Todos somos libres de tener nuestros sueños, faltaría más. Yo mismo tengo los míos: me gustaría que muchas cosas no fueran como son. Soñar no tiene nada de malo, al contrario. Ahora bien, actuar confundiendo tus sueños con la realidad puede resultar francamente nocivo. Creer, por ejemplo, que los unicornios existen y algún día te toparás con uno.
Cierta élite española —periodistas, escritores, pensadores, politólogos…— lleva lustros soñando con un imposible unicornio: la existencia de un centro político en España. Aluden con eso, en realidad, a un centroderecha a la europea, uno que tenga sentido de Estado a la par que capacidad reformista y apoyo a los progresos ineludibles. Porque el centroizquierda sí que existe aquí, se llama PSOE. Un partido que, por mucho que a veces no lo merezcan, sostiene los pilares del sistema —monarquía, Constitución del 78, autonomías, integración en Europa, economía capitalista…—, pero intenta retocar algunos de sus defectos.
Esa élite —minoritaria, por definición— se puso loca de contento cuando, con el apoyo de las finanzas y los medios, apareció Ciudadanos (Cs) hace pocos años. España, clamaron, tenía, por fin, el partido de centro que le faltaba desde la desaparición de la UCD de Suárez. Un partido liberal y reformista, capaz de ser la deseada bisagra entre el PP y el PSOE.
Tal entusiasmo nos pareció pura ilusión a algunos, wishful thinking, por decirlo en inglés. Ciudadanos se nos antojaba una obvia operación de marketing político, más próxima al juego callejero de los triles o a la canción infantil Vamos a contar mentiras, tralará que a algo realmente existente. Recuerdo muy bien que la portada del tintaLibre de noviembre de 2015 rezaba así: Ciudadanos, viaje al centro del oportunismo. Premonitorio, ¿no? Que se lo pregunten si no a Begoña Villacís, que anda estos días viendo cómo colocarse en el PP. O, para buscar otra fuente, que se lo pregunten a ese gran defensor de la lengua de Cervantes y modelo de integridad y coherencia llamado Toni Cantó.
La vida termina poniendo las cosas en su sitio. En ocasiones, de forma humillante. Ciudadanos se descompone y los que se han ganado la vida con sus triles andan buscando curro. Resultó que el partido naranjito no era liberal, era de un nacionalismo decimonónico tan subido que en lo único en que competía con el PP y Vox era en españolismo. En la plaza de Colón, entre un bosque rojigualda, estuvo Albert Rivera en febrero de 2019. Y en la de Cibeles, hace unos días, Inés Arrimadas. A ambos les fastidia cualquier intento de apaciguar la situación en Cataluña. Y es natural: el enfrentamiento entre banderas nacionales es su principal fondo de comercio.
Ciudadanos tampoco era reformista. Se olvidó enseguida de sus propuestas regeneracionistas —algunas de ellas no eran malas—, para dedicarse a despotricar de las subidas de salarios y pensiones, de que las grandes empresas y entidades financieras paguen algo más de impuestos, de todo aquello que pudiera conseguir que los ricos ganen un poco menos y los pobres un poco más. Su supuesto liberalismo se ha limitado a defender la libertad de ganar dinero a toda costa. Aunque sea alquilando el vientre de las mujeres.
En España no existe un centroderecha relevante, ya me gustaría a mí que existiera. No se pueden pedir peras al olmo, España da lo que da. Nuestro país se perdió la reforma protestante, el Siglo de las Luces, las revoluciones inglesa, americana...
Y nunca fue bisagra, por supuesto. Dejó escapar la posibilidad de gobernar junto al PSOE de Sánchez y se convirtió en la muleta del PP en ayuntamientos y comunidades autónomas. Previsible también. Ahora Villacís intenta cobrárselo con algún puestecillo en las próximas listas electorales de la derecha. Si no en la local de Ayuso, que la tiene vetada, en la nacional de Feijóo. Donde sea, pero un cargo que le permita salir en la tele y ganar un dinerito.
Los niños creen en Papá Noel, los Reyes Magos y el Ratoncito Pérez, y eso me parece maravilloso. ¿Pero cómo pudo creer algún adulto que Ciudadanos fuera centrista? Jamás lo fue: en esta hora del naufragio, la mayoría de sus votantes se van al PP y a Vox, a lo auténtico. Y sus dirigentes buscan acomodo en ese mismo espacio de derecha extrema o extrema derecha, tanto monta, monta tanto. ¿Dónde está el Paco Fernández Ordóñez de Ciudadanos, aquel ministro de la UCD que, al disolverse la coalición de Suárez, encontró un hueco propio y significativo en el PSOE de González?
No, queridos soñadores que deseábais creeros el cuento, el partido de Rivera y Arrimadas nunca ha sido el centroderecha de un Macron que, el otro día, aquí mismo, en Barcelona, declaró que jamás aceptaría el apoyo de la ultraderecha, porque la ultraderecha es justamente lo contrario de la democracia. Ni el Partido Liberal de Alemania (FDP), que, ahora mismo, gobierna en Berlín en coalición con la socialdemocracia de Scholz y los Verdes.
En España no existe un centroderecha relevante, ya me gustaría a mí que existiera. No se pueden pedir peras al olmo, España da lo que da. Nuestro país se perdió la reforma protestante, el Siglo de las Luces, las revoluciones inglesa, americana y francesa de los siglos XVII y XVIII, la derrota de los fascismos en la Segunda Guerra Mundial. Salvo en algunos rincones, su burguesía culta y liberal siempre ha sido raquítica.
“Cs fue un partido de derecha muy dura con esas formas que llamaban centro", escribió ayer Quique Peinado en este periódico. Y añadió de inmediato: “Spoiler: sale mal”. Pues, sí, Quique. Puedes engañar a todos durante algún tiempo, puedes engañar a algunos durante todo el tiempo, pero no puedes engañar a todos todo el tiempo. Experimentos con gaseosa como el del partido de la Fanta de naranja solo pueden terminar saliendo mal.
Todos somos libres de tener nuestros sueños, faltaría más. Yo mismo tengo los míos: me gustaría que muchas cosas no fueran como son. Soñar no tiene nada de malo, al contrario. Ahora bien, actuar confundiendo tus sueños con la realidad puede resultar francamente nocivo. Creer, por ejemplo, que los unicornios existen y algún día te toparás con uno.