Me pregunto cuándo se ocupan de los asuntos de sus comunidades determinados presidentes autonómicos del PSOE. Deben de tener estupendos colaboradores que se ocupan de esas tareas, porque ellos se pasan el día hablando de asuntos españoles en periódicos, radios y televisiones de Madrid. Bueno, en realidad, de un solo asunto: la maldad de los nacionalismos vasco y catalán y de cualquiera que hable con ellos.
Ejemplo notorio de este fenómeno fue Susana Díaz, que, en los tiempos en que presidía la Junta de Andalucía, soñaba con ser la jefa de todo el PSOE, para desde ahí conquistar La Moncloa. Pero mientras ella consagraba su tiempo a salir en los medios nacionales opinando sobre Cataluña, la sanidad pública andaluza se deterioraba tanto que hasta en la muy paciente Granada decenas de miles de vecinos tuvieron que salir a las calles para reclamar que la Junta nos les privara de un hospital. Así que Díaz terminó perdiendo las primarias del PSOE y también la Presidencia andaluza.
Estoy contra el nacionalismo. Contra todo tipo de nacionalismos, los que sí tienen un Estado propio y los que no. El nacionalismo, como el racismo o el fundamentalismo religioso, seca el cerebro. Si lo recuerdo aquí y ahora es porque solo a la pérdida de juicio derivada de su nacionalismo españolista puedo atribuir las declaraciones efectuadas estos días por algunos presidentes autonómicos del PSOE, muy colegas, por cierto, de Susana Díaz. Solo la exaltación nacionalista explica la zafiedad de alguna de estas declaraciones (aquello de “la vaselina” de García-Page o lo de Javier Lambán dejando caer que ¡Miquel Iceta! es “supremacista”). Y solo la convicción de que “la patria está por encima de todo” puede justificar a los ojos de sus autores semejante deslealtad al liderazgo y el interés general de su propio partido.
No soy, en absoluto, un hooligan de Pedro Sánchez. No hace falta serlo para llamar traición al hecho de que, cuando Sánchez intenta sacar adelante una complicadísima investidura, sorteando como puede el fuego a discreción de la patronal, la Iglesia, la derecha, la ultraderecha y casi todos los medios de comunicación, unos supuestos compañeros suyos se sumen al bombardeo. Adhiriéndose al temario y al lenguaje apocalípticos de la campaña contra un posible Gobierno progresista de coalición constituido con la abstención de algunos independentistas. No es de extrañar que Pablo Casado les proponga a estos barones autonómicos del PSOE que se “rebelen” contra Sánchez y se sumen a la cruzada “constitucionalista” del PP, Vox, la patronal y el cardenal Cañizares.
Tales barones usan un par de truquillos cuando un progresista critica sus declaraciones (los conservadores y los reaccionarios jamás lo hacen). Uno es recordar que han sido elegidos a través de las urnas. Sí, claro, y también Puigdemont y Torra, Trump y Bolsonaro, Erdogan y Netanyahu… Otro es decir que se intenta reprimir su libertad de expresión. ¡Señores barones, tienen ustedes mucho morro! ¡A ustedes jamás les faltan altavoces mediáticos! Opinan cuando les place, y teniendo asegurado el aplauso del Abc, La Razón, El Mundo, Antena 3, Ana Rosa Quintana, Eduardo Inda, 13TV, Carlos Herrera, Jiménez Losantos y todo ese tropel de medios y personajes de derecha y ultraderecha que casi monopolizan el paisaje mediático español.
Señores barones, lo más grave es que ustedes no solo apuñalan por la espalda a su líder, Pedro Sánchez. También apuñalan a esos millones de progresistas españoles que, tanto en abril como en noviembre, votaron a favor de un Gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos que abordara unos cuantos problemas sociales urgentísimos e intentara una solución pacífica y democrática del conflicto catalán.
Señores barones, el diálogo entre el PSOE y Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) no solo es necesario ahora por aquello de las cuentas de una posible investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno español; es que jamás debería de haberse roto. Sin él no se encontrará una solución a la crisis catalana que no sea la espiral de la creciente exaltación independentista y la creciente represión estatal. Una espiral cuya conclusión solo podría ser el fin de la autonomía catalana y el despliegue de los tanques en Las Ramblas. Una conclusión deseada tanto por los independentistas catalanes más descerebrados como por los ultras españolistas de Vox.
Señores barones, lo más saludable para España –sí, para España– sería que el PSOE hiciera de la necesidad virtud y aprovechara estas conversaciones sobre la investidura con ERC para trazar una ruta que pueda llevar a una solución política de lo que es una crisis política. Una solución que no puede ser la independencia –rechazada para empezar por la mitad o más de la propia población catalana–, pero sí puede ser una ampliación de la autonomía de Cataluña en el seno de una España más federalizada. Cosas, una y otra, que tendrían que ser votadas en referendos.
Señores barones, España puede ser definida como una nación de naciones, como hacen sus compañeros del PSC, o como un Estado plurinacional, como hace otra gente. Esto no mina el deseo de la mayoría de sus habitantes de seguir navegando unidos; al contrario, puede aumentarlo. Véanlo así: España es tan grande que en ella caben varias naciones, lenguas y religiones, amén de muchas filosofías, visiones del mundo, orientaciones sexuales y opiniones políticas. Esta es la llamada España plural, defendida por muchos españoles, entre ellos no pocos socialistas.
Me pregunto cuándo se ocupan de los asuntos de sus comunidades determinados presidentes autonómicos del PSOE. Deben de tener estupendos colaboradores que se ocupan de esas tareas, porque ellos se pasan el día hablando de asuntos españoles en periódicos, radios y televisiones de Madrid. Bueno, en realidad, de un solo asunto: la maldad de los nacionalismos vasco y catalán y de cualquiera que hable con ellos.