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Un ébola en agosto

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No solo es el ébola, es la miseria la que más mata; su combinación genera una peligrosa epidemia. El último brote es el más grave: afecta a tres países y amenaza a un cuarto, Nigeria, el más poblado de África, y a su capital económica: Lagos con 25 millones de habitantes. Este sería el peor escenario posible.

Occidente, incluido este periodista, estaba enfrascado en la guerra de Ucrania, en el bombardeo israelí de Gaza y en los cohetes de Hamas. Apenas hubo noticias de esta enfermedad altamente contagiosa que mata personas en pocos días, tampoco hubo medios para combatirla más allá del esfuerzo del personal de médicos locales, voluntarios y religiosos ejemplares.

Ahora se ha producido la combinación informativa perfecta para convertirse en noticia mundial: agosto, mes en el que se esfuma la política y sus declaraciones, y que el ébola afectara a dos estadounidenses blancos: el doctor Kent Brantly y la voluntaria Nancy Writebol, que arriesgaron sus vidas en la lucha contra la enfermedad. Cuando hay blancos de por medio todo parece más importante. Con ellos se va a probar un tratamiento experimental que, de momento, no está disponible para los afectados en África.

Ya vemos el peligro para los africanos y para nosotros; la Organización Mundial de la Salud y el Banco Mundial han librado 100 y 200 millones de dólares respectivamente para luchar contra el ébola. En la exagerada alarma occidental, y en nuestras informaciones, no hay africanos, todo se concentra en nuestro miedo al contagio en Europa o EEUU, algo bastante improbable. Es el "agosto" de los diarios sensacionalistas y de los programas basura de televisión y radio.

En este documental de National Geographic Channel, anterior a esta epidemia, tiene toda la información que necesita para saber del ébola y sus variantes:

El peligro máximo de contagio afecta a personas pobres o muy pobres, analfabetos, en países que carecen de un sistema sanitario competente y de medios de comunicación suficientes para que puedan alertar a la población, ayudar a las personas a separar el mito de la realidad. El peligro de contagio está tan lejos como la pobreza extrema, las hambrunas y las guerras por negocio.

Si el ébola se multiplica donde hay miseria, el objetivo debería ser erradicarla. Hay intentos, promesas, cumbres del G-20, Objetivos del Milenio y avances en algunos casos, pero el esfuerzo aún es insuficiente: falta voluntad política.

El peligro no son solo el ébola y su primo el Marburgo, sino que millones de personas estén abandonados a su suerte, sin medicinas, sin agua potable o, en el mejor de los casos, con un agua de escasa salubridad. Ya lo he escrito hace años: el agua de nuestros wáteres sería un manjar para liberianos y sierraleoneses, entre otros. Toda la energía de las aldeas se concentra en la búsqueda diaria de ese agua y en el esfuerzo de sobrevivir. No hay tiempo ni medios económicos para la educación, la cultura, el ocio. Esa es la brecha, ese es el efecto llamada. El mundo que surge de las nuevas tecnologías, Internet, agranda la brecha.

El ébola nació en la República Democrática de Congo, lo que llamábamos Zaire en los tiempos del dictador Mobutu Sese Seko. Al menos allí fue donde se identificó por primera vez en 1976. Se han producido brotes periódicos, uno grave en el norte de Uganda, pero es la primera vez que atraviesa fronteras: Guinea Conakry, Sierra Leona, Liberia y Nigeria. Un efecto multiplicador difícil de combatir.

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El virus del ébola tiene una alta tasa de mortalidad (90%). No hay remedios conocidos pero se puede combatir con los medios sanitarios adecuados. Los dos pacientes estadounidenses evacuados a EEUU son un reto médico. La clave es detectar los casos a tiempo, aislar a los enfermos y tratar de salvar el máximo de vidas en las condiciones del África Occidental. Una tarea compleja.

En España nos concentramos en los casos de Miguel Pajares, sacerdote de los Hermanos de San Juan de Dios, y de las misioneras de la Inmaculada Concepción, Chantal Mutwamene y Paciencia Melgar, que han dado positivo de ébola. En España se habla de él, de su repatriación y tratamiento en España y de las posibilidades de que la enfermedad salte a nuestro país. Hay una alerta en los aeropuertos y unos protocolos de actuación médica, pero las posibilidades de que llegue a España son mínimas. La prevención se multiplica: British Airways ha suspendido los vuelos a los países afectados. También se multiplican las malas informaciones, los bulos. 

La parte buena del alarmismo es que va a movilizar medios médicos, técnicos y económicos. También es una oportunidad para tomar conciencia sobre los problemas de fondo, que son los que agravan el ébola. Si vivimos en un mundo global para nuestros negocios, deberíamos vivir también en un mundo global para las respuestas sanitarias, la lucha contra las causas del hambre y la miseria. Además del libre fluir de capitales y empresas depredadoras, también conviene ver a las personas, sus derechos.

No solo es el ébola, es la miseria la que más mata; su combinación genera una peligrosa epidemia. El último brote es el más grave: afecta a tres países y amenaza a un cuarto, Nigeria, el más poblado de África, y a su capital económica: Lagos con 25 millones de habitantes. Este sería el peor escenario posible.

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