Usted es el error absoluto. / Son ustedes un fraude y una calamidad que ha llenado España de féretros invisibles. / La culpa es de Madrid, por eso somos independentistas. / Podría mencionarnos, usted o la cacatúa que tiene detrás que no para de hablar, en qué informe o estudio se basa para decir que el confinamiento no tiene sentido. / El Gobierno socialcomunista debe escuchar el clamor de los españoles pidiendo libertad. / Su oposición es un concurso de posados. / Los niños están confinados y jartos. / Usted es hijo de un terrorista, a esa aristocracia pertenece, a la del crimen político. / España es paro y muerte. / Cierre al salir, Señoría.
Todas estas frases las han dicho políticos españoles en el Congreso de los Diputados o en declaraciones a los medios de comunicación durante los meses que llevamos de pandemia, a veces, ni siquiera se referían a la crisis del covid-19. Y como si, aparte de la enfermedad, un virus cuyo primer síntoma fueran afiladas canalladas les hubiera contagiado de unas bancadas a otras (casi se puede recorrer la dirección de su expansión), se llevó la crispación de los debates a un extremo tan bajo y tan alejado del exterior que, a veces, uno solo podía mirar la televisión con estupor e incredulidad. Y mucha decepción. ¿Estamos preparados para volver a escuchar cosas así?
No había pasado ni media hora desde el final de la comparecencia de Pedro Sánchez ayer, donde pidió que la pandemia se alejara del debate político, cuando Pablo Casado ya estaba frente a cámara recordando que si estábamos así era por tener al Gobierno más incompetente.
Quién iba a pensar que se podría superponer la eterna guerra ideológica, la extrema polarización que padecemos, a un consenso sin vacilaciones que hiciera frente a un mal global que abruptamente iba a arrancar de cuajo cerca de 30.000 vidas en este país. Quién imaginaba que esos distantes diputados, consejeros, presidentes de autonomías iban a lanzarse a degüello en medio de la crisis más grave que atraviesa el país. Que iban a dejar pasar la oportunidad de dar un ejemplo de cohesión y consenso frente a algo extremadamente importante. Pues lo hicieron.
¿Podíamos haber esperado algo distinto? ¿Cómo ha podido utilizarse una enfermedad hasta el punto de que esa politización ha puesto a todo un país de nuevo en peligro? ¿Cuántos días duró el consenso, cuántos duró la comprensión de que solo todos a una evitarían las fisuras que hoy se abren en nuestra seguridad?
Esta semana, coincidiendo con el ya visible caos sanitario, la política vuelve a su escenario. Acaba un mes de agosto de llamadas perdidas a las que nadie ha contestado, ni siquiera una sabía bien a quién debía llamar, porque parecía que nadie estaba al mando, donde la culpa botaba y rebotaba entre las administraciones y sus representantes. En el centro del huracán, un país frustrado que, sin llegar a saber por qué, al menos aquí afuera, está a la cabeza de los contagios de toda Europa. Un país que empieza el año escolar agotado, en una extraña calma tensa y muerto de miedos e incertidumbre, cargado de intenciones y muy poca acción. Y, de paso, por si faltaba alguna institución por quebrarse y aprovechar el ruido de fondo, un país con un ex jefe de Estado que se marcha del reino hacia una monarquía absoluta de Oriente.
Díganme si algo está bien porque necesito verlo.
Usted es el error absoluto. / Son ustedes un fraude y una calamidad que ha llenado España de féretros invisibles. / La culpa es de Madrid, por eso somos independentistas. / Podría mencionarnos, usted o la cacatúa que tiene detrás que no para de hablar, en qué informe o estudio se basa para decir que el confinamiento no tiene sentido. / El Gobierno socialcomunista debe escuchar el clamor de los españoles pidiendo libertad. / Su oposición es un concurso de posados. / Los niños están confinados y jartos. / Usted es hijo de un terrorista, a esa aristocracia pertenece, a la del crimen político. / España es paro y muerte. / Cierre al salir, Señoría.