Nicolás quiere ser científica

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Nicolás tiene cuatro años. Le encantan las pócimas y las brujas. Su personaje favorito es Maléfica. Le encanta ponerse falda, capa y todo tipo de prendas negras de su madre. Lo importante es que, cuando el viento sople en la calle, la tela vuele. Que cuando corra, la capa dibuje ondas detrás de sí. Nicolás le dice a su madre cuando pasean: mamá, mira, caminamos como dos señoras. Cuando le preguntan qué quiere ser de mayor, responde que quiere ser científica, maestra o pintora. Es completamente feliz con su forma de entender el mundo y de entenderse a sí mismo.

Héctor tiene seis años. Le gusta disfrazarse de Elsa, la protagonista de Frozen. Su madre descosió la capa que salía de los hombros para coserla a la altura de la cintura y que el traje tuviera una larga cola de tul. Hace poco, el abuelo de Héctor vino a casa y se negó a sacar así al niño a la calle. Le van a mirar mal, dijo. Que se ponga pantalones o no me lo llevo. Héctor se echó a llorar y se agarró a la pierna de su madre. No entendía cuál era el problema de su abuelo. Su abuelo no dijo: se va a pisar la falda y se va a caer. Ni dijo tampoco: hace frío para ese vestido. No dijo: va arrastrando la tela y va a recoger toda la basura de las aceras. No. Y por supuesto tampoco le explicó de dónde procedía el rechazo a la forma de vestirse de su nieto. Pero los niños perciben perfectamente las tensiones de los adultos. Descifran las miradas, aunque no lleguen a comprender sus significados. Y donde Héctor encuentra el abrazo incondicional de su madre, se da de bruces con la distancia de su querido abuelo. Tenemos que hablar de esto, le dijo el hombre a la madre. Y “esto” no era precisamente salir o no salir disfrazado a la calle.

Rodrigo fue al colegio vestido de flamenca por carnaval. Su hermana Victoria, de bombera. ¿Os habéis cambiado los disfraces?, les preguntó alguien en la puerta de la escuela. No, respondió la madre tajante. Cada uno se ha vestido de lo que ha querido.

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No queremos que los niños sufran. Queremos evitarles cualquier frustración. Solo así nos explicamos los comportamientos de algunos adultos cercanos. Por eso, a veces, progenitores y otros familiares entienden que los niños serán más felices plegados a lo normativo cuando, en realidad, el sufrimiento arranca muchas veces en el mismo momento en que, en lugar de apoyo y normalidad, se produce el rechazo. A veces, los primeros serán los familiares más cercanos. No es Nicolás quien está extrañado por su forma de entenderse, para él es lo natural. No lo es para su madre, que entiende que el niño va a recorrer un camino, su vida, y ella está decidida a acompañarle siempre. Tampoco les parece raro a los amigos de Rodrigo a los que les da igual de qué vaya disfrazado y, si no se contaminan, les dará igual también cuando sean mayores.

Niños y niñas que se disfrazan de Bella o de Bestia según les parece. O niños y niñas que quieren parecerse también a super héroes que son chicas porque, al fin, tienen referentes de mujeres que han podido decidir sobre su futuro y no están sujetas a los designios que mandan los hombres o su conquista. Por eso Nicolás puede querer ser una científica o una astronauta hoy, sean cuales sean las razones que sostienen esa decisión. Y deberíamos aplaudir que se sienta libre para decirlo. Somos los adultos los que alumbraremos sobre su realidad llenándola de sombras y prejuicios.

Quedan años de descubrimiento y de maduración sexual y la felicidad que ahora sienten Héctor o Rodrigo o Victoria cuando eligen un género u otro para hablar de sí mismos, cuando juegan a lo que más les apetece o cuando se disfrazan puede que no se mantenga en el tiempo. O puede que sí. En cualquier caso, deberían tener el apoyo incondicional de quienes más les quieren para desarrollar su identidad dentro de unos límites seguros. Para conocerse y aceptarse en un entorno de amor total que no dañe jamás su autoestima. En ningún caso, la violencia de ciertas expresiones y debates debería tocar su inocencia de niño que juega en libertad. Ojalá fuéramos responsables los medios, los usuarios de las redes sociales, los políticos y las familias para permitir que estas generaciones que son más libres de lo que nosotros fuimos sigan desarrollándose con tolerancia y no dañemos la construcción de su identidad.

Nicolás tiene cuatro años. Le encantan las pócimas y las brujas. Su personaje favorito es Maléfica. Le encanta ponerse falda, capa y todo tipo de prendas negras de su madre. Lo importante es que, cuando el viento sople en la calle, la tela vuele. Que cuando corra, la capa dibuje ondas detrás de sí. Nicolás le dice a su madre cuando pasean: mamá, mira, caminamos como dos señoras. Cuando le preguntan qué quiere ser de mayor, responde que quiere ser científica, maestra o pintora. Es completamente feliz con su forma de entender el mundo y de entenderse a sí mismo.

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