Qué asco besar el culo a Trump

Sentirse dios debe de ser algo increíble y es lo que el presidente de Estados Unidos está experimentando desde que ganó las elecciones. Tener una idea y, por muy descabellada que parezca, hacerla realidad da miedo. “Es un psicópata de libro, con un narcisismo extremo, al que no hay que calificar de loco. No padece una enfermedad, sino que tiene un trastorno de personalidad grave” dice el psiquiatra Benito Peral, autor del libro Psicología urgente para la vida cotidiana’.

Lo que nos faltaba es que Trump nos apremie a que le besemos el culo de uno en uno si queremos conservar el trabajo, y aunque entran arcadas, ya hay una fila larga para empezar

El resto del mundo asiste alucinado a sus envites del día. Se duplican o triplican aranceles, se apuesta todo al negro, y las bolsas se hunden sin remedio. La economía global se ha convertido en un gran casino como los de Las Vegas con un aterrador juego en directo. Lo que nos faltaba es que Trump nos apremie a que le besemos el culo de uno en uno si queremos conservar el trabajo, y aunque entran arcadas, ya hay una fila larga para empezar. Dirigentes tomando clases de beso negro, porque cuanto más afinada esté la práctica, más posibilidades habrá de escapar de unos aranceles que amenazan con llevarse por delante a un país tras otro. 

Su objetivo de acabar con el déficit comercial con cada uno de los socios comerciales de Estados Unidos no puede ser más delirante. Una vez declarado el déficit como emergencia nacional, nada le frena. Ya ni tan siquiera merece la pena explicar por qué esos déficits están mal calculados. Por ejemplo, los países con puertos importantes de entrada de mercancías muestran un superávit comercial con Estados Unidos. Y no es porque consuman más productos americanos que otros, sino porque allí se descarga lo que a continuación se envía al resto de países, como sucede en el caso de Países Bajos en Europa, que resulta ser el cuarto cliente comercial más importante de los americanos al servir de receptor para el continente. 

Quizá la auténtica razón sea la venganza, que es una de las pulsiones que más cachondo le ponen. Durante su primer mandato, el mundo contra el que ahora dispara como uno de esos descerebrados armados hasta los dientes tan característicos del país que gobierna le consideró un hortera. El típico yanki forrado carente de clase con el que los políticos guardan las distancias al posar. No querían esa foto para la posteridad. Pero ahora, los estirados europeos están en sus manos, por eso Von der Leyen tendió la mano y ofreció aranceles cero primero y ha preparado una tímida respuesta, si la comparamos con la china, para gravar algunos productos. 

Para poder perpetrar su vendetta arancelaria, Trump necesita que la ley esté de su parte. No le basta con que el Supremo, compuesto por jueces que interpretan que el presidente siempre está por encima del poder legislativo y judicial, frene las resoluciones de los tribunales que están revocando o paralizando órdenes como el despido de los funcionarios en varios estados.

Quiere que los grandes bufetes de abogados americanos trabajen pro bono –por el bien común y sin ganar dinero– para cerrar acuerdos individuales con los países que aceptan lo que sea por un acuerdo. Consuma así una venganza doble, al obligar a los Big Law que defendieron anteriormente causas contra él a ponerse de rodillas y trabajar por la cara. La orden de sancionar a los despachos que se atrevan a litigar contra la Casa Blanca ya está dada. Aunque en el saco cabe cualquier deseo, como el que expresó Elon Musk de parar un litigio contra un cineasta conservador, ante lo que el despacho en cuestión bajó la cabeza y ofreció destinar 100 millones de dólares a trabajar para la Administración.

Humillar a los poderosos no está tan mal, podríamos pensar. Pero Trump no es Robin Hood precisamente. Y tampoco tiene pinta de que le suceda lo mismo que a la conservadora Liz Truss, la primera ministra británica que solo duró 44 días en el puesto tras provocar un cataclismo en la economía de su país al anunciar radicales bajadas de impuestos que pensaba financiar con endeudamiento público, lo que a los mercados no les gustó nada e hicieron caer la libra a niveles récord. Habrá que seguir besando el culo a Trump hasta que la economía estalle del todo.

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