¿Cree realmente Donald Trump que en Estados Unidos los inmigrantes bandidos, asesinos y violadores se están comiendo los gatos y otras mascotas del pobre vecino de enfrente? ¿De verdad sabe que en Nueva York se está matando a los bebés justo antes de su nacimiento o incluso después? ¿Cómo puede ser que millones de personas estén convencidas de que la Tierra es plana, que jamás se produjo la llegada de los humanos a la Luna o que hay una red de pedófilos ricos de izquierdas que quiere controlar el mundo? Realmente, ¿Díaz Ayuso considera que las drogas han sido traídas de oriente a Europa por los socialistas y comunistas para tener a la gente dominada, como dijo literalmente esta semana ante Federico Jiménez Losantos?
Desmentir esas majaderías es recomendable para que nuestra sociedad sea menos estúpida y supersticiosa, pero nos equivocamos si incluimos estas creencias en el mismo saco que la pura desinformación o las noticias falsas. A fin de cuentas, cada domingo en España hay millones de buenos y respetables ciudadanos que creen que comen el cuerpo y beben la sangre de Cristo y no enviamos a las iglesias a un cuerpo de verificadores para desmentirles.
Porque hemos de distinguir las convicciones factuales de las creencias simbólicas. Las primeras son involuntarias: no puedes no creer que una silla es una silla o que necesitamos agua para vivir. El conocimiento científico sigue rutas inapelables y si generalmente los aviones no se caen o curamos cada vez mejor las enfermedades es gracias a él. Las convicciones factuales pueden someterse a prueba y nuestro empeño debería ser defenderlas con rotundidad frente a la desinformación.
Las patrañas que escuchamos de los conspiranoicos que suelen alojarse en la extrema derecha mundial no pertenecen al ámbito de las convicciones factuales, sino al de las creencias simbólicas: éstas son voluntarias (se puede o no creer en ellas, como en Dios) y tienen una función social específica: son una suerte de cemento que une a los creyentes, insignias invisibles que les identifican. A la postre, creer que los inmigrantes se comen a las mascotas ejerce la misma función social que irse al campo a avistar extraterrestres, hacer las cinco oraciones diarias o esperar la reencarnación tras la muerte. Y es un esfuerzo inútil desmentir al creyente: su fe no quedará alterada por muchas evidencias en contrario que aportemos.
Es un esfuerzo inútil desmentir al creyente: su fe no quedará alterada por muchas evidencias en contrario que aportemos
Hay sin embargo un buen tratamiento que sí ha demostrado ser útil a la hora de curar supersticiones: el interés personal. En una reveladora investigación publicada por el politólogo John Bullock y sus colegas en 2015, se constató que las enormes diferencias entre lo que creen los demócratas y los republicanos —por ejemplo, a propósito del número de muertos en la Guerra de Irak o de la tasa de desempleo durante el mandato de Bush hijo o de Obama— se reducían al mínimo cuando se premiaba a unos y otros con pequeñas cantidades de dinero si acertaban en su respuesta o reconocían no saberla. El sorprendente estudio constata que la mayoría de las personas sostienen creencias que son, además de gratuitas, puramente expresivas, que ejercen una función identitaria. Me gusta creer lo que creo porque me une a mi grupo. Pero que cuando se pone dinero en la mesa, por poco que sea, esas mismas creencias pueden suprimirse con facilidad.
En la defensa de esos hechos reales y concretos que afectan a nuestro bolsillo y a nuestra vida diaria no deberíamos desfallecer, y en la desinformación que puede adulterar su percepción tendríamos que fijar nuestras prevenciones. No perdamos el tiempo desmintiendo a Ayuso en su gratuita afirmación sobre la izquierda y las drogas o en la de Trump sobre los migrantes comegatos. No vale la pena. Es preferible concentrarse en demostrar que sus decisiones supuestamente libertarias como gobernantes —privatizar la sanidad o la educación, por ejemplo— nos afecta a usted, a mí y a nuestros hijos de manera directa y grave. Que cada cual crea en lo que quiera, pero con las cosas de comer no se juega. En eso seguro que estamos casi todos de acuerdo.
¿Cree realmente Donald Trump que en Estados Unidos los inmigrantes bandidos, asesinos y violadores se están comiendo los gatos y otras mascotas del pobre vecino de enfrente? ¿De verdad sabe que en Nueva York se está matando a los bebés justo antes de su nacimiento o incluso después? ¿Cómo puede ser que millones de personas estén convencidas de que la Tierra es plana, que jamás se produjo la llegada de los humanos a la Luna o que hay una red de pedófilos ricos de izquierdas que quiere controlar el mundo? Realmente, ¿Díaz Ayuso considera que las drogas han sido traídas de oriente a Europa por los socialistas y comunistas para tener a la gente dominada, como dijo literalmente esta semana ante Federico Jiménez Losantos?