“Les hemos destrozado”. Celebra entusiasmado un diputado popular el impacto del cóctel molotov que su partido ha lanzado al Gobierno esta semana sin moverse de sus escaños del Congreso. La bomba, de baja intensidad y fabricación casera, se ha cocinado en Génova y sus señorías le han puesto el trozo de tela antes de prender fuego Feijóo, al amenazar a Sánchez con una investigación a su mujer. “Es un trabajo en equipo, fruto de la colaboración entre el partido y el grupo parlamentario”, responden orgullosos sobre la autoría intelectual del artefacto con el que el PP trata de confundir a la opinión pública para que meta en el mismo saco de corrupción a ambos partidos. Van logrando su objetivo. En el bar, el mercado, en el trabajo, cunden los comentarios de todos son iguales. Uno de los ministros que suele estar en el centro de la diana comenta que por mucho que traten de bajar el tono, el machaque constante no da tregua.
Hay que hacer un esfuerzo sobrenatural para distanciarse de las sesiones de control, del ruido chabacano de las intervenciones. No hay que mirarles a la cara mientras hablan, sino a las manos. Lo más entretenido es analizar el tembleque de las fichas que leen con el argumentario que otro ha escrito para ellos. Ese que expulsan satisfechos, como si hubiera salido de uno mismo. Por el que luego les aplauden sus compañeros o les dan palmaditas en las espaldas, felicitándoles por el trabajo ajeno.
Miguel Tellado no es nadie sin sus papeles, que trata de sujetar con ambas manos o encaja bien en la palma aferrándolos para que bailen menos, sobre todo cuando gesticula con la otra. Todo el poder de un portavoz parlamentario del PP se queda en nada al bajar la vista y percibir la vibración ingobernable. La cámara del Congreso debería enfocarlas más. Unos primeros planos y los diputados dejarían de asirse a las hojas como a una tabla de salvación. Cuesta creer que tengan que leer los mismos argumentos que repiten sin parar, pero si hasta quienes les escuchamos somos capaces de desgranarlos en automático.
Hay que hacer un esfuerzo sobrenatural para distanciarse de las sesiones de control, del ruido chabacano de las intervenciones
Es comprensible que los más novatos padezcan ese movimiento involuntario. Están nerviosos, normal. Estaría bien consultar con el médico del Congreso sobre esta patología, más extendida de lo que parece. Y es que el pobre portavoz del PP no es el único. Hay muchos más y no hay siglas que te salven de padecerlo. Transmite inseguridad, miedo y vergüenza. Y es justo en esa vergüenza en donde surge un resquicio de esperanza. Porque observar las manos de Tellado en lugar de su rostro te lleva a interpretarlo como un síntoma de que no está todo tan perdido como parece. Que los herederos de Aznar sienten un poco de pudor al escucharse. Que todavía queda algo del joven ferrolano que participaba en movimientos estudiantiles vinculados al BNG, que, a pesar de llevar tantos años domesticando a la prensa en Galicia, le vibran los papeles como si sonara una alarma en la conciencia y escuchara a sus mayores advertir sobre las mentiras.
La estrategia pasa por crear un totum revolutum en que se mezclan en una misma frase Koldo, corrupción, mujer del presidente, Delcy y sus maletas, amnistía y todo lo que pueda confundir más al personal. Se puede dormir tranquilo por la noche, aunque te falle el pulso por la mañana. Ahí está un partido entero para arroparte. Como a Ayuso. A la que no le tiembla la mano jamás, porque se siente abrigada por un líder que conoce el precio de confrontar con la presidenta, y una mayoría absoluta para la que la corrupción es un pecado venial que se lava con un rosario a las puertas de Ferraz.
“Les hemos destrozado”. Celebra entusiasmado un diputado popular el impacto del cóctel molotov que su partido ha lanzado al Gobierno esta semana sin moverse de sus escaños del Congreso. La bomba, de baja intensidad y fabricación casera, se ha cocinado en Génova y sus señorías le han puesto el trozo de tela antes de prender fuego Feijóo, al amenazar a Sánchez con una investigación a su mujer. “Es un trabajo en equipo, fruto de la colaboración entre el partido y el grupo parlamentario”, responden orgullosos sobre la autoría intelectual del artefacto con el que el PP trata de confundir a la opinión pública para que meta en el mismo saco de corrupción a ambos partidos. Van logrando su objetivo. En el bar, el mercado, en el trabajo, cunden los comentarios de todos son iguales. Uno de los ministros que suele estar en el centro de la diana comenta que por mucho que traten de bajar el tono, el machaque constante no da tregua.