Feijóo ya no es noticia

La irrelevancia en que está sumido el PP de Feijóo llama la atención. La noticia es que ya no es noticia. Ya quisiera tener un 10% de la popularidad de Montoya, pero en este nuevo periodo de sesiones que ha arrancado esta semana, la intrascendencia del partido conservador ha sido lo más relevante en el Congreso de los Diputados. Igual que el viejo coronel de García Márquez espera una pensión que no llega nunca, él sigue soñando con ocupar la Moncloa a pesar de carecer de una estrategia que le otorgue la envergadura que necesita para lograrlo. 

La única novedad es que a la lista reiterativa que encabezan el Fiscal General y Begoña Gómez se han sumado con más ahínco que en la pasada temporada las críticas al Tribunal Constitucional. Los populares han incorporado a sus temáticas de cabecera las puyas al órgano que interpreta la Constitución para desprestigiarlo. Lo ha hecho Cayetana Álvarez de Toledo en su estreno de temporada y otros diputados populares han continuado con la cantinela. También se han permitido insinuar que el Supremo puede sentar en el banquillo a García Ortiz, haciendo gala de la sintonía con los jueces. 

En los pasillos frente a la entrada del hemiciclo, un par de diputados populares comentaban entre ellos que falta punch. El gallego no acaba de cuajar y son los suyos quienes más acusan la falta de liderazgo. La defensa a ultranza del novio de Ayuso y la de Mazón, que ha asumido el partido con todas sus consecuencias, expone la dificultad de Nuñez Feijóo para construir un discurso propio. La voz temblona y la intervención entrecortada de la diputada Macarena Montesinos, que al igual que el fallido presidente de la Generalitat es de Alicante, cargando al Gobierno con la responsabilidad de no avisar a los valencianos del riesgo de la Dana demuestra hasta qué punto el PP nacional ha atado su futuro al de un político zombie. 

El dilema del PP es si sumarse a la radicalidad definitivamente o fingir que es un partido de centro con posibilidades de gobernar, algo que las encuestas reflejan ahora

Abascal, con el pecho más henchido de lo habitual tras sentarse en la misma mesa que Orban, Le Pen y el resto de dirigentes ultras europeos que se juntaron el fin de semana en Madrid, ha ocupado su escaño esta semana sin que sirva de precedente. Algo extraordinario, dada la habitual ausencia del líder de Vox. Ha venido a levantar la patita delante de Feijóo. Porque desde que Trump gobierna en Estados Unidos, los ultras viven días de vino y rosas. El dilema del PP es si sumarse a la radicalidad definitivamente o fingir que es un partido de centro con posibilidades de gobernar, algo que las encuestas reflejan ahora, como también lo hacían en julio de 2023 sin que dieran finalmente los números. 

Los bandazos del PP en el apoyo a la subida de las pensiones propuesta por el Gobierno, hoy no pero mañana igual y en el último momento sí, ponen de manifiesto una estrategia errática. Los pensionistas son un importante caladero de votos popular, 11 millones a los que conviene no cabrear impidiendo el incremento de casi el 3%. Lo mismo pasa con la prórroga de las subvenciones al transporte público, incluida en el decreto ómnibus que se rechazó hace tres semanas y que cabreó a tantos, y en particular a presidentes autonómicos del PP, que se lo habían vendido a los ciudadanos como si fuese un regalo suyo en lugar de del Gobierno de España y tuvieron que ponerse a dar explicaciones para que no se les achacara la subida. Hasta han votado a favor de que el palacete en París que reclamaba el PNV y se había convertido en anatema, se devuelva a sus dueños. Todo muy del PP de la era Feijóo. 

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