Granada, 2 de enero

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La ciudad de Granada –la institucional y también buena parte de su población– sigue teniendo un serio problema a la hora de asumir su historia desde un punto de vista ilustrado y democrático. No es la única en España, por supuesto, pero es aquella en la que nací y me críe y por eso me duele particularmente. Dentro de poco, en la segunda jornada del nuevo año, vamos a tener un ejemplo de ello.

Ya en 1995 un centenar de personas firmamos un manifiesto solicitando que la fiesta local del 2 de enero cambiara su casposo carácter nacional-católico por algo más conforme con el mundo abierto y plural que deseábamos. Entre los firmantes figuraban granadinos como Carlos Cano, Miguel Ríos, Antonina Rodrigo y Luis García-Montero, y amigos de Granada como Amin Maalouf, Antonio Gala, Ian Gibson, Yehudi Menuhin, José Saramago y Juan Goytisolo. En un tono sereno y cortés se instaba al Ayuntamiento a que esa jornada dejara de celebrar la victoria de los cristianos frente a los moros en 1492 y festejara en su lugar la reconciliación y la convivencia en paz y libertad de las diversas culturas vinculadas a la ciudad.

Esta petición de un acto integrador, en el que nadie se sintiera agraviado o excluido, fue incorporada por Federico Mayor Zaragoza a la Cultura de la Paz promovida por la Unesco. Incluso así, la reacción del Gobierno local, del PP, fue furibunda: los firmantes del Manifiesto 2 de enero éramos, en el mejor caso, necios o estrafalarios, y, en el peor, partidarios de la islamización de la ciudad. El muy conservador alcalde Díaz Berbel dijo con sorna cateta: "El que quiera ponerse un turbante que vaya a la cabalgata de los Reyes Magos".

Antes de morir de una dolencia cardíaca en diciembre de 2000, Carlos Cano tuvo ocasión de replicar al alcalde en su álbum El color de la vida. "Yo tan contento en mi elefante, con mi chilaba y mi turbante", decía, entre otras sabrosuras, el tema Moros y cristianos.

El deseo del Manifiesto 2 de enero sigue vigente desde entonces, pero solo parece haber servido para excitar a la ultraderecha granadina, que convierte el segundo día de cada año en una exhibición de españolismo rancio, integrismo católico y demagogia barata. Para los ultras, si deseas que esa fiesta sea celebrable por moros, cristianos, judíos, masones, budistas y descreídos de cualquier pelaje, es que eres un agente encubierto de Al Qaeda o ISIS.

Granada Abierta es un colectivo que promueve causas tan elementalmente democráticas como la reivindicación de las figuras de Mariana Pineda y Federico García Lorca –asesinados en la ciudad de la Alhambra por el fanatismo nacional-católico– y la conversión del 2 de enero en una fiesta para todos. En la mañana del próximo lunes, este colectivo convoca en la Fundación Euroárabe un acto alternativo a lo que denomina "excluyente" celebración oficial de la Toma de Granada. Intervendrá el socialista José Antonio Pérez Tapias y un concierto flamenco homenajeará a Enrique Morente y Leonard Cohen.

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"Nadie pretende cambiar la historia, solo pedimos coherencia democrática para superar una fiesta obsoleta", dice Francisco Vigueras, animador de Granada Abierta. "Esta ciudad", prosigue Vigueras, "capituló el 2 de enero de 1492 ante los Reyes Católicos, que se comprometieron a respetar los derechos civiles y religiosos de su población judía y musulmana. Sin embargo, Isabel, Fernando y sus sucesores no cumplieron lo pactado. Negaron esos derechos y terminaron expulsando a decenas de miles de judíos y musulmanes que vivían en esta tierra desde hacía siglos y la amaban tanto como nosotros. No es razonable que un ayuntamiento de nuestro tiempo siga rindiendo un homenaje anual a una actuación tan sectaria".

No se trata, en efecto, de cambiar la historia. Nadie pretende restablecer a los herederos de Boabdil, si es que existen, en el trono nazarí. Ni tan siquiera se trata de juzgarla. Nadie ha propuesto desenterrar los restos de los Reyes Católicos que yacen en la Capilla Real y someterlos a público escarnio. Es mucho más sencillo que eso: se trata de no celebrar hoy con pompa y boato hechos históricos que contradicen los principios y valores del Siglo de las Luces. ¿Cabe imaginar a la ciudad de París festejando en estos tiempos la matanza de protestantes del día de San Bartolomé?

Otra de las manifestaciones de la escasa calidad de la actual democracia española es su incapacidad para consensuar una lectura de nuestra historia que califique como barbaridades –propias quizá de su época, pero indignas en todo caso de ser aplaudidas hoy– hechos como la expulsión de los granadinos que se negaron a convertirse a la fuerza al catolicismo. Es poco pedir, creo. De hecho, una democracia saludable compartiría el sentimiento de García Lorca: "El ser de Granada me inclina a la comprensión simpática del perseguido. Del gitano, del negro, del judío… del morisco que todos llevamos dentro".

La ciudad de Granada –la institucional y también buena parte de su población– sigue teniendo un serio problema a la hora de asumir su historia desde un punto de vista ilustrado y democrático. No es la única en España, por supuesto, pero es aquella en la que nací y me críe y por eso me duele particularmente. Dentro de poco, en la segunda jornada del nuevo año, vamos a tener un ejemplo de ello.

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