Una vez más, Vox ha conseguido su propósito. Todos conocemos ya el Pin de Abascal, el parental, ese veto a la educación pública basado en una ristra de falsedades comprobables que hace virutas de papel con la Constitución, los tratados internacionales, el Pacto de Estado contra la violencia machista y cualquier mínimo respeto a la obligación de los docentes para fomentar derechos fundamentales como la igualdad de género o la libertad sexual. Vox es un movimiento nacionalpopulista de extrema derecha homologable a otros populismos ultraconservadores surgidos en América y Europa, con el plus castizo de un franquismo que no estaba muerto, estaba tomando cañas. Se equivoca quien se lo tome a broma, o quien se desahogue tachando de fascistas a sus casi cuatro millones de votantes. No hay recetas de éxito contrastado para hacer frente a un fenómeno complejo cuyo mayor peligro consiste en contaminar por completo el debate público y fagocitar a las opciones políticas de centro-derecha a base de desplazarlas al agujero negro de la desinformación y la postdemocracia. Por eso lo más preocupante no es lo que pretende Vox sin el menor disimulo, sino, en primer lugar, ese enigma dentro de un misterio que envuelve al Pin ideológico y estratégico de Pablo Casado. Y por otro lado, el nexo que sí une a PP, Vox y Ciudadanos al margen de sus diferentes tácticas políticas o escalas morales: los intereses económicos privados que se aprovechan de los recursos públicos.
Me explico (o al menos, como siempre, lo intento).
1.- Caben pocas dudas sobre la falsedad de los (supuestos) hechos que sustentan la propuesta de ese pin censor por parte de Vox: ni existen denuncias de adoctrinamiento educativo (ver aquí y aquí), ni hay charlas en las aulas que enseñen a manejar juguetes sexuales (ver aquí).
2.- El bautizado por sus autores como pin parental es claramente inconstitucionalpin parental , como documenta la profesora Ana Valero (ver aquí), pero además trata a los menores como simples objetos que “forman parte del mobiliario doméstico”, como argumenta el magistrado José Antonio Martín Pallín (ver aquí). Si se llevara a la práctica la disparatada norma que el PP y Vox han puesto en marcha en Murcia, queda garantizado que el hijo de un imbécil será un imbécil toda su vida, sin posibilidades de contrapeso educativo a lo que en su casa sufra. Si su padre o madre son homófobos, será homófobo por mucho que un día descubra su homosexualidad o bisexualidad o transexualidad. Un padre islamista podrá impedir que sus hijas reciban una educación en la que sepan que tienen el mismo derecho que los varones a obtener un título universitario, a trabajar en lo que les pete, a conducir, a vestir, a lucir el cabello como les plazca o a casarse con quien les dé la gana. A ejercer su libertad.
3.- ¿Todas estas evidencias quieren decir que se trata de puro ruido pasajero sin consecuencias prácticas? Basta leer al periodista y lingüista Bruno Bimbi (ver aquí) para advertir que lo que Vox está haciendo en España con el mal llamado pin parental es lo que los ultras de Bolsonaro bautizaron en Brasil como “escuela sin partido” (ver aquí). Consiguieron instalar en una masa importante de la opinión pública la especie de que el programa educativo gubernamental destinado a desterrar la homofobia en las escuelas pretendía en realidad “adoctrinar” a los niños para “convertirlos en gays” (como quien convierte el agua en vino o las piedras en panes).
4.- No está muy claro cuál es el modo más eficaz de responder a esas campañas basadas en la manipulación, la desinformación y el fanatismo religioso. Ni los llamados “cordones sanitarios” (dudosamente democráticos) ni la confrontación directa con sus predicadores han demostrado ser recetas absolutamente exitosas. La experiencia acumulada respecto al trumpismo en EEUU, los postfascistas de Bolsonaro en Brasil, el Frente Nacional en Francia, Salvini en Italia, los iliberales de Putin en Rusia o los grupos populistas autoritarios que han alcanzado los gobiernos de Polonia o Hungría alienta la convicción de que todo demócrata debe responder a las mentiras con datos contrastables, evitando caer en las trampas de los marcos mentales que esos partidos y caudillos instalan hábilmente en el debate público a través de medios afines o de las redes sociales.
5.- Lo que ya parece contrastado es que todo partido político que asuma los discursos populistas y postdemocráticos de esos (¿nuevos?) actores quedan fagocitados o muy debilitados en la competencia por el espacio electoral en el que se mezclan ultraderechistas, indignados, antielitistas, incomprendidos, antisistema… En Brasil, por ejemplo, lo que sería el equivalente al PP, el autodenominado Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) llegó a obtener el 59% de los votos. Hoy está por debajo del 5%.
6.- Eso es lo que preocupa en algunos sectores del PP (ver aquí) ante la deriva radical de Pablo Casado en su persecución de la liebre soltada por Vox en forma de pin parental. Pese a que dirigentes territoriales en Madrid, en Galicia, en Castilla y León o en Andalucía han admitido que no comparten esa propuesta ni ven por ningún lado ese supuesto “adoctrinamiento inmoral” en las escuelas, el líder del partido se ha sumado con entusiasmo a la reivindicación y a la delirante argumentación de la misma: “¡Saquen sus manos de nuestras familias!”. Sostener, como hizo Casado este último domingo (ver aquí), que el Gobierno de coalición del PSOE y Unidas Podemos “dice lo mismo que en Cuba, que los niños son de la revolución” sonaría a un mal chiste si no estuviera en boca del líder del principal partido de la oposición.
7.- Pablo Casado tiene que aclararse y aclarar al electorado y a su propio partido cuál es su verdadero Pin, su código ideológico, político y moral, sus convicciones democráticas. Porque ya le ocurrió con el aborto. Antes de las elecciones generales de abril, resucitó lo que parecía un asunto aparcado en sus filas para distorsionar la historia de la legislación española sobre ese derecho y competir con Vox en el liderazgo del retroceso (ver aquí). Y también se tambaleó Casado en la lucha contra la violencia de género: llegó a definir a los maltratadores como “personas que no se están portando bien con ellas…” (ver aquí). Y no es posible saber con exactitud lo que piensa sobre el “sólo sí es sí” que su número dos en el Congreso, Cayetana Álvarez de Toledo, combate con más contundencia que Rocío Monasterio. Vivimos tiempos complejos, en los que las tácticas cortoplacistas y la búsqueda del próximo trending topic dominan sobre la estrategia de fondo, no sólo en el espacio de las derechas. Pero Casado y su discurso sobre el Pin de Abascal retratan a un dirigente que presume de constitucionalista y de “defender un solo programa y no 17”, cuando en realidad ni sus propios cuadros saben con certeza si su mayor laguna es que no puede competir con Abascal porque piensa lo mismo que Abascal.
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8.- Como suele ocurrir en el debate político de brocha gorda, la culpa de todo la tiene siempre el adversario. Una vez comprobado el disparate que supone para el crédito del PP asumir el veto parental a una educación pública basada en los valores democráticos, sus líderes y sus altavoces mediáticos corean que “la izquierda ha exagerado lo del pin parental”pin parental. Como si hubiera algo que exagerar cuando se proclama que “¡el Estado quiere apropiarse de nuestros hijos!”. Que las barbaridades que Vox lanza y que PP y Ciudadanos comparten o se tragan para mantener el poder autonómico y local que les une son el mejor cemento para la coalición de izquierdas es una obviedad innegable. Entender el caos y la inutilidad política a la que se ha entregado lo que queda de Ciudadanos exige una tesis doctoral, pero si Arrimadas no considera que ese Pin pueda ser la línea roja para ganar alguna credibilidad a un proyecto centrista frente a la caverna aun a costa de romper los pactos en Murcia, en Madrid o en Andalucía… es que Arrimadas tampoco encuentra su Pin.
9.- Conviene, en cualquier caso, no perder de vista la evidencia de que PP, Vox y Ciudadanos pueden discrepar de cuando en cuando sobre cuestiones morales o ideológicas. Pero ¿alguien conoce a alguien que sepa de alguien que les haya escuchado alguna vez discutir sobre medidas económicas o fiscales que afectan a los grupos poderosos del ámbito empresarial o financiero? A cierta edad uno cree poco o nada en las casualidades, menos aún en la política. La propuesta del Pin censor se desarrolla en Murcia después de una intensa campaña de la organización ultracatólica Hazte Oír (ver aquí) y cuando inicia su andadura un Gobierno de izquierdas en cuyo programa se incluye la revisión de los privilegios fiscales de la Iglesia o una apuesta decidida por la educación pública en lugar de seguir engordando el negocio de una enseñanza concertada en manos fundamentalmente de la Iglesia católica y grupos ultraconservadores (ver aquí). Es, como advertía este lunes Almudena Grandes (ver aquí), un “detallito” que sería ingenuo pasar por alto.
Esta trampa del Pin censor no es cualquier cosa. No se trata (sólo) de charlas o actividades complementarias o extraescolares. No se trata (sólo) del respeto a la ley, a los docentes, a la libertad de cátedra o al sentido común (que tanto escasea). Se trata de democracia. No se puede estar a favor de combatir la violencia machista y admitir que haya padres (convencidos o engañados) que puedan impedir que sus hijos e hijas sean educados en la igualdad. No se puede estar a favor de la libertad y el respeto al prójimo y propiciar a la vez que un padre o una madre transmitan su homofobia a la siguiente generación. Se puede ser de derechas, de izquierdas, liberal, socialdemócrata, neoliberal o comunista (¡ya basta de permitir la demonización absoluta del comunismo y la confusión intencionada con el estalinismo y sus crímenes!). Lo que no puede uno perder es el Pin demócrata.
Una vez más, Vox ha conseguido su propósito. Todos conocemos ya el Pin de Abascal, el parental, ese veto a la educación pública basado en una ristra de falsedades comprobables que hace virutas de papel con la Constitución, los tratados internacionales, el Pacto de Estado contra la violencia machista y cualquier mínimo respeto a la obligación de los docentes para fomentar derechos fundamentales como la igualdad de género o la libertad sexual. Vox es un movimiento nacionalpopulista de extrema derecha homologable a otros populismos ultraconservadores surgidos en América y Europa, con el plus castizo de un franquismo que no estaba muerto, estaba tomando cañas. Se equivoca quien se lo tome a broma, o quien se desahogue tachando de fascistas a sus casi cuatro millones de votantes. No hay recetas de éxito contrastado para hacer frente a un fenómeno complejo cuyo mayor peligro consiste en contaminar por completo el debate público y fagocitar a las opciones políticas de centro-derecha a base de desplazarlas al agujero negro de la desinformación y la postdemocracia. Por eso lo más preocupante no es lo que pretende Vox sin el menor disimulo, sino, en primer lugar, ese enigma dentro de un misterio que envuelve al Pin ideológico y estratégico de Pablo Casado. Y por otro lado, el nexo que sí une a PP, Vox y Ciudadanos al margen de sus diferentes tácticas políticas o escalas morales: los intereses económicos privados que se aprovechan de los recursos públicos.