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El cuento del fiscal independiente

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Las inercias de la vida política suelen escribir los argumentos de la actualidad con recursos muy planos. Los guionistas se adaptan a las exigencias de una discusión fácil y olvidan que las monedas tienen dos caras. Era bien sencillo, por ejemplo, que se utilizara la dimisión del fiscal general del Estado para criticar las presiones políticas del Gobierno. Esta dinámica ha convertido a Eduardo Torres-Dulce en una víctima de su independencia. El abucheo al Gobierno facilita así la santificación de su antiguo colaborador. Pero las cosas demasiado fáciles nunca están claras.

En los debates sobre corrupción, salta enseguida a la vista el estribillo del “y tú más”. Parece como si las debilidades del adversario justificaran los defectos propios. Incluso cuando surge una nueva fuerza política, los partidos tradicionales viven con prisa la necesidad de cargar al recién llegado de episodios negros. Más que competir en ideas novedosas y en alternativas, todo el mundo se precipita en darle la bienvenida al aprendiz con los brazos abiertos de la corrupción.

Hay, sin embargo, costumbres peligrosas al otro lado del llamativo “y tú más”. Me refiero a los secretos compartidos, a los saberes que entran en el “yo también me callo”. Artur Mas se lo recordó de forma pública a los socialistas en una famosa ocasión: si quieren gobernar junto a nosotros es mejor que dejen de hablar del tanto por ciento y las comisiones cobradas por Convergència. La complicidad pedida amparó durante años las negociaciones políticas y dio licencia a la familia Pujol para llenar de miel la colmena.

Son los caminos de ida y vuelta de la degradación. Junto al “y tú más” está el “yo también me callo”. Junto al funcionario obediente está no sólo el profesional que defiende su independencia, sino también la rabieta del que exige el pago por los servicios prestados.

Merece la pena elegir bien a quién se le concede la medalla del funcionario independiente. En su época regeneracionista, Miguel de Unamuno fijó la suerte de España en los buenos profesionales. No dejen ustedes, escribió, que sus hijos entren en política. Si quieren hacer algo por el país, conviértanlos en buenos médicos, abogados, ingenieros… Eran los años de la Restauración y la política vivía horas muy bajas debido a los desmanes del bipartidismo.

La conciencia individual es un ámbito de dignidad en el funcionario público y en el cumplimiento de cualquier trabajo. El político de turno puede presionar, pero está en la mano de un juez o de un fiscal mantener la responsabilidad de su independencia, aunque eso dificulte su carrera. En una justicia politizada por el bipartidismo, con un Poder Judicial hecho a la medida de los partidos mayoritarios, hay profesionales que han sabido estar a la altura de su responsabilidad hasta poner en juego su futuro.

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¿Es el caso del Torres-Dulce? No me cabe duda de que el ex-fiscal general, persona educada y culta, tiene sus valores, pero no creo asumible que uno de ellos sea la independencia. Que los ministros de Justicia hayan contado poco con él no lo convierte en un independiente, sino más bien en un cero a la izquierda. Por otra parte, cuando el debate político necesitó de él, estuvo siempre al lado del Gobierno, bien por coincidir en su ideología conservadora, bien por prestarse a sus estrategias. No dudó, por ejemplo, en sumarse a la pelea sucia del Partido Popular contra Rubalcaba en el caso Faisán, pidiendo dos años de cárcel para el jefe superior de Policía del País Vasco. Recuerdo este caso porque la manipulación del terrorismo de ETA en campañas de desprestigio ha sido uno de los recursos más zafios del Partido Popular. No dudó nunca en rentabilizar el dolor de las víctimas y los sentimientos de la ciudadanía en beneficio propio y en desprestigio del adversario. Pues bien: contó con la colaboración de Torres-Dulce.

De manera que no me creo el cuento del fiscal independiente. Me parece que le va mejor el papel de cero a la izquierda que busca una salida medio digna o, tal vez, el enfado del servidor mal pagado. En el mes de julio, un incidente de tráfico dejó vacante la plaza del magistrado Enrique López en el Tribunal Constitucional. El presidente Rajoy nombró para el puesto al teniente fiscal Antonio Narváez, segundo de Torres-Dulce. Parece curioso que en ese mismo momento empezaran las tensiones entre la independencia del fiscal general y el Gobierno.

En fin, que conviene mirar el otro lado de la luna antes de precipitarse en celebraciones y altares. El regeneracionismo del joven Unamuno vuelve a hacer mucha falta en España y debemos tomarnos en serio la figura del ciudadano que hace bien su trabajo. ¿Medallas? Las justas.

Las inercias de la vida política suelen escribir los argumentos de la actualidad con recursos muy planos. Los guionistas se adaptan a las exigencias de una discusión fácil y olvidan que las monedas tienen dos caras. Era bien sencillo, por ejemplo, que se utilizara la dimisión del fiscal general del Estado para criticar las presiones políticas del Gobierno. Esta dinámica ha convertido a Eduardo Torres-Dulce en una víctima de su independencia. El abucheo al Gobierno facilita así la santificación de su antiguo colaborador. Pero las cosas demasiado fáciles nunca están claras.

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