demostrar las equivocaciones del prójimo y sacar de ellas el máximo provecho. “¡Que se hunda España, que ya la levantaremos nosotros!” (ver aquí). Patriotismo castizo en estado puro, desde finales del XIX hasta hoy.
Discúlpenme la vehemencia, pero cada cual levanta el ánimo en este encierro con mayor o menor dificultad, según los días. Y hoy me enfrento al teclado con la necesidad imperiosa de describir sin rodeos lo que me provoca una combinación irritante entre la indignación y la preocupación:
1.- No estoy dispuesto a caer ni un minuto más en la trampa del “más o menos todos somos iguales”. No es verdad. Ni en la política ni en el periodismo ni en la vida. En lo que me concierne, nunca he vivido del presupuesto público, ni en las covachas de la burocracia ni de las subvenciones publicitarias opacas, ni tengo nada que agradecer a ningún gobierno, ni nacional ni autonómico ni municipal. Para bien o para mal, lo poco que soy o significo me lo he ganado a pulso. Si cada tarde a las ocho aplaudo al personal de servicios básicos es porque creo firmemente en el servicio público y he comprobado el daño que le han hecho los gobiernos neoliberales que han intentado aprovechar los recursos de todos y todas para beneficios particulares en un capitalismo de amiguetes que ha marcado la historia de España desde antes de Cánovas hasta después de Zapatero.
2.- Me niego a aceptar el inaceptable debate maniqueo que decide que uno sólo puede estar al servicio adulador del gobierno de coalición de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias o en esa acera incendiada que acusa a ambos de “criminales”, “mataviejas”, “incompetentes”, “mentirosos”, “traidores” y hasta “cerdos sinvergüenzas” (ver aquí). ¿En serio pretenden justificar esta cacería como “oposición responsable” o ejercicio constitucional de la libertad de expresión? En esto, como en tantos principios fundamentales, me parece injustificable la cómoda equidistancia: en esta durísima y compleja batalla contra una pandemia desconocida estoy y estaré del lado de quienes hacen todo lo posible y hasta lo imposible por sacarnos a todos del agujero, aunque se equivoquen de vez en cuando. Quienes gobiernan tienen que someterse al control parlamentario y su gestión debe ser examinada con lupa. Ambos dirigentes han reconocido también equivocaciones. Pero torpedear sin pudor cada paso que dan, y exagerar con desparpajo cada error que cometen es simplemente miserable. A la vista de la actitud, por ejemplo, de la oposición conservadora lusa, a uno le entran ganas de “hacerse portugués” (ver aquí).
3.- Se equivoca a mi juicio Pedro Sánchez cuando traslada cierta autocomplacencia por la gestión realizada. Ni ha sido España el país que ha reaccionado antes y mejor que cualquier otro frente al covid-19, ni tampoco este gobierno ha sido el más torpe del mundo, como proclaman Casado y Abascal en un ejercicio de cinismo político que sólo evidencia su frívola disputa por la corona de la derecha más radical y, de paso, echar tierra sobre la clamorosa responsabilidad de los gobiernos autonómicos que comparten en algunas de las comunidades más castigadas por el virus y especialmente Madrid. ¿No es Díaz Ayuso el referente, ejemplo y laboratorio de las políticas que Casado propone para España? ¡Pues llévesela lejos, por favor!. O pregunte al personal sanitario, a los cuidadores de las residencias o a los familiares de víctimas abandonadas, olvidadas y desatendidas en un modelo de asistencia a la tercera edad cuya prioridad en demasiados casos (no en todos) es el negocio rápido y no la salud pública (ver aquí). Si alguien quiere de verdad valorar en su justa medida el alcance de la pandemia en España y los aciertos y errores de la gestión del Gobierno puede empezar leyendo el análisis de Ignacio Sánchez-Cuenca en Ctxt: tiremos a la papelera los argumentarios y prestemos más atención a los datos comparados (ver aquí).
4.- No hay otra opción racional, sensata y responsable que la unidad política para minimizar los enormes daños de la crisis del covid-19. Lo perciben así nueve de cada diez ciudadanos y ciudadanas en cualquier encuesta mínimamente rigurosa. Ya se encargan esos adalides de la “libertad de expresión” de dar pábulo a falsos sondeos en los que una abrumadora mayoría califica de “desastre” la gestión gubernamental (ver aquí). Si esa fuera la realidad sociológica, obviamente no necesitarían burdos montajes. Casado lo sabe, y por eso no cerró la puerta a la Mesa por la Reconstrucción que proponía Sánchez sino que la reconvirtió en comisión parlamentaria, con la obvia pretensión de restar protagonismo y liderazgo al Gobierno de izquierdas y dilatar las decisiones que puedan tomarse por consenso. En realidad lo que quiere el PP es una comisión de investigación y no de reconstrucción. Los tiempos de Casado o de Abascal son ajenos a la realidad de la ciudadanía. Se llenan la boca con las reivindicaciones de empresas, autónomos, pymes, parados, sanitarios… pero prefieren alargar durante semanas las durísimas críticas y reproches al Gobierno que acelerar medidas que saquen de la oscuridad a tantos necesitados de luz.
5.- Sin que Arrimadas lo hubiera siquiera soñado, Ciudadanos vuelve a manejar la llave del escenario político. Tiene en su mano ejercer en España el papel de oposición responsable que se percibe en la inmensa mayoría de los países democráticos. Pescar votos en plena pandemia es un ejercicio miserable que una ciudadanía bien informada podría terminar castigando en las urnas. Arrimadas puede romper con esa foto de Colón que expulsó a Albert Rivera de la política. ¿Aceptará Casado que Ciudadanos presida esa comisión parlamentaria que él mismo propone? ¿O pretende el líder del PP seguir jugando a la vez con la radicalidad de Faes y la moderación de Feijóo o de Almeida? ¿Estamos en las salvajadas que suelta Cayetana Álvarez de Toledo o en ese “arrimar el hombro” que sostiene el alcalde de Madrid?
6.- Sánchez ha abierto la disposición de pactos para la reconstrucción a escala autonómica y municipal, “gobierne quien gobierne”. Hay no pocos socialistas que se disponen a tragarse el sapo de pactar con los mismos que les están echando a las espaldas miles de muertos. Hay dirigentes de Unidas Podemos que contienen el aliento ante esa oferta de consenso que acoge a quienes día sí día también los tachan de “comunistas bolivarianos estalinistas criminales” cuyo único objetivo sería un “cambio de régimen”. (Como si entre los efectos secundarios del coronavirus figurara el de convertir a un republicano en monárquico o viceversa). Pues bien: tanto los principales barones socialistas como la dirección de Unidas Podemos comparten esa “mano tendida” al resto del arco parlamentario. Cuanto más gritan e insultan PP y Vox más sellan la unidad entre Sánchez e Iglesias. Y cuanto más aticen ese patriotismo de hojalata que ofende a la inteligencia, más fácil lo tendrá Ciudadanos para representar la función de bisagra que despreció de forma autodestructiva desde la aparición de Vox.
7.- La salida lenta y gradual de este túnel depende en lo sanitario de los test y la gestión de la información que aporten y en lo económico de la implicación de la Unión Europea. Cuanto más se acerque la decisión final de Alemania y los Países Bajos a la propuesta de Sánchez, menos lesivo será el coste de esta megacrisis para los españoles. Cuanto más factible sea el consenso a escala europea más difícil tendrá la ultraderecha sacar réditos políticos a la frustración que alimenta la eurofobia o, como mínimo, la eurodecepción. Sea vía deuda perpetua avalada por la UE o vía presupuestos a través de un fondo común billonario de reconstrucción económica y social, la cuestión es si alemanes y holandeses asumen que arruinar al sur es hundir a Europa (ver aquí).
8.- Uno está convencido, al margen de sondeos rigurosos o inventados, de que la prioridad absoluta de la ciudadanía es superar la crisis de salud. Cada cifra diaria de fallecidos es un mazazo en todas las familias confinadas. Sin distinción partidista. Dudo mucho que quienes parten de esa bonhomía y se emocionan cada tarde aplaudiendo a los trabajadores de servicios básicos asistan plácidamente a la utilización política de su dolor. Me sobran uniformes y me faltan batas blancas en muchas ruedas de prensa. Pero no por eso puedo admitir que se usen las palabras de un general de la Guardia Civil o una orden interna desacertada para concluir que las Fuerzas de Seguridad se dedican a perseguir la crítica al Gobierno. ¿En serio? ¿Puede alguien citarme a alguna víctima concreta de esa supuesta persecución? Porque uno no se cansa de leer y escuchar verdaderas diatribas contra unos gobernantes tachados en el mejor de los casos de “incapaces”, cuando no de “asesinos en potencia". No caigamos en esa burda trampa: la Constitución no protege mentir a sabiendas o jalear bulos. Y es ofensivo que los mismos que defendían y jaleaban el encarcelamiento de titiriteros o tuiteros con mal gusto pretendan ahora enmarcar bulos e intoxicaciones en el derecho a la libertad de expresión. (Aquí intenté explicarlo).
No me canso de citar al profesor Emilio LLedó o al añorado José Luis Sampedro cuando, cada cual a su modo, se preguntaban “¿para qué me sirve la libertad de expresión si no digo más que imbecilidades?”. La libertad de expresión sólo tiene sentido si conduce y sirve a la libertad de pensamiento, y para eso es necesaria una información fiable y contrastada, que nos permita alimentar una conciencia crítica y unos valores comunes. ¿Todo por la patria? No nos pongamos estupendos. Cada cual es dueño de sus silencios, de su valentía o de sus miedos. Y la patria, para algunos al menos, no es un trozo de tierra que defender a tiros o a gritos sino un espacio de convivencia, una memoria compartida, una lengua que nos permite entendernos, unos objetivos que pueden hacernos mejores… En este punto de nuestra historia, defender la patria es no tirarnos los muertos a la cabeza.