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Bernie Sanders

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Estados Unidos no siempre fue ese gigantón asustadizo como una ardilla que conocemos hoy, ese país aterrorizado crónicamente por la posibilidad de una invasión extranjera: los rusos, los chinos, los comunistas en general, los marcianos, los musulmanes, los emigrantes hispanos, los muertos vivientes, los virus malignos… Hubo un tiempo, los primeros dos tercios de su historia, en que solía hacer honor a ese lema que aún cacarea de land of the brave, la tierra de los valientes. Aunque ahora resulte casi pasmoso, Estados Unidos fue el primer país contemporáneo que le dio una patada en el trasero a la monarquía y la sociedad de las pelucas empolvadas y proclamó la primacía de los derechos humanos y los valores republicanos.

En este primer tramo de la larga campaña presidencial que culminará en noviembre de 2016, Donald Trump interpreta el Estados Unidos al que hoy estamos más acostumbrados: el muy conservador de los varones blancos, anglosajones, protestantes… y ricos. Pero Trump no supone ninguna novedad: son raras las campañas norteamericanas de las últimas décadas en la que no haya aparecido una candidatura de este tenor. Incluso cuando no obtiene la victoria, su influencia en el resultado final suele ser decisiva: obliga a escorarse a la derecha a los demás.

La verdadera novedad en este arranque de la carrera por la Casa Blanca se llama Bernie Sanders, es judío y procede del pequeño Estado de Vermont. Sanders, que cumplirá 74 años este 8 de septiembre, se proclama socialista –sí, han leído ustedes bien– y quiere acabar con los excesos del capitalismo salvaje que han sembrado de dolor, injusticia y desigualdad su país y, por extensión, el mundo entero. Su modelo, dice, es la socialdemocracia de los países escandinavos.

Sanders es un político veterano. Fue alcalde de Burlington, la ciudad más poblada de Vermont, y luego congresista en Washington durante 16 años. En 2006 fue elegido senador por Vermont y en 2012 fue reelegido ¡con el 71% de los votos! Su voz lleva más de tres décadas alzándose contra las rebajas de impuestos a los ricos, las barbaridades cometidas contra la naturaleza y las restricciones a los derechos y libertades justificadas por la lucha contra el terrorismo.

El precandidato presidencial demócrata, el senador Bernie Sanders, en un acto electoral en Conway, Nuevo Hampshire. EFE

“El Gobierno de Estados Unidos le corresponde a todos los estadounidenses y no a un grupo de billonarios”. Con esta idea fuerza, Sanders anunció el pasado abril su intención de presentarse a las primarias que designarán al candidato del Partido Demócrata en las presidenciales de 2016. No lo hizo desde la televisión o Twitter, o en una cena con ricos y famosos en un hotel de cinco estrellas, sino desde un podio situado en uno de los jardines que rodean el Capitolio y sin usar músicas pegadizas o videos almibarados.

Ni en sus sueños más salvajes, Sanders y sus partidarios creen que el senador de Vermont terminará sentado en el Despacho Oval. Su objetivo es más modesto, pero no por ello menos atrayente: volver a introducir los temas progresistas, las preocupaciones de lo que Henry Wallace llamaba “el hombre común”, en la agenda política y mediática estadounidense. Lo está consiguiendo: las pequeñas contribuciones económicas a través de Internet a la campaña de Sanders están siendo tan numerosas y sus actos electorales tan concurridos que la mismísima Hillary Clinton se ve obligada a insistir en que ella también tiene corazón, no es sólo un experimentado pilar del establishment.

El miedo comenzó a instalarse en el alma estadounidense durante la presidencia de Harry Truman, cuando los norteamericanos fueron sometidos a un tremendo lavado de cerebro. El modo de vida americano, se pregonó desde todos los púlpitos posibles, estaba amenazado por ese monstruo llamado comunismo, al que se le asoció malintencionadamente cualquier tipo de crítica al capitalismo estadounidense, fuera ésta socialdemócrata, libertaria o, pura y simplemente, democrática. De aquella siembra de un paranoico temor a Godzilla proceden los sucesivos episodios autoritarios estadounidenses, desde la caza de brujas de McCarthy hasta el Guantánamo de Bush.

En su serie televisiva The Untold History of de United States (La historia no contada de Estados Unidos), Oliver Stone sostiene que todo hubiera sido muy diferente si Henry Wallace hubiera sido elegido candidato a la vicepresidencia en la Convención Nacional Demócrata de 1944. Wallace, un demócrata progresista, hubiera reemplazado a Roosevelt cuando este falleció en abril de 1945, y Estados Unidos no se hubiera deslizado por la pendiente del belicismo y el imperialismo.

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Pero Wallace, el favorito de Roosevelt y de la mayoría de los delegados demócratas, fue víctima de un pucherazo y su lugar lo ocupó ese mediocre y conservador político sureño que era Truman.

Roosevelt y, aún más su esposa, Eleanor, ya fueron acusados en su tiempo de comunistas por la derecha estadounidense. También lo fue Wallace, que compartía la visión de los Roosevelt: antifascismo, derechos civiles, Estado regulador, protección social, sistema fiscal progresivo… Y la idea de que el miedo es a lo único que hay que temerle.

Al proponer una subida del salario mínimo, la creación de cortafuegos a las ambiciones desmedidas de Wall Street y cosas semejantes, Berni Sanders devuelve al debate norteamericano temas que sonaron levemente en las candidaturas de Obama y Kennedy pero que no se hacían tan evidentes desde los tiempos de Roosevelt y Wallace. Es una novedad que nos devuelve, aunque sea como una lluvia refrescante de verano, el mejor Estados Unidos, el de los valientes.

Estados Unidos no siempre fue ese gigantón asustadizo como una ardilla que conocemos hoy, ese país aterrorizado crónicamente por la posibilidad de una invasión extranjera: los rusos, los chinos, los comunistas en general, los marcianos, los musulmanes, los emigrantes hispanos, los muertos vivientes, los virus malignos… Hubo un tiempo, los primeros dos tercios de su historia, en que solía hacer honor a ese lema que aún cacarea de land of the brave, la tierra de los valientes. Aunque ahora resulte casi pasmoso, Estados Unidos fue el primer país contemporáneo que le dio una patada en el trasero a la monarquía y la sociedad de las pelucas empolvadas y proclamó la primacía de los derechos humanos y los valores republicanos.

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