Secuestrar titulares, o la estrategia del caos

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¿Y si Trump no fuera, como parece, un tipo impulsivo e imprudente, sino un metódico estratega que sabe muy bien lo que hace cada vez que habla? ¿Y si ese caos diario en que parece sumida la Casa Blanca obedeciera en realidad a una calculada estrategia de comunicación nada improvisada?

Lo cierto es que Trump está demostrando cada día que controla de manera casi absoluta el flujo de la información mundial. Cada uno de sus sorprendentes tuits altera el orden anterior. Le basta decir cualquier memez en 140 caracteres para romper las reglas del periodismo. La prensa se ve obligada constantemente a opinar sobre opiniones, insinuaciones o nimiedades. La simplicidad de sus afirmaciones impide entrar en el fondo de las cuestiones. Y cuando se intenta entrar, entonces una nueva tontería salta al espacio público.

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Hemos estado hablando de "la madre de todas las bombas", o del pastel de chocolate que Trump tomaba mientras daba la orden de su lanzamiento, en lugar de discutir sobre el avispero sirio. Nos ha tenido anonadados con ese supuesto envío de un barco de guerra a Corea del Norte, cuando en realidad iba hacia Australia. Lanza acusaciones graves  –como que Obama le espiaba, que millones de personas votaron ilegalmente en las elecciones, o que toda la prensa, menos Fox News, claro, está en una conspiración contra él–, y mientras evita que se hable de manera sostenida y sustancial, de ninguno de los temas relevantes, como el cambio climático, las relaciones internacionales, o la economía.

Generar el caos con acusaciones falsas, rumores, meras opiniones, improperios y tonterías, es una estrategia de distracción eficaz. George Lakoff hace ya meses que lo advirtió, a propósito del uso que Trump hace de Twitter. Los tuits de Trump, dice el reputado lingüista, sirven para desviar la atención, para atacar al mensajero erosionando la credibilidad de la prensa, y para testar la opinión pública con globos sonda.

Nada de eso se hace de manera desorganizada, por supuesto. Parece toda una verbena caótica de disparates, pero es completamente imposible, conociendo cómo funcionan las cosas en cualquier Gobierno, y suponiendo cómo deben funcionar en el más poderoso del mundo, que los mensajes del presidente no estén medidos. El sabe muy bien que insultando a Meryl Streep o a Schwarzenegger secuestra los titulares de prensa, pone a los periodistas a su servicio y evita que se hable de otros temas. No es la locura de un hombre inconsciente, sino la estrategia de alguien que ha estado toda su vida creando un mundo artificioso y hecho sólo para el espectáculo. Cuidado con Trump, porque no es tan tonto como parece.

¿Y si Trump no fuera, como parece, un tipo impulsivo e imprudente, sino un metódico estratega que sabe muy bien lo que hace cada vez que habla? ¿Y si ese caos diario en que parece sumida la Casa Blanca obedeciera en realidad a una calculada estrategia de comunicación nada improvisada?

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