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Desde la casa roja

Todos los 8 de marzo que vienen

Aroa Moreno

Hace algo más de 50 años, tocamos la Luna por primera vez. En la última década, hemos descubierto nuevas ramas de nuestros ancestros y los estudiamos a través del hallazgo de la falange de un niño que pudo vivir hace cientos de miles de años. En 2019, pudimos fotografiar un agujero negro en el espacio. Hemos enviado una sonda de visita al gélido Plutón. Puede que en solamente unos meses, la ciencia haya dado con una vacuna que nos salve del covid-19. Hace un par de días, se lanzó un cohete supersónico creado por primera vez por una compañía privada que puso en órbita a dos astronautas.

Y sin embargo, algo aparentemente sencillo de acordar no lo tenemos, algo frágil y claro como la justicia: no se ha conseguido garantizar la igualdad entre hombres y mujeres. Y mucho menos que esa igualdad no sea un objeto de ruido que arrojarse entre los que se dedican a la política. Algunos de estos hitos, otros ya son nuevos desde marzo, formaban parte del lema del día de la mujer de Naciones Unidas para este 2020. Un día que no es una celebración surgida del Ministerio de Igualdad, ni del Director del Centro de Coordinación de Emergencias de Sanidad, ni del Gobierno, ni de esta coyuntura sanitaria, ni de esta vergüenza política.

No debería olvidarse que también era de esto de lo que estábamos hablando aquella tarde cuando llegó la pandemia, cuando inesperadamente en lugar de sumarse unos con otros, se politizaron absolutamente todas las conversaciones que son cruciales y empezaron a utilizarse como armas al tiempo que se desplegaban unas y otras banderas.

El feminismo trasciende a esta decepcionante y eterna contienda. A esta explosión de comparecencias e informes. Y el 8 de marzo es el día que fijaron las Naciones Unidas en 1975 para llamar a la reflexión acerca de los avances logrados y los asuntos pendientes en la igualdad entre mujeres y hombres, un día para exigir la urgencia de algunos cambios y celebrar la valentía y la determinación con la que las mujeres de a pie jugaron un papel clave en la historia de comunidades y países. Un día para salir juntos a la calle y recordar y poner en letras enormes en los periódicos que una de cada tres mujeres en el mundo sigue sufriendo violencia de género o que menos del 25% de las personas que nos dirigen son mujeres. Que hay países donde la violencia doméstica contra las mujeres no es un delito. Que el 76% de las niñas de Níger, por ejemplo, son obligadas a casarse antes de los 18 años. Que el 70% de las víctimas de trata de personas son mujeres y niñas.

Lo que tenemos en torno a aquella fecha es la manipulación del debate e insistentes sombras sobre las cifras, las informaciones y la no concreción sobre la permisión y aliento de la manifestación del 8 de marzo. Ataques muy dirigidos hacia algo que además, y no involuntariamente, le encantaría llevarse por delante al feminismo que tanto les incordia a la hora de extender los tentáculos de su ideología.

La asunción de la demora en las medidas drásticas que el Gobierno tomaría una semana después para frenar la pandemia también se está tardando demasiado en escuchar.

El núcleo central de una sociedad patriarcal es la unidad familiar individual con su clara división de roles y sus valores. Esto ya lo explicaba muy bien Adrienne Rich en los años setenta en un ensayo titulado La mujer antifeminista. En este modelo de familia, las niñas y niños aprenden su papel, los progenitores refuerzan los valores de una escuela cuyos contenidos dominan. Las cualidades emanan directamente del estatus de la persona y no de sus características personales. Un sistema que educa personas que difícilmente se rebelarán contra ninguna autoridad, por corrupta que esta sea. Era 1972 y nada nos resulta ajeno. El feminismo pone contra las cuerdas todas estas ideas. La culpa con la que quieren cargarlo, el luto con el que quieren vestirlo el próximo 8 de marzo de 2021 es otra forma de distorsionar, reducir, caricaturizar y sesgar sus objetivos.

Aquella tarde, ese domingo 8 de marzo, arrancó una durísima etapa en este país de la que hoy apenas sacamos la cabeza para coger aire. No voy a escribir la terrible comparación entre las cifras de contagios y fallecidos del día 8 de marzo y manifestaciones posteriores que se han dado durante el Estado de Alarma. Aquel domingo salimos a las calles con más miedo que otras veces, pero lo cierto es que cuando nos despedimos de nuestras mujeres no sabíamos que tardaríamos meses en volver a abrazarlas.

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