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Ni liberales, ni de centro

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Es preocupante cómo ha evolucionado el IPC en España desde los años previos a la crisis económica global. No, no hablo de la inflación. Aunque bien merecería una columna, si pensamos que bienes tan básicos como electricidad o educación han subido más del 55% en ese periodo, y la fruta un 34%, mientras que salarios y pensiones siguen sin salir a flote. Pero, en fin, a lo que iba. Estoy hablando del Índice de Percepción de la Corrupción, que no está del todo desligado de lo anterior. Es un indicador calculado por Transparencia Internacional, el más aceptado para medir la preocupación sobre hasta qué punto los políticos de cada país abusan de su poder en beneficio propio. Y España no sale muy bien parada.

Después de la crisis hemos caído en picado en ese ranking hasta 20 puestos (del 22º al 42º), lo que evidencia una creciente preocupación generalizada que concuerda con los datos de nuestro CIS. Hace tiempo que el barómetro oficial suele señalar "corrupción" como segundo problema percibido por los españoles, tan sólo por detrás de la sempiterna tragedia del paro. Pero esto ha cambiado recientemente. Una nueva preocupación quita hoy el sueño a los españoles. "Los políticos en general, los partidos y la política", ha vuelto a dispararse como problema percibido a partir de las elecciones de abril y mayo, alcanzando este verano su récord histórico. En sólo un año se ha duplicado desde el 19,2% hasta el 38,1%. Hemos pasado de inquietarnos por la corrupción a directamente hacerlo por la clase política en su conjunto. Y eso a pesar de que la encuesta del CIS está hecha antes del lamentable espectáculo de la investidura fallida.

El retorno de la post-política que nunca se fue del todo

Antes de las negociaciones entre Calvo y Echenique, los escándalos de Ayuso y los nuevos acuerdos entre Ciudadanos y Vox, dos de cada tres españoles ya consideraban la situación política "mala" o "muy mala". Sólo uno de cada siete pensaba que fuese a mejorar en un año. Me atrevo a afirmar que hoy esa percepción habrá empeorado aún más. Hablamos además de una intranquilidad transgeneracional, que atraviesa toda condición sociodemográfica. Es cierto que son empresarios, autónomos y altos funcionarios quienes más desasosiego muestran (más del 51%), también es algo mayor entre los varones y los votantes de derechas (superior al 40% en ambos casos), pero en todo sentido es muy transversal. En cierto modo, esto es un déjà-vu.

Pensemos en el clima político que expresan esos datos. ¿Seguro que, como dicen muchos tertulianos, se cerró definitivamente la ventana de oportunidad abierta por el 15M a los nuevos partidos? Dicho de otro modo, ¿existe de nuevo un imaginario dominante estable, que garantice ordenar la vida política de manera eficiente y duradera? ¿O más bien estamos ante un nuevo clímax anti-político tras la desazón generada por una infructuosa primera oleada de nuevos partidos? Quizá, seis años después de la creación de Podemos, nos asomemos de nuevo a eso que Mouffe y Panizza llaman un "momento populista", aunque sea uno de carácter radicalmente distinto. Con esa expresión se refieren a momentos en que el imaginario socialmente dominante, las narrativas de vida comunes, la confianza en ciertas instituciones o promesas de futuro, las expectativas generacionales de las clases medias, el reparto de identidades políticas tradicionales, etc. comienzan a dar muestras de agotamiento, dejan de servir para regir la vida política y social en común, y esto pone en un aprieto a las élites. La certidumbre de poder decidir democráticamente sobre el futuro, de que las normas fundamentales se cumplen, de pertenecer a una colectividad armónica, todo comienza a tambalearse debido a una suma de factores (salida en falso de la crisis, digitalización de la vida, triunfo de la subjetividad neoliberal). En esos momentos, distintos sujetos buscarán "construir un nuevo sujeto de la acción colectiva —el pueblo— capaz de reconfigurar un orden social vivido como injusto" (Mouffe). Si no lo hacen fuerzas progresistas, lo más probable es que lo hagan fuerzas reaccionarias. Yo creo que seguimos estando en uno de esos momentos, aunque no haya movilización en las plazas.

Pensemos que cuando estalló el 15M, en mayo de 2011, la mención a la clase política como problema del país se daba sólo en un 22% de encuestados, casi la mitad que hoy. Y entonces ya parecía mucho. La mención a la corrupción era cinco veces menor (5%). Sin embargo, la crisis de hegemonía del relato oficial se reveló en toda su profundidad en cuestión de semanas, en un estallido social de nuevo tipo, contra la corrupción y la clase política en su conjunto. Acordémonos de los lemas: "No hay pan para tanto chorizo", "No nos representan", "Lo llaman democracia y no lo es". Al igual que el actual, aquel sentimiento antipolítico era transversal y, según el CIS, con algo más de incidencia entre las derechas y la extrema izquierda, en ambos casos.

Lo irónico es que este tipo de "momentos populistas" que como un fantasma recorren el mundo, estas crisis del orden discursivo-simbólico con que las élites vinculaban las mayorías sociales a su proyecto de globalización, están siendo alimentados involuntariamente por demagogos destropopulistas que no dejan de lanzar proclamas para "combatir los populismos". Alimentan las situaciones que dicen querer resolver. En España, por ejemplo, Albert Rivera.

Ultraderecha de centro y liberales con la mafia

Las derechas habituales, antaño aglutinadas en el PP, bracean hoy en un mejunje ideológico deconstruido en el fragor de su pugna "trifálica", hasta que de nuevo se pacifiquen sus aguas. La derecha liberal-cosmopolita y la conservadora-monárquica, la filoanglosajona y la de inspiración siciliana, la taurina y la new age, la católica, la cristiana y la atea. Las derechas renegocian su parte del pastel en un tripartito lleno de vasos comunicantes, hasta que nuevos equilibrios clarifiquen las nuevas jurisdicciones y jerarquías y cuenten con la bendición del poder genuino, el que rehúye los focos, ese que solamente reconoce un dios verdadero: las finanzas.

Mientras tanto, ultras de centro, demagogos antipopulistas, neofascistas neoliberales, y liberales de la Púnica, son algunos de los monstruos que surgen en este claroscuro. Matrimonios imposibles, uniones contra-natura y, sin embargo, varias veces repetidas a lo largo de nuestra historia. Arrimadas lo comprobó al tratar de aprovechar la manifestación del Orgullo LGTB para lavar su imagen. Los españoles tenemos memoria.

Ciudadanos, cooperador necesario

Rivera gusta llenarse la boca de Europa, agitar esa bandera, y presumir de avales europeos que en realidad no tiene. Sin embargo, los partidos europeos que se toman en serio la etiqueta de "liberales", tratan en sus países de aislar a los discursos de odio homófobos, islamófobos y xenófobos con los que Rivera pacta en España. En cambio, él pone el cordón sanitario al conjunto de fuerzas progresistas, en sentido amplio. A todos los partidos salvo a dos de derechas, en resumen. Tal sectarismo no puede pasar en Europa como centro ni centroderecha, y su electorado hace tiempo que se ha dado cuenta. Un liberalismo honesto sería incompatible con normalizar partidos intolerantes con la libertad sexual, ideológica y religiosa. Pero las peores incoherencias de Arrimadas y Rivera no están en su vínculo con la ultraderecha.

Nuestro Código Penal señala que el cooperador necesario de un crimen no es cómplice del mismo, sino que es autor, y por tanto merece la misma pena (arts.28 y 29). Siguiendo esa lógica, no sería exagerado decir que si el Partido Popular es culpable de gobernar por y para estructuras de corrupción endémica, Ciudadanos habrá de ser considerado su cooperador necesario. Esto también lo tienen claro los partidos liberales europeos.

En Europa, como es sabido, los políticos y periodistas que se dicen liberales manejan estándares de rechazo a la corrupción mucho más exigentes que en España. La transparencia, meritocracia y separación entre Estado y negocios son principios teóricos y morales del liberalismo honesto (la práctica ya es otro cantar). Basta pensar que un diario regional y un bloguero tumbaron a Merkel sendos ministros de Defensa y Educación, tan sólo demostrando que habían plagiado algunas partes de su tesis doctoral. El plagio académico o en columnas periodísticas ha fulminado la carrera de no pocos altos cargos en Europa y Estados Unidos.

El ministro canadiense M. Bernier dimitió en 2012 por dejar unos documentos en casa de su ex. Ese mismo año, el británico Chris Huhne, por haber ocultado una multa de tráfico que le habían puesto diez años antes. El portugués Soares, por amenazar con un par de bofetadas a dos columnistas. La ministra sueca Hadzialic, "furiosa consigo misma" y "profundamente arrepentida", dimitió por registrar 0,2 en un control de alcoholemia.

Son casos difícilmente imaginables en España, y eso es un problema muy grave. Aquí cunde más el ejemplo de Cifuentes, que resistió a su vinculación con la trama Púnica, y al escándalo de su máster fraudulento, y no conjugó el verbo dimitir hasta que todos vimos su vídeo sacando del bolso unas cremas robadas en un supermercado. Miles de imputados, docenas de tramas, tesoreros encarcelados, etc. El Partido Popular, único partido estatal condenado por corrupto en la historia de la democracia, constituye una rémora para el progreso de nuestro país que todo liberal honesto debería aborrecer y combatir de corazón, especialmente en la Comunidad de Madrid. Urge generar una "cultura ciudadana" de la limpieza. Exigir representantes con reputaciones a la altura de su tarea debería ser una prioridad para regenerar nuestra política. En eso sí sería necesario parecernos más a Europa.

Acordarse de Bruselas sólo cuando truena

Albert Rivera, sin embargo, que a menudo esgrime a Europa como cachiporra para amenazar a Cataluña o proteger intereses de los bancos que le patrocinan, en lo referente a estándares éticos se sitúa a años luz. Sostuvo en Andalucía al PSOE de los ERE y en Madrid al PP de Aguirre-Cifuentes. Fichó para su lista en Madrid al secretario general de la charca donde tantos fichajes salían rana, el tránsfuga Ángel Garrido (que ahora entrará en el gobierno de sus antiguos compañeros ocupando la Consejería de Transportes), y a nivel estatal puso en el gobierno a Eme Punto Rajoy, el presidente de los sobres, la contabilidad en B, la Gürtel, los discos duros, la sede en negro, y un largo etcétera.

Rivera ha sido la muleta perfecta para sostener a esas mafias que se financian ilegalmente y compiten dopadas en decenas de campañas electorales, implicadas en cientos de delitos documentados por toda España. Esta colaboración necesaria con la corrupción sistémica tiene una gravedad extrema en un país como España, que pierde 90.000 millones de euros al año por corrupción, el 8% de su PIB, según un estudio presentado por el grupo verde en la Eurocámara. Casi 300 veces la cantidad que invierte para vivienda, y cuatro veces el presupuesto de ayudas al desempleo. Esas advertencias vienen también de Bruselas, pero esas no le llegan tanto a Rivera.

Esta semana, en una nueva oportunidad para demostrar su estándar ético, Ciudadanos ha unido fuerzas con la ultraderecha para investir como presidenta de Madrid a Isabel Díaz Ayuso, candidata del PP. En su discurso de investidura, ésta ha asumido públicamente las posiciones de Vox en asuntos como educación religiosa, violencia "intrafamiliar", políticas de natalidad y expulsión de menores no acompañados. Ciudadanos ha votado por ella pocos días después de que este diario publicase varias investigaciones que la implican en escándalos muy graves, incluyendo impago de impuestos, presunto alzamiento de bienes al aceptar la donación de dos inmuebles, trato de favor, tráfico de influencias y participación en la trama Púnica, entre otros (aquí pueden ver el dossier publicado por infoLibre). El partido naranja, incluso, se ha negado a responder si secundará la investigación parlamentaria sobre Avalmadrid, la entidad pública encargada de avalar y subvencionar a Pymes que aparece acusada de corrupción en esas y otras investigaciones, limitándose a pedir que la cierren, sin más.

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¿"Liberales y de centro", se dicen ustedes? Ni lo uno, ni lo otro, señor Rivera. Las pocas personas que aún mantenían esos ideales desertaron de su partido en la última oleada de dimisiones. John Locke o Adam Smith les repudiarían a ustedes hoy por cínicos y paniaguados, por cooperadores necesarios de los crímenes e injusticias que el liberalismo originario, al menos en teoría, pretendía combatir. Dejen de insultar la inteligencia de los españoles y pregúntense por qué son el partido que más se ha escorado hacia la derecha y también el que más se hunde en las últimas encuestas (3,5 puntos en sólo un mes), pasando a ubicarse ya como cuarta fuerza.

Si de verdad aspirasen ustedes a honrar los ideales del liberalismo político o el espíritu humanista y pacifista de Europa (dejemos para otro día las contradicciones que ese ideario pueda encerrar), no caminarían de la mano del neofranquismo homófobo para apuntalar mafias corruptas. Ustedes solo confían en que el independentismo catalán vuelva a proporcionarles la centralidad mediática, apuestan todas sus fichas a la carta del conflicto divisionista, esa es su esperanza. Pero lo que este sufrido país necesita hoy es conciliación y justicia. Fomentar su diversidad, no sus fracturas.

Lo mejor que le podría pasar a España es que este momento populista no lo capitalicen fuerzas polarizadoras para enfrentarnos aún más, sino una gran fuerza mediadora realmente valiente, que no se amedrente ante esos poderes que gobiernan sin presentarse a las elecciones, ni tampoco se acomode en la lógica de la denuncia autocomplaciente. Una fuerza o suma de fuerzas que plante cara a los de arriba sin reconvenir a la mayoría social, que lleve a cabo un programa realista de reformas que necesitamos urgentemente. Alguien que muestre ante todo el mundo, finalmente, una naturaleza distinta a la de los profesionales del fracking político que, como usted, viven de cultivar nuestras fracturas culturales, económicas y sociales. Cualquier otra cosa, me temo, es alimentar el desastre.

Es preocupante cómo ha evolucionado el IPC en España desde los años previos a la crisis económica global. No, no hablo de la inflación. Aunque bien merecería una columna, si pensamos que bienes tan básicos como electricidad o educación han subido más del 55% en ese periodo, y la fruta un 34%, mientras que salarios y pensiones siguen sin salir a flote. Pero, en fin, a lo que iba. Estoy hablando del Índice de Percepción de la Corrupción, que no está del todo desligado de lo anterior. Es un indicador calculado por Transparencia Internacional, el más aceptado para medir la preocupación sobre hasta qué punto los políticos de cada país abusan de su poder en beneficio propio. Y España no sale muy bien parada.

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