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Las culturas de España

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Algunos poetas nos hemos reunido esta semana en el Sur para contarnos la vida. Como llevamos años compartiendo amistad y amor por la literatura, el diálogo mueve recuerdos, complicidades, el orgullo de lo conseguido, la conciencia de todo lo que falta y la generosidad. A mitad de agosto, Joan Margarit deja su casa de Forès, conduce hasta Lleida, toma un tren a Madrid y otro hasta la estación de Linares-Baeza. Manuel Rivas se sube en un avión en A Coruña y luego hace la segunda parte del viaje en tren. Bernardo Atxaga recorre en coche con su familia los 673 kilómetros que hay entre Vitoria-Gasteiz y Baeza. Casi 100 kilómetros más, unos 767, hace Xuan Bello con Sonia y Lena para venir desde Oviedo. El valenciano Francisco Díaz de Castro vive en Palma de Mallorca, así que toma un avión con Almudena para aterrizar en Granada. Gracias a todos.

Joan Margarit nos cuenta que en los años 40 un guardia civil le mandó hablar en cristiano al oír que conversaba en catalán con un amigo camino de la escuela. Manolo Rivas recuerda el nacimiento del colectivo poético Loia, na década dos setenta, cuando el ambiente universitario de Madrid se enfrentaba a los últimos años de la dictadura y comprendía que la libertad era algo más que votar cada 4 años o cada 5 meses. Bernardo Atxaga recordó los tiempos del abismo abierto por la violencia de ETA, un abismo complejo no sólo por la crueldad de los asesinos, sino por el nacionalismo conservador español que se empeñó en silenciar las voces que desde el interior de la cultura vasca se enfrentaban de manera rotunda al imperio de las armas. Convertir en caricatura al otro es un recurso fácil para quien necesita justificar sus propias injusticias. Hoy están sufriendo esa caricatura los inmigrantes que naufragan en las costas de Europa.

El padre de Xuan Bello era guardia civil. Uno de sus relatos, Nuestra Señora de la Helada, cuenta cómo el coche de su patrulla pisó en una carretera secundaria una especie de socavón. Eso pensaron, un socavón; en realidad, era un artefacto explosivo que estalló bajo la patrulla siguiente. La escarcha había hecho de pantalla salvadora bajo las ruedas del primer vehículo. A Xuan Bello le gusta hablar de republicanismo federal cuando opina sobre España o sobre Europa. Su experiencia le enseñó a buscar un ámbito distinto, una alternativa a las dinámicas que intentaban matar a su padre o que negaban a los otros el derecho a una cultura propia. ¿Es posible construir identidades integradoras en vez de poner fronteras insalvables en los diálogos? ¿Es posible llevar las palabras a un lugar que no desemboque en la desigualdad y el desprecio? Díaz de Castro citó a Bertolt Brecht: "El que no sabe lo que pasa es un idiota. El que sabe lo que pasa y calla es un criminal".

La historia de España se ha caracterizado desde la Contrarreforma por su incapacidad de formular un discurso sobre el Otro. El clericalismo dogmático que inventó las hogueras de la Inquisición y el odio a judíos, moriscos y protestantes se volvió contra nosotros mismos a la hora de entender una realidad plurinacional. Somos incapaces de aprovechar la riqueza de vivir en una península con paisajes, alimentos, culturas y lenguas diversas.

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En una ciudad del Sur, en la mejor tradición integradora de Andalucía, –sin líneas rojas ni nacionalismos excluyentes, pero convencidos del derecho a la propia historia–, hemos oído esta semana versos de Joan Margarit: "La llibertat és quan comença l´alba / en un dia de vaga general". Una Cantiga de amor de Manuel Rivas: "Moveranse os corpos / como maquis / polos lindes da noite". La ironía melancólica de Bernardo Atxaga: "Gaixotu zen Adan paradisua utzi eta / aurreneko neguan…". La memoria familiar de Xuan Bello: "El día que morrió mio buelu suañó que taba / a la solombra d`una zrezal cerca del ríu, durmiendo". Y el compromiso intelectual de Paco Díaz de Castro: "Obligados a ver desde otro territorio de conciencia quizá será posible añadirle verdad a lo real, transportar a otra zona del espejo emociones y sueños colectivos, tan precarios, tan frágiles".

¿Por qué no existe en los planes de estudio de nuestros colegios y nuestros institutos una materia común sobre las culturas de España? ¿Por qué no nos enseñan a entender como nuestras las cosas que contaban Rosalía de Castro, Gabriel Aresti y Joan Maragall? Aquí, en nuestra casa, se dice a veces la palabra llibru; a veces nos asalta un record que invita a la saudade, y a veces nos despertamos juntos y decimos egun on!

La desgracia que nos impide avanzar es que la articulación del Estado se hace a golpe de intereses mezquinos, con el egoísmo de los despachos sectarios, las ambiciones personales o el apuro de solventar urgencias políticas y peleas internas que favorecen las líneas rojas, las traiciones y la incomprensión. Así se deshace todo el amor que cabe en palabras como nosotros, igualdad, respeto, justicia y porvenir.

Algunos poetas nos hemos reunido esta semana en el Sur para contarnos la vida. Como llevamos años compartiendo amistad y amor por la literatura, el diálogo mueve recuerdos, complicidades, el orgullo de lo conseguido, la conciencia de todo lo que falta y la generosidad. A mitad de agosto, Joan Margarit deja su casa de Forès, conduce hasta Lleida, toma un tren a Madrid y otro hasta la estación de Linares-Baeza. Manuel Rivas se sube en un avión en A Coruña y luego hace la segunda parte del viaje en tren. Bernardo Atxaga recorre en coche con su familia los 673 kilómetros que hay entre Vitoria-Gasteiz y Baeza. Casi 100 kilómetros más, unos 767, hace Xuan Bello con Sonia y Lena para venir desde Oviedo. El valenciano Francisco Díaz de Castro vive en Palma de Mallorca, así que toma un avión con Almudena para aterrizar en Granada. Gracias a todos.

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