El PSOE y el Gobierno adoptaron una estrategia visible durante la última campaña electoral al Parlamento Europeo, que mantienen hoy: unir en una misma hidra de tres cabezas al PP, a Vox y a la agrupación Se Acabó la Fiesta, de Luis Pérez, alias Alvise. Es una decisión interesante porque por un lado divide el voto a las formaciones de derecha nacional existentes, pero por otro las unifica como un mismo adversario a batir, sea en su versión más seria e institucional o en la más gamberra y disparatada.
Motivos hay para hacerlo: Alvise, estudiante de Ciencias Políticas frustrado, trabajó para UPyD, luego para Ciudadanos como jefe de campaña de Toni Cantó, se acercó a Vox y terminó por dedicarse al gamberrismo por su cuenta. Abascal vivió acogido por el PP de Madrid largo tiempo hasta que se separó de la “derechita cobarde”. La amplia casa común de la derecha postfranquista, que durante décadas fueron Alianza Popular y su sucesor, el Partido Popular, se segregó en los últimos diez años en varios apartamentos más del gusto específico de sus habitantes. Estos comparten sin embargo los mismos servicios comunes: odio a la izquierda globalista y promotora de la igualdad.
Habrá que ver si el empujón que le han dado a Alvise sus 800.000 votantes y su llegada al Parlamento Europeo acompañado de dos advenedizos convierte a su movimiento en una opción política estable. Tendrían que recoger su acta, decidir si se adscriben a alguno de los grupos parlamentarios que se constituyan o se quedan en el grupo mixto, asumir sus obligaciones como eurodiputados (quizá sortear entre sus seguidores el importe de sus salarios, como prometieron en campaña), contratar a los asesores que les corresponden, aceptar o no los privilegios propios del puesto, adoptar iniciativas o tomar posición sobre ellas… Tendrán, en fin, que asumir la primera paradoja, tan habitual en quienes llegan a la política enfrentándose a ella: hablas contra los políticos, pero te conviertes en uno de ellos.
Podría suceder que lo de Alvise fuera solo una anécdota pasajera favorecida por la levedad de las barreras de entrada en la competición electoral del Europarlamento y la adopción de la circunscripción única nacional, que facilitan la llegada de representantes excéntricos. Pero no deberíamos subestimar a Luis Pérez ni lo que significa su propuesta. Alvise ha constatado una habilidad de ardilla para moverse sin ser percibido por los radares convencionales y una capacidad de movilización y de agitación. Sus técnicas están bien articuladas: vídeos elaborados, convocatorias y coordinación de activistas y seguidores por Telegram e incluso ayuda económica suficiente para poner una lona gigante contra Sánchez en el barrio más derechista de Madrid, en Chamartín, en el edificio Huarte (sí, el Huarte de la dictadura que sigue presente en las siglas de OHL, ahora OHLA). Sin programa electoral alguno ni propuesta concreta que no sea el mero odio a la política convencional, la mano dura contra los inmigrantes, los pedófilos y los violadores, así agrupados, en general, el joven sevillano ha logrado convertirse en el fenómeno político de la temporada.
El fenómeno Se Acabó La Fiesta no es solo una anécdota, incluso aunque su relevancia política se difuminara pronto. Es también el síntoma de la incapacidad de la izquierda para emocionar y activar a las generaciones más jóvenes. Es el reflejo del agotamiento del viejo y ajado discurso de la socialdemocracia, incapaz de movilizar a una generación a la que resulta muy poco atractiva, porque da por garantizados derechos que no percibe en peligro.
Podrían votar a Vox, pero Alvise es más divertido por ese tono rebelde, alternativo, casi guerrillero, que une contra el sistema a los pijos de las grandes ciudades con los jóvenes rurales que desprecian el ecologismo de salón
Los jóvenes españoles –más aún si son hombres blancos heterosexuales– no se consideran en deuda con el complejo Estado Social y Democrático de Derecho consagrado en la Constitución y que ha sido promovido esencialmente por los políticos y las políticas progresistas. No temen quedarse sin médico ni escuelas gratuitas. No aprecian el valor de la costosa maquinaria burocrática que permite repartir los recursos de todos para asignarlos a servicios esenciales de la nación. Muchos de ellos creen que los jueces, los policías, las investigadoras, las diplomáticas, los funcionarios en general, son apesebrados, perezosos, burócratas que parasitan un sistema corrupto. Como solo somos conscientes de la importancia del oxígeno cuando no lo tenemos, les vendría bien pasarse un mes en cualquier país del mundo en el que tales servicios no existan.
Azotados por las consecuencias de dos crisis brutales, la crisis financiera de 2008 y la crisis sanitaria de 2020, víctimas de la emergencia nacional de la falta de vivienda que les permita hacer su vida, precarizados por empleos mal pagados, agraviados por la complacencia de los gobernantes con los pensionistas, creyendo que ellos mismos no podrán optar a pensión alguna, esos jóvenes encuentran en Alvise y sus bulos, sus teorías de la conspiración, la identidad gamberra y contestataria que no les proporcionan los partidos convencionales.
Podrían votar a Vox, pero Alvise es más divertido por ese tono rebelde, alternativo, casi guerrillero, que une contra el sistema a los pijos de las grandes ciudades con los jóvenes rurales que desprecian el ecologismo de salón de los burócratas europeos. Hace justo diez años cientos de miles de chavales encontraron su bandera y su inspiración, su identidad, tan importante en ese momento vital, en las protestas contra el bipartidismo, en la lucha frente a los privilegios de la casta gobernante. Es parecido a lo que sucede ahora. Decretar que “se acabó la fiesta” es similar al “Psoe-pp-lamismamierdaes”, al “que se vayan todos”, a los mensajes de tierra quemada tan propios de momentos de crisis y de angustia social.
En España no hay crisis económica, sin embargo, y sucede más bien lo contrario: hay una buena percepción de la situación económica y un cierto optimismo sobre lo que viene. No existe en principio un sustrato adecuado para que germine la propuesta antisistema. Y sin embargo ha florecido. ¿Por qué? Hay que recurrir de nuevo a la hidra: el PP y Vox solo han articulado su oposición a los socialistas aludiendo a su ilegitimidad, a una corrupción y un compadreo que presentan burdamente como endémico en la izquierda. La brutal estrategia de las dos cabezas de la derecha española, soplando las trompetas del apocalipsis, cercenando la credibilidad del presidente del Gobierno con acusaciones ridículas y cuestionando el funcionamiento de las instituciones, ha extendido una mancha muy densa de desprestigio sobre la política en general, favoreciendo también el surgimiento de formaciones más agresivas.
El líder más unificador de esas derechas, el presidente Aznar, dio recientemente instrucciones de movilización frente a Sánchez, que es “un peligro para la democracia” en “una crisis constitucional sin precedentes”. Ya sabemos: “la inhibición no tiene hueco…el que pueda hacer, que haga, el que pueda aportar, que aporte, el que se pueda mover, que se mueva". Alvise ha hecho con excelente resultado lo que se le pedía.
El PSOE y el Gobierno adoptaron una estrategia visible durante la última campaña electoral al Parlamento Europeo, que mantienen hoy: unir en una misma hidra de tres cabezas al PP, a Vox y a la agrupación Se Acabó la Fiesta, de Luis Pérez, alias Alvise. Es una decisión interesante porque por un lado divide el voto a las formaciones de derecha nacional existentes, pero por otro las unifica como un mismo adversario a batir, sea en su versión más seria e institucional o en la más gamberra y disparatada.