En mayo de 2017 Pedro Sánchez conectó con las ideas y los sentimientos de la mayoría de la militancia del PSOE al presentarse como el candidato a la secretaría general que, puño en alto, cantando La Internacional, proclamándose de izquierdas, se rebelaba contra el establishment de su partido encarnado por Susana Díazestablishment . Ese club de felipistas apoltronados y barones castizos como el cuplé le había derrocado de malas maneras el anterior octubre para permitir que Rajoy siguiera en La Moncloa en aras de la gobernabilidad, la razón de Estado, la tranquilidad de los mercados financieros y otros argumentos igualmente conservadores, algo que había llenado de indignación y vergüenza a millares de socialistas.
Sánchez parecía querer emprender una nueva vía, más próxima a la insumisión de Jeremy Corbyn, Bernie Sanders o los socialistas portugueses que a la sacralización del pragmatismo de Manuel Valls. Prometía una oposición a Rajoy que culminara lo antes posible con su salida de la Moncloa, ofrecía una reconciliación al resto de fuerzas progresistas, instaba a situar las reivindicaciones socioeconómicas de la gente en el primer lugar de la agenda política, proclamaba que solo el federalismo expresaría el carácter plurinacional de España. Escribí aquí mismo que todo el mundo merece una segunda oportunidad, también Pedro Sánchez.
Este año ha comenzado en las filas socialistas con la noticia de que José Antonio Pérez Tapias abandona el partido. Como tantos militantes, simpatizantes y votantes del PSOE, Pérez Tapias llevaba mucho tiempo apenado por la catarata de renuncias y rendiciones que ha terminado por convertirse en la más reconocible seña de identidad del PSOE y, en general, de la socialdemocracia europea, ese crónico temblor de piernas ante los poderosos que ha arruinado su credibilidad entre buena parte de las clases populares y medias. No obstante, él, con carné de ese partido desde hacía cinco lustros, había querido darle una nueva oportunidad apoyando con todas sus fuerzas la rebelión de Sánchez.
Pérez Tapias ha sido en los últimos tiempos el líder de la gente que en el PSOE se considera de izquierdas sin adjetivos, prefijos o sufijos. Es un hombre culto, coherente y honrado que, en una entrevista con Miguel Mora en CTXT, ha explicado que su postrera e insuperable decepción ha sido la actitud del PSOE en la crisis catalana. Lejos de aprovecharla para convertirse en el adalid de un proceso constituyente que intente poner al día la democracia española cuarenta años después de la Transición, que aborde una resolución de sus muchas insuficiencias institucionales, territoriales y sociales, el PSOE ha actuado como un mero auxiliar del inmovilismo burocrático de Rajoy y la fogosidad españolista de Ciudadanos. Un auxiliar apenas recompensado con unos canapés en los saraos borbónicos, una foto de Sánchez en la portada del Abc y la promesa de una comisión que estudie un par de retoquillos constitucionales. Promesa que la derecha no piensa cumplir, como bien se ha encargado de hacer saber.
¿En qué habría sido distinto un PSOE liderado por Susana Díaz? En poco o nada, me parece. Tal vez ella hubiera sido más vehemente y folclórica en la defensa de la enseña rojigualda, la dureza policial, la aplicación del 155 y el encarcelamiento de independentistas catalanes, pero, en lo esencial –el apoyo al statu quo– Sánchez ha actuado a plena satisfacción de todos aquellos que lo depusieron el 1 de octubre de 2016.
El resto de las fuerzas progresistas debe tomar buena nota. No cabe contar con el PSOE para una Segunda Transición que materialice el deseo de una España más limpia, justa y democrática expresado por el movimiento del 15M. Los partidarios del cambio pueden contar con ese partido para cuestiones tácticas, sí, pero no para un proyecto estratégico.
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Y cabe añadir que sin el PSOE no hay ahora fuerza suficiente para proponer una alternativa al régimen del 78. Unidos Podemos y las demás opciones a la izquierda del PSOE deberían actualizar su análisis, sus objetivos y sus métodos. Pensar y actuar más en términos de medio y largo plazo. Pisar más la calle y confiar menos en las instituciones, aprender de los independentistas y construir un tejido social propio –asociaciones vecinales, sindicales y deportivas, ateneos, albergues y comedores populares, ese tipo de cosas–, librar una intensa batalla ideológica y crear una cultura alternativa.
Aplastada ahora por el choque de los nacionalismos, la España progresista debe forjar los elementos racionales y emocionales que le permitan ofrecer una opción unitaria y atractiva al malestar político, social y territorial. Bien podría ser la República Federal Española.
El cielo, en todo caso, no se va a tomar ni por consenso ni por asalto en los próximos años. Eso lleva su tiempo y su trabajo.
En mayo de 2017 Pedro Sánchez conectó con las ideas y los sentimientos de la mayoría de la militancia del PSOE al presentarse como el candidato a la secretaría general que, puño en alto, cantando La Internacional, proclamándose de izquierdas, se rebelaba contra el establishment de su partido encarnado por Susana Díazestablishment . Ese club de felipistas apoltronados y barones castizos como el cuplé le había derrocado de malas maneras el anterior octubre para permitir que Rajoy siguiera en La Moncloa en aras de la gobernabilidad, la razón de Estado, la tranquilidad de los mercados financieros y otros argumentos igualmente conservadores, algo que había llenado de indignación y vergüenza a millares de socialistas.