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Regenerar es no mentir

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La historia política de Màxim Huerta daría para el guion de una singular serie televisiva o cortometraje. Podría resumirse en la historia de un individuo al que la mejor oferta de trabajo que sueña recibir se convierte en la mayor putada de su vida, por méritos propios y ajenos. La tocata y fuga (obligada) de Huerta es la metáfora de los tiempos que vivimos, en los que parece costarnos tres vidas asumir que la tan necesaria y cacareada regeneración política consiste sobre todo y por encima de todo en cumplir un solo mandamiento: no mentirás. Dicho de otra forma, decidan ustedes las estrategias o tácticas colectivas e individuales que consideren oportunas, pero no insistan desde el servicio público en tomar por imbécil a la ciudadanía. Me explico:

1.- Miente Huerta cuando dice que él ha hecho exactamente lo mismo que tantos otros presentadores de televisión, escritores, periodistas, tertulianos y artistas que han sufrido un “cambio de criterio” de Hacienda que ha servido para perseguir a quienes osaban ser críticos con el Partido Popular. Con tal argumento (repetido hasta la saciedad por no pocos comunicadores) está por cierto aplicando el ventilador y esparciendo el descrédito a diestra y siniestra con tanta alegría como si llevara años practicando la técnica que más ha desprestigiado la política y el periodismo. Deberían responderle unos cuantos músicos, periodistas, escritores o artistas que SÍ han sufrido la persecución anunciada sin complejos por el propio Cristóbal Montoro en sede parlamentaria. Huerta fue descubierto en su fraude en tiempos del último gobierno de Zapatero, y su problema no es una discusión sobre si tiene o no derecho a facturar como persona o como sociedad, desgravando los gastos que sean pertinentes. Su problema, por el que fue condenado en dos sentencias judiciales, consiste en que montó una empresa para autocontratarse por un sueldo ficticio, muy inferior al precio de mercado y a los ingresos reales que tenía, con el fin de tributar al 20% en lugar del 48% que le habría correspondido por IRPF. Hizo lo que se denomina “operaciones vinculadas” al margen del precio real de mercado, lo que en cristiano se llama fraude, y si no ha recibido sanción penal es porque su monto total no llegaba anualmente a los 120.000 euros que estipula la legislación vigente.

2.- Pueden ustedes borrar de la memoria (si lo prefieren) el punto anterior, puesto que a pesar del reproche moral y legal evidente que debe tener esa actitud de esquivar al fisco, lo cierto es que un trabajador de una empresa privada (sea presentador de televisión o sexador de pollos) está en su derecho de hacer con su vida y sus cuentas lo que le venga en gana. Será su problema, el de Hacienda o el de los tribunales que topen con el caso en cuestión. Lo sorprendente es que alguien condenado por engañar al fisco acepte alegremente la oferta de ser ministro y ni siquiera se le pase por la cabeza comentar el “incidente”.

3.- Pese a que hubo unas horas de dudas, en las que Sánchez cayó en la tentación de sostener a su flamante ministro contra las evidencias, habrá que reconocer que no ha habido en la historia democrática reacción más fulminante a la hora de liquidar un mandato. Alguien que llega al Gobierno gracias al pegamento que une a fuerzas diversas para echar del poder a un partido condenado por beneficiarse de “un sistema de corrupción institucional” no puede permitirse el menor agujero en la ejemplaridad que debe presidir todas y cada una de sus actuaciones. A Màxim Huerta no lo echa “una jauría” con ansias de cobrarse pieza, sino la contundencia de unos datos que indican que ha mentido y que su disposición al servicio público no supera una sencilla prueba del algodón: para defender los intereses comunes hay que empezar por cumplir las obligaciones tributarias comunes.

4.- Pueden ustedes borrar también de la memoria (si lo prefieren) el punto anterior, porque produce vergüenza ajena leer y escuchar análisis sobre el caso de Màxim Huerta que vienen a compararlo prácticamente con Bárcenas, Luis Roldán o Urdangarin. La exageración intencionada es una forma de falsedad. Que este jueves, a la misma hora en que Huerta era relevado al frente de Cultura por Guirao, portavoces del PP reclamaran la dimisión de Pedro Sánchez por el error (urgentemente corregido) resultaba grotesco. Que se empeñen en justificar que Ana Mato siga cobrando un sueldo público pese a su condena (que también niegan) como beneficiaria a título lucrativo de la Gürtel, ofende a la inteligencia. Que pretendan forzar la dimisión del ministro de Agricultura, Luis Planas, sin esperar a que la Fiscalía confirme o archive su imputación por “consentir” como consejero de Agricultura en Andalucía que algunos agricultores excavaran pozos ilegales buscando agua en Doñana… suena al Club de la Comedia más que a una Tv movie. Que Ciudadanos se apunte también a la exigencia urgente de dimisiones cuando en dos años han sido incapaces de hacer dimitir siquiera a los ministros reprobados por el Parlamento resulta casi patético.

5.- Que no haya sido “una jauría” la que ha finiquitado la improbable carrera política de Huerta no quiere decir que el ruido generado no sirva para ocultar una realidad mucho más sangrante y menos anecdótica: lo que clama al cielo es que España siga sufriendo un nivel de fraude fiscal que casi duplica la media europea. Mientras tanta gente se dé golpes de pecho con el caso Huerta por haber osado ser ministro, pero no tanto por intentar tributar sólo por uno de cada cuatro euros que ingresa, este país tiene difícil arreglo. Mientras se mantenga la brecha que sigue colocando la mayor carga fiscal en los asalariados y autónomos al tiempo que disminuye la aportación de las empresas, este país tiene un futuro complicado. Mientras el mismísimo Banco de España reconozca que desde que se inició la “recuperación” en 2014 han crecido 16 veces más los beneficios empresariales que los salarios y ese dato no abra portadas y telediarios, este país seguirá viendo dispararse la desigualdad. Mientras las empresas y bancos del Ibex-35 sigan ampliando su presencia en paraísos fiscales, como este mismo jueves advertía el último informe del Observatorio de Responsabilidad Social Corporativa, y ese dato merezca menos líneas escritas o minutos de televisión y radio que el ya exministro y de nuevo novelista Màxim Huerta, este país tiene complicado progresar como merece.

De modo que, una vez corregido el error Huerta, lo que procede es que el nuevo gobierno vaya demostrando que se preocupa por poner los focos en lo importante, moleste a quien moleste. Acoger a los migrantes del Aquarius es, además de una obligación legal y moral, el gesto más valiente y positivo para la Marca España en muchos añosMarca España, y debería servir para abrir un debate europeo sobre las políticas conjuntas de inmigración. Afrontar el próximo debate parlamentario sobre el techo de gasto para los siguientes Presupuestos negociando con Unidos Podemos (y quien haga falta) medidas que sitúen como prioridad la agenda social y una reforma fiscal enfocada claramente a combatir el gran fraude y a eliminar los trucos que utilizan quienes más ganan para contribuir menos sería el mayor avance contra la desigualdad. Si no se lograra una mayoría parlamentaria suficiente, al menos serviría para retratar a quienes siguen empeñados en negar la realidad: nuestro gran agujero no está en el gasto público, sino en que el Estado ingresa entre seis y ocho puntos menos de PIB que la media de la eurozona (según datos de Eurostat). ¿Regeneración? Empecemos por no engañarnos a nosotros mismos.

La historia política de Màxim Huerta daría para el guion de una singular serie televisiva o cortometraje. Podría resumirse en la historia de un individuo al que la mejor oferta de trabajo que sueña recibir se convierte en la mayor putada de su vida, por méritos propios y ajenos. La tocata y fuga (obligada) de Huerta es la metáfora de los tiempos que vivimos, en los que parece costarnos tres vidas asumir que la tan necesaria y cacareada regeneración política consiste sobre todo y por encima de todo en cumplir un solo mandamiento: no mentirás. Dicho de otra forma, decidan ustedes las estrategias o tácticas colectivas e individuales que consideren oportunas, pero no insistan desde el servicio público en tomar por imbécil a la ciudadanía. Me explico:

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