Dicen, Celia, que la semana pasada fuiste pelín contradictoria. El martes pegaste tu voto, como granito de arena, a ese bloque de hormigón con el que tu grupo parlamentario mostró al mundo que sois Los Mospeperos: “Uno para todos y todos para uno” y, tan solo dos días después, rompiste la disciplina de partido, en plan: ♪ Yo soy rebelde porque el mundo me ha hecho así ♪ -en la votación de la moción de IU sobre el aborto- manifestándote en contra del anteproyecto de Gallardón. ¡Qué rapidez la tuya para cambiar de carril! Vettel a tu lado va pisando huevos. Muy fan.
O sea, el miércoles reconociste que el día anterior no habías votado en conciencia, seguro que cambiaste de bolso y no la metiste- la conciencia- en el que elegiste para ir al Congreso en un día tan importante, te entiendo, a mí esto me ha pasado un montón de veces con las llaves. Y el jueves, practicaste la desobediencia –que te puede costar hasta 500 euros de multa–. Fan, fan. Como reina del lenguaje coloquial que eres –mítico tu “caldito”– seguro que entiendes perfectamente a esas gentes del pueblo que comentan en la parada del autobús: “Los políticos se quedan con nosotros”.
A ver, todos sabemos que el ser humano es ilógico y discordante por naturaleza ¡Anda que no hay gente que pide para merendar una napolitana de chocolate, con los ojos ávidos de grasa e hidratos, y luego pone carita de mártir de la alcachofa para decirle al camarero: “el café con sacarina, please”! Pues no te digo nada si el ser humano, en cuestión, pertenece a una formación política, ahí ya no debe de tener ni idea de qué pedir porque, claro, sabes que haya lo que haya en la carta, al final te comerás con patatas lo que al partido le salga del aparato.
Aunque, para ser justos, el que casi siempre se acaba comiendo lo que no ha pedido es el ciudadano, ya puedes ser celíaco, que como al gobierno de turno el cuerpo le pida trigo, te acaba saliendo el gluten por las orejas. Son las reglas de nuestra democracia, ya se sabe, pero en según qué cuestiones la digestión no se hace ni con una garrafa de Almax forte.
Entenderás, Celia, que después de haber apoyado – muy disciplinada tú– la ideaza de Alberto, cuando dijiste un día después que esperabas que el anteproyecto de Gallardón no llegara al Congreso, sonara en toda España un tremendo: ¡¿Whaaaat?! –versión anglosajona del famoso ¡¿Cómorrrrr?! de Chiquito de la Calzada– porque una vuelta de tortilla de tales dimensiones no la habíamos visto ni en la final de MasterChef.
Te preguntaron los periodistas y, fiel a tu estilo inconfundible, dijiste que no habías votado en secreto la retirada del anteproyecto de ley del aborto porque no te gustaba que el PSOE, eterno rival, os brindara la oportunidad de ser traidores con vuestro propio grupo parlamentario, y que “eso une mucho”, añadiste. Te faltó un: “¡digo!” meneando el abanico.
Claro, no sé si te planteaste en algún momento que, al no querer ser traidora con tu grupo parlamentario, lo estabas siendo con tus propias convicciones y, quizás también con todas esas mujeres a las que cada aplauso efusivo que sonaba en el Congreso aquella tarde, les dolía como un bofetón de esos que se dan con la mano abierta.
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En fin, habría quien se indignara al oírte decir aquello de: “Voté lo que había que votar”, en un asunto tan duro que admite mal la tibieza y la falta de rotundidad. Yo, sin embargo, creo que hay que felicitarte porque, con un solo gesto, nos diste una lección magistral de lo que es la política en nuestro país: más allá del compromiso con uno mismo, muy por encima de las profundas convicciones, está el compromiso con el partido, con la familia política, con los colores que todo lo resisten, como los de payaso listo de Micolor. Muy fan.
Y fíjate si me he levantado positiva, que hasta creo que duele un poquito menos sentir eso de que “no nos representáis” al comprobar que, si no os gusta quién hace la propuesta, sois capaces de no representaros a vosotros mismos.
Pues nada, no te agobies con la multa y que tengas un buen día… por el bien de Manolo.
Dicen, Celia, que la semana pasada fuiste pelín contradictoria. El martes pegaste tu voto, como granito de arena, a ese bloque de hormigón con el que tu grupo parlamentario mostró al mundo que sois Los Mospeperos: “Uno para todos y todos para uno” y, tan solo dos días después, rompiste la disciplina de partido, en plan: ♪ Yo soy rebelde porque el mundo me ha hecho así ♪ -en la votación de la moción de IU sobre el aborto- manifestándote en contra del anteproyecto de Gallardón. ¡Qué rapidez la tuya para cambiar de carril! Vettel a tu lado va pisando huevos. Muy fan.