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Confieso que sufro una fatiga política de un grado similar o superior a la pandémica. Y me preocupa. Tengo poco que añadir a los análisis publicados en estas mismas páginas (ver por ejemplo aquí el de Daniel Basteiro o aquí el de Javier Valenzuela). Pero leo y escucho las declaraciones de los protagonistas del terremoto que agita a las derechas y se me vienen a la cabeza recuerdos del tamayazo mezclados con la imagen de aquella mítica escena de Robert Redfordtamayazo en El candidato, cuando viaja de un mitin a otro y en el asiento trasero del coche oficial empieza a burlarse de sí mismo ensayando un discurso de sonidos ininteligibles y frases huecas, reconocimiento explícito de que ya se ha convertido en una voz más del circo político-mediático, del show profesionalizadoshow en el que importan todo tipo de intereses excepto el de los electores.
Lo de Murcia, epicentro y excusa del seísmo, es lo más parecido a la situación que en 2003 desembocó en Madrid en el caso de robo político conocido por el apellido de uno de los dos tránsfugas captados por una mafia político-empresarial que impidió la investidura de quien había ganado las elecciones, Rafael Simancas, y terminó llevando al poder a Esperanza Aguirre (y a Ignacio González, a Francisco Granados y a unas cuantas "ranas" más que durante casi dos décadas han esquilmado fondos públicos y amañado cada campaña electoral con financiación ilegal). Lo de Murcia comunidad y lo de su capital y pedanías es un cóctel de corrupciones, clientelismos, y adjudicaciones bajo sospecha… (ver aquí). Es tan siciliano el ecosistema político-económico de Murcia que lo de los centenares de vacunados sin derecho a hacerlo no es sino la consecuencia natural de esas maneras cleptómanas de concebir lo público que tanto y durante tanto tiempo hemos sufrido en Madrid.
Conviene aguantar la respiración hasta comprobar en qué quedan las mociones de censura presentadas por Ciudadanos y el PSOE a nivel autonómico y municipal. Porque los resultados de las elecciones autonómicas de 2019 que permitieron hasta ahora gobernar a PP y Cs gracias al apoyo de Vox implican que bastaría la deserción de tres diputados naranjas para garantizar de nuevo la mayoría absoluta de las derechas. No es baladí que desde el minuto uno de este miércoles el mensaje más repetido desde el PP sea el de las “puertas abiertas” para recibir a todo aquel representante de la formación de Arrimadas que quiera cruzar ese río. García Egea, secretario general, mano derecha de Casado y murciano hasta el hueso mismo de la aceituna, sólo lograría superar el mal trago cortocircuitando esa moción. Para conseguir lo mismo en el ayuntamiento de la capital bastaría fichar a dos concejales de CSfichar. Veremos. (*)
Isabel Díaz Ayuso ha derrochado el desparpajo que la caracteriza para proclamar como argumento para el anticipo electoral la tesis conspiranoica de que socialistas y naranjas preparaban una jugada similar a la de Murcia. Ni el más mínimo rastro de tal cosa. Ignacio Aguado salió el miércoles del consejo de Gobierno de Ayuso como si hubiera visto un ovni. Algunos enterados analistas sostienen que Aguado no sabía nada porque todo se había cocinado en la mismísima Moncloa con Arrimadas. Como si alguien no estuviera ya avisado de que Ayuso lleva meses acariciando el adelanto electoral en el que tanto confía su gurú, Miguel Ángel Rodríguez, para su lanzamiento definitivo como lideresa de Madrid de la mano de Vox y alternativa simultánea al propio Casado y al gobierno “socialcomunista”.
Más allá del debate jurídico (ver aquí) sobre la legalidad impoluta del adelanto electoral (que no debería ser cosa menor) lo cierto es que ya nadie contempla otra posibilidad real que la de elecciones en Madrid el 4 de mayo. Y admito que me produce una mezcla irritante de preocupación y perplejidad el hecho de que en los últimos dos días prácticamente no hablemos de la pandemia, de los casi trescientos muertos diarios, del freno en el descenso de los contagios, de la urgencia de las ayudas a los sectores más afectados (será clave lo que salga del Consejo de Ministros extraordinario de este mismo viernes).
Entiendo que se analice la decisión de Ayuso como el intento de liquidar a Ciudadanos lo antes posible y frenar al mismo tiempo un crecimiento de Vox a costa del PP que algunos sondeos aún no publicados disparan hasta cifras que deberían quitar el sueño a cualquier demócrata. Pero me escandaliza por enésima vez el comportamiento de una dirigente política que jamás debió llegar a ser siquiera candidata a presidenta de Madrid (ver aquí unos cuantos motivos) y que es capaz de aplicar a su populismo castizo los ingredientes más peligrosos del trumpismo, todo con tal de que no se ponga el foco en su infame gestión de la pandemia. Cada vez que ella dice “socialcomunismo” simplemente habría que responder: “residencias”. Lo imperdonable de Ciudadanos es que no abandonara el gobierno madrileño cuando infoLibre desveló el Protocolo de la vergüenza que prohibía trasladar a mayores a hospitales o cuando su propio consejero de Asuntos Sociales denunció lo que “no sólo no es ético sino que probablemente sea ilegal” (ver aquí).
La forma de hacer política de Ayuso es una hipérbole permanente cuyo único objetivo es desviar la atención de los daños que esa política causa. Cuanto más hablemos de la “rebelión” madrileña y de la “libertad” que defiende frente a las restricciones en el resto de España (incluídas otras comunidades gobernadas por el PP) menos se hablará de la mentira del llamado “milagro” (ver aquí), de la elevada incidencia que aún hoy sufrimos, del desprecio absoluto a la sanidad pública, de los duros recortes en atención primaria o del hecho de que tanto la comunidad como el ayuntamiento de Madrid encabezan el ránking de los que menos han ayudado a los sectores más castigados (ver aquí).
Su exitoso victimismo populista entre quienes renuncian a una información mínimamente contrastada o colocan como prioridad absoluta su “antisocialismo”, “antisanchismo” o “anti-Podemos” es innegable. De modo que sería a mi entender un imperdonable error que la izquierda contemplara las probables elecciones del 4 de mayo como un pulso más sobre talento tacticista o fortalezas partidistas.
Vivimos un cambio de época en el que han saltado por los aires casi todos los diagnósticos previamente instalados. Madrid es capital de España pero España no es Madrid, por más que lo repita Ayuso. Los movimientos telúricos en el espacio conservador también exigen una visión de la diversidad y de la territorialidad. La cúpula de Ciudadanos andaluza tiene poco que ver con la murciana o con la castellano-leonesa. Marín no es Aguado, Aguado no es Igea y Arrimadas no tiene la vara de mando único en una formación que avanza aceleradamente hacia la irrelevancia. El acierto de la Operación Illa tampoco tiene garantías de repetirse, entre otras razones porque Cataluña no es Madrid, porque Margarita Robles (autodescartada) no es Illa y porque la capacidad de la izquierda en Madrid para restar cuando sólo vale la suma es históricamente tozuda.
Nada le gustaría más a la derecha político-mediática que poder reducir la campaña del 4 de mayo a una batalla contra un nuevo Frente Popular “socialcomunista” y republicano, tan imperfecto e impopular como el pensamiento único se ha encargado de instalar en la mentalidad colectiva. Su obsesión guerracivilista compite con las influencias trumpistas. Pero lo cierto es que cada voto desperdiciado en la izquierda sumará posibilidades de éxito al intento de Ayuso de instalar en el gobierno madrileño ese nacionalpopulismo extremista que comparte con Vox. Para frenar el ayusismo son imprescindibles la generosidad, la fraternidad y el pragmatismo que deberían imperar en las izquierdas. Todo partido que corra el riesgo de quedar por debajo del 5% de votos tiene la obligación política y moral de acordar fórmulas capaces de movilizar a sus fieles por el interés común de evitar esta fatiga de la política que sólo puede beneficiar a quienes ya han demostrado lo poco que les ocupa la prioridad de vencer juntos a una pandemia.
(*) Pocas horas después de publicarse este artículo se han confirmado los peores augurios que aquí exponíamos sobre un posible tamayazo en Murcia. Tres diputados de Ciudadanos han pactado con el PP retirar el apoyo a la moción de censura que habían firmado dos días antes (ver aquí). Las gestiones de García Egea han dado el resultado que buscaba. ¿A cambio de qué?.
Confieso que sufro una fatiga política de un grado similar o superior a la pandémica. Y me preocupa. Tengo poco que añadir a los análisis publicados en estas mismas páginas (ver por ejemplo aquí el de Daniel Basteiro o aquí el de Javier Valenzuela). Pero leo y escucho las declaraciones de los protagonistas del terremoto que agita a las derechas y se me vienen a la cabeza recuerdos del tamayazo mezclados con la imagen de aquella mítica escena de Robert Redfordtamayazo en El candidato, cuando viaja de un mitin a otro y en el asiento trasero del coche oficial empieza a burlarse de sí mismo ensayando un discurso de sonidos ininteligibles y frases huecas, reconocimiento explícito de que ya se ha convertido en una voz más del circo político-mediático, del show profesionalizadoshow en el que importan todo tipo de intereses excepto el de los electores.
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