Conviene extraer alguna luz de las situaciones oscuras. Verse obligado, en el tercer año de la era covid, a aislarse y hacer reposo absoluto de voz durante dos semanas permite un ejercicio muy saludable: dedicar la mayor parte del tiempo a escuchar y leer en lugar de hablar. No es que uno descubra el Mediterráneo, pero aún cabe asombrarse de la casi infinita capacidad de este país para complicarse la vida y fustigarse hasta extremos que serían ridículos si no resultaran dramáticos. Muy especialmente en lo que venimos llamando "el espacio de la izquierda" (sea eso lo que cada cual considere oportuno).
Déjenme que resuma algunos de los elementos que a uno le sorprenden (hasta cierto punto), pero sobre todo le preocupan:
— Se cumplen ahora dos años, cuatro meses y quince días de la formación del primer gobierno de coalición estatal progresista desde los tiempos de la Segunda República. Pese a que sólo unas semanas después de su toma de posesión estalló la primera pandemia sufrida en el último siglo, lo cual puso patas arriba el programa base de este gobierno y de todos los demás del mundo mundial, ahí resiste, como la Puerta de Alcalá aunque bajo el sello de "ilegítimo" adjudicado desde el minuto uno. Con divergencias internas, con prepotencias impresentables, con irresponsabilidades clamorosas, pero ahí está. Aguanta y ha logrado apoyos para aprobar 140 nuevas leyes mientras van cayendo otros gobiernos de coalición, los autonómicos formados por "el espacio de la derecha" (sea eso lo que cada cual considere oportuno). Uno tras otro se han ido por las alcantarillas (con perdón) las coaliciones formadas por PP y Ciudadanos con el apoyo externo de Vox en Murcia, Madrid, Castilla y León y Andalucía. Pero no se hagan líos: si leen los periódicos, ven las teles, escuchan las radios o revisan los chats de amigos y cuñados, lo que está en crisis permanente es la coalición de izquierdas. Lo del otro lado es pura estabilidad, responsabilidad y rigor en la gestión. Con un par (de orejeras). Si en todos esos lugares se adelantan elecciones o caen gobiernos es en generoso beneficio de la ciudadanía, no por ambiciones partidistas, que por supuesto son las que mueven cualquier mínima disensión en el Ejecutivo estatal.
— Toda gestión de un problema es susceptible de mejorar, qué les voy a contar de lo que se pudo y se debió hacer ante una pandemia que paralizó la economía mundial, ante una guerra en Europa o la erupción de un volcán. ¡Ilusos! Creían que lo más difícil era que congeniaran dos políticos tan distintos y distantes como Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Nadie dijo que fuera fácil, pero lo innegable es que en estos dos años han salido adelante, gracias al llamado gobierno Frankenstein, los ERTE, el Ingreso Mínimo Vital, la reforma que garantiza el poder adquisitivo de las pensiones, la aprobación de 140.000 millones de inversión de fondos europeos, el tope al precio del gas en la península ibérica, la nueva ley contra la violencia sexual... y unos cuantos logros que suponen justo lo contrario de las políticas neoliberales que tras la anterior crisis económica mundial nos hundieron en la mayor brecha de desigualdad y pusieron en serio riesgo el Estado del bienestar. (Nicolás Sartorius lo resumía gráficamente en este artículo hace unos días: "cuanto mejor, peor...").
— Si un marciano aterrizara por aquí y preguntase qué ha ocurrido en estos dos años, con mostrarle las cifras de empleo conocidas este jueves, la reducción del paro —por debajo de los tres millones por primera vez desde 2008—, el récord de cotizantes a la Seguridad Social, el crecimiento de los contratos indefinidos gracias a la reforma laboral... quizás pensara que las cosas van bastante bien para amplias mayorías sociales (ver aquí).
— Pero claro, un marciano no estaría condicionado por lo que ve en la tele, en la mayoría de los periódicos o en las redes sociales, de modo que le extrañaría incluso el aluvión de encuestas que reflejan el llamado efecto champán del nuevo liderazgo de Núñez Feijóo (ver aquí) y que dan por sentado el inicio de un "cambio de ciclo" que arrancará con una clamorosa victoria electoral en Andalucía vaticinada también este mismo jueves por el CIS (ver aquí), continuará dentro de un año en autonómicas y municipales para llevar finalmente en volandas a la Moncloa a un dirigente político cuya principal habilidad conocida es sostener una cosa y la contraria en el mismo día. Eso sí, sin levantar la voz.
— Es conocida la infinita capacidad de las izquierdas para sucumbir a la melancolía, anticipando derrotas y desgastándose hasta el tuétano en batallas internas. Cuando se trata de ejecutar a un líder, en las derechas no se celebran asambleas ni surgen debates en plazas y barrios. La cosa se resuelve en una noche de cuchillos largos (pregúntenle a Casado), siempre con el fervoroso aplauso (al caído primero y al sucesor después) de la mayor parte de la opinión publicada. Si se piensa fríamente, debería asombrar el hecho de que poco más que mediada la legislatura ya se esté asumiendo por parte de medios, periodistas, politólogos y mediopensionistas, incluso entre muchos de los propios protagonistas, que se ha iniciado un cambio de ciclo "inevitable" que acabará con Núñez Feijóo en la Moncloa, muy probablemente escoltado por Santiago Abascal. Y cierra España.
Hasta aquí una descripción del clima político para cuya percepción no es necesario bucear demasiado. Basta con escuchar tertulias o leer editoriales, por no abundar en la cantidad de infundios, bulos, distorsiones y mentiras como catedrales en las que se sostienen a menudo los falsos debates con los que se entretiene al personal mientras va calando en la psique colectiva un pesimismo denso, sin duda marcado por los efectos de una inflación desbocada que perjudica, como siempre, a los sectores más débiles y necesitados.
Negar esta realidad psicopolítica (como diría Byung-Chul Han) sería estúpido y además autodestructivo, porque la negación no cambia esa percepción de la realidad. Confiar en que la actual desafección política (siempre favorable a unas derechas hiperactivas) y la desmovilización de la izquierda que reflejan todas las encuestas (para Andalucía y para todo el Estado en distintos grados) vaya a superarse simplemente con el paso del tiempo o con la defensa ardiente de una gestión de gobierno muy defendible sería simplemente ingenuo. Conviene asumir que en política —y más en estos tiempos acelerados, infodémicos y más emocionales que racionales— importa tanto o más lo que se percibe como lo que en realidad ocurre.
Y lo que se percibe es el rápido crecimiento de Feijóo (por cierto jamás se habló de un efecto champán de Sánchez, a quien las encuestas situaron un mes después de la moción de censura de 2018 exactamente en el nivel de apoyo electoral que obtuvo un año más tarde). Y ese efecto parece sustentarse no tanto en sus propuestas político—económicas (contradictorias con su propia gestión en Galicia y con las que recomiendan hoy las principales instituciones internacionales) sino en el cartel de “moderación”, “seriedad” y “disposición al diálogo” que ha conseguido dibujar de sí mismo. Conecta así con esa inmensa mayoría de encuestados que reclaman como prioridad “consensos y pactos de Estado” (ver aquí).
Hay datos y argumentos para desnudar el fenómeno Feijóo, y para ponerle en la tesitura de demostrar si de verdad está o no dispuesto a consensos de Estado
Si el Gobierno de coalición progresista quiere evitar que el resultado andaluz que el CIS pronostica sirva como palanca para un “cambio de ciclo” que tantos dan interesadamente por descontado, haría bien en abordar el problema como estructural y no simplemente como una burbuja pasajera. Hay datos y argumentos para desnudar el fenómeno Feijóo, y para ponerle en la tesitura de demostrar si de verdad está o no dispuesto a consensos de Estado (en la educación, en lo territorial, en la financiación autonómica, en la renovación y redignificación de los órganos constitucionales…). Es por el centro por donde se observa una fuga de votos desde el PSOE de Sánchez al PP de Feijóo (ver aquí), y para esa disputa el Gobierno tiene nombres con credibilidad para hacerle frente, empezando por una Nadia Calviño que cada día va reforzando más perfil político en una biografía tecnócrata. No sólo se trata de salir de la trampa del ruido y el barro permanentes, sino de confrontar programas y hojas de ruta con solvencia técnica, como viene haciendo Yolanda Díaz desde la tribuna del Congreso cada vez que responde a un insulto con su temido preámbulo “le voy a dar un dato”.
Ocurra lo que ocurra tras la campaña electoral que este viernes se abre en Andalucía, aún queda casi media legislatura por delante, y lo que está en juego trasciende los intereses electorales del 19J. Las fuerzas progresistas necesitan en primer lugar huir del ensimismamiento y la melancolía para trazar una hoja de ruta que refleje ese “cambio de época” que está reclamando la ciudadanía incluso desde el distanciamiento y el hartazgo con la política. Es hora de manejar el BOE con una mano siempre tendida a los socios de investidura abordando los problemas inmediatos y reales de la gente, por ejemplo introduciendo en la anunciada prórroga del plan anticrisis medidas progresivas que ayuden a quienes más lo necesitan frente a la escalada de precios, pero con la otra mano necesita plantear propuestas estructurales de fondo, desde una profunda reforma fiscal a un modelo de España plurinacional sin complejos, federal y democrática, que cierre el paso a un populismo reaccionario y represor.
En realidad el llamado “cambio de ciclo” debería apelar a las fuerzas progresistas como objetivo propio, en el que no basta con advertir de “que vienen los fachas”, aviso inútil cuando todo el mundo sabe que siempre han estado aquí y que ahora simplemente ejercen de tales sin complejos y sin filtros. El cambio de ciclo podría consistir en situar España en la modernidad y en consolidar una democracia que aún soporta demasiados privilegios, demasiados intocables y demasiada putrefacción en las cloacas. Para ello Sánchez necesita no sólo acertar él, sino que salga mejor que bien el proyecto de Yolanda Díaz, que, como apuntaba hace unos días Ignacio Sánchez—Cuenca, “no puede presentarse ante la ciudadanía como una componedora entre intereses partidistas varios”, sino que “ha de construir su liderazgo sobre bases distintas, pensando primero en los ciudadanos y luego en los partidos”. Acierta cuando pretende en primer lugar “escuchar” de abajo arriba, de modo que en el final del proceso “lo que más convenga a los partidos existentes sea sumarse a un movimiento que ya esté en marcha” (ver aquí).
Nadie dijo que fuera fácil afrontar desde un gobierno de coalición de izquierdas (y en minoría parlamentaria) una pandemia, un volcán, los efectos de una guerra… y las zancadillas permanentes de un sistema político—institucional y mediático acostumbrado a emitir o dictar, más que a escuchar. Eso sí: tonterías las justas.
Conviene extraer alguna luz de las situaciones oscuras. Verse obligado, en el tercer año de la era covid, a aislarse y hacer reposo absoluto de voz durante dos semanas permite un ejercicio muy saludable: dedicar la mayor parte del tiempo a escuchar y leer en lugar de hablar. No es que uno descubra el Mediterráneo, pero aún cabe asombrarse de la casi infinita capacidad de este país para complicarse la vida y fustigarse hasta extremos que serían ridículos si no resultaran dramáticos. Muy especialmente en lo que venimos llamando "el espacio de la izquierda" (sea eso lo que cada cual considere oportuno).